Mirar el cielo, un gesto cotidiano con milenios de vigencia y miles de preguntas. Algunas respuestas las encontramos estos días en Marsella, en el Museo de las Civilizaciones de Europa y el Mediterráneo (Mucem), en la exposición Lire le Ciel, impecablemente comisariada por Juliette Bessette y Enguerrand Lascols, donde se fija el imaginario astral en el mundo mediterráneo.
El lugar facilita la tarea. La antaño fortaleza de la Orden de Malta que señorea el puerto con ese aire a edificio de defensa costera. Siglos y más siglos de conflictos entre imperios y países trasladados de la tierra al mar. Historia de larga duración que diría Fernand Braudel de galeras y batallas navales.
Pero hoy los protagonistas no son la tierra ni el mar, sino el cielo. Sumergirse en las seis secciones en las que han articulado la muestra del Mucem es un ritual de paso a la hora de entender culturas de ensueños y emociones múltiples que atraviesan el mar Mediterráneo desde los altiplanos iraníes a las costas del atlántico de la antigüedad hasta el día de hoy. Larga duración, pues.
/Desde el comienzo de la historia escrita, el cielo fue un motivo de observación privilegiado, lo que originó el estudio del cosmos, vale decir, la cosmología
Desde el comienzo de la historia escrita, con Sumer en las ciudades estado de Caldea como Ur, el cielo fue un motivo de observación privilegiado, lo que originó el estudio del cosmos, vale decir, la cosmología. Los sabios que observaban el firmamento eran magos con altísimos conocimientos del proceder de los astros y llegaron a la convicción de que éstos influyen en los seres humanos.
Y así surgió la astrología con la que interpretaron lo que veían desde sus zigurats con el fin de predecir el futuro. Una de sus observaciones se hizo popular en Occidente cuando se aceptó que tres de esos magos, en calidad de Reyes Magos, observaron una estrella “en Oriente” y viajaron a una localidad de Judea para adorar a un niño. Porque ese relato evangélico se inscribe en un hecho histórico: la observación del cosmos y la interpretación de los astros se trasladó a Occidente para formar una parte decisiva en la civilización clásica griega y helenística.

Federico Zuccaro: ‘El Acuario, el Capricornio y los Piscis’, 1606
En el Mucem seguimos este proceso a través de personajes clave como los filósofos Favorino de Arlés o Sexto Empírico. Ellos justifican la afirmación de Florian Audoureau en un artículo del bello catálogo editado para la ocasión: “la cosmología clásica es un juego para interrogarse sobre el lugar del ser humano en el mundo”.
Basta detenerse ante el fresco de Apolo Cosmocrator procedente de Pompeya o el globo celeste en plata, originario de Turquía, que inspiró Aby Warbur en su Atlas Mnémosyne, y llegaremos a la acertada conclusión de que las estrellas son el espejo de nuestras ilusiones.
Los sabios que observaban el firmamento eran magos con altísimos conocimientos del proceder de los astros y llegaron a la convicción de que éstos influyen en los seres humanos. Y así surgió la astrología
El legado cosmológico y astrológico de la Antigüedad no lo hubiéramos conocido sin los estudios desarrollados en Oriente Medio y Asia Central por el insigne Abd-al Rahman al-Sufî, un iraní de mediados del siglo X: unos estudios que llegan hasta el Libro de las Estrellas de Alfonso X el Sabio, pasando por la creación de objetos preciosos y precisos como el globo de Ibn Sa’id al-Sahli, activo en las Taifas de Valencia y Toledo a mediados del siglo XI.
Entre estos hombres de ciencia pronto destacó la figura del falakî, el astrónomo, un sabio capaz de guiar a los príncipes a través de lecturas astrológicas como un arte adivinatoria. El Tratado de los Nacimientos del astrólogo persa Abû Ma’shâr (Albumasar) demuestra no solo la importancia dada a los astrónomos en el mundo arabo-musulmán, sino también los sólidos vínculos de aculturación con el mundo de las estepas y el mundo chino. Baste ver las páginas expuestas (algunas virtuales) en el Mucem para descubrir que la cultura ha sido, es, y debería ser un campo abierto a las más diversas influencias.

Johannes Vermeer: ‘El Astrónomo o el Astrólogo’, 1668
La necesidad de mirar el cielo para entenderlo fue afectada por la revolución científica del Renacimiento con Copérnico o Galileo, y la pléyade de astrónomos anónimos que observaron el universo desde su gabinete, como vemos en el cuadro de Johannes Vermeer El Astrónomo. La revolución del paradigma cosmológico por decirlo con Thomas Kuhn se produce sin embargo a la vez que se recuperan las miradas de la cultura popular al mundo de las estrellas.
En este aspecto del saber tradicional destacan los calendarios de los pastores, como una bella estampa en la que un pastor busca agua al modo de un zahorí para reconocer que también es un modo de ver el cielo lo que hacen directamente nuestros ojos a diario: el sol se “levanta” cada mañana y se “acuesta” cada noche.
La necesidad de mirar el cielo para entenderlo fue afectada por la revolución científica del Renacimiento con Copérnico o Galileo
Ese mismo espíritu inspira la pintura de Camille Corot procedente del museo de los Agustinos de Toulouse, la despedida del día por un personaje apoyado en el árbol como prueba del efecto de los astros en la vida cotidiana, y en mundo de hoy más que nunca.
Baste seguir el elevado número de gente que se dedica a la lectura astrológica o el seguimiento popular masivo de una lluvia de estrellas, o los miles de personas trasladándose hasta donde se puede observar un eclipse total.
Lo que era un patrimonio de los gabinetes de magos como Michel Nostradamus, Mathieu Langsberg, Belline o Camille Flammarion se hizo de dominio público gracias al cine, cuando en 1907 Georges Méliès filmó con su caústico estilo el instante en que tres insignes astrónomos marselleses observan en Guelma, una localidad de Argelia, el famoso eclipse de sol del 30 de agosto de 1905.

Venecia 45° 25’ 51’’ N 2021-10-08 LST 22:18’, de la serie ‘Ciudades apagadas’, 2021
El interés por los eclipses totales fue tal que se hizo tema habitual en las publicaciones, incluidos los cómics como el famoso Tintín en el templo del sol. Y eso nos lleva a la gran pregunta: ¿Qué lugar ocupa el cielo en las preocupaciones de la sociedad actual? La respuesta es que esa preocupación tiene un valor infinitamente activo a tenor del efecto producido por la exposición del Mucem en un público, mayoritariamente de jóvenes, fascinado por la culta, refrescante e ingeniosa explicación allí ofrecida.
Un magnífico síntoma de que muchos de los alimentos terrestres de los que hablaba André Gide se encuentran a la hora de mirar el cielo, y entenderlo.
Leer el cielo. Bajo las estrellas en el Mediterráneo. Mucem. Marsella. www.mucem.org. Hasta el 5 de enero