Las hijas e hijos del obrero: el martillo y la palabra

Especial 1975-2025 ⁄ 50 años de cambio cultural

En los autores nacidos a partir de los setenta, la mirada a los empleos peor pagados atraviesa todos los géneros, desde la crónica a la poesía

Hijos de obreros, Cornellá, 1978

Manifestación en Cornellà en favor del acceso universal a los estudios, en los primeros años de la transición 

Ayuntamiento de Cornellà

Las manos que sujetan la pancarta son manos jóvenes. El lema que se lee en ella es: “Los hijos de obreros queremos estudiar”. Esas manos vienen de otras manos que fabrican forjados de hierro y acero, saben manejar paletas de albañil y máquinas de coser Singer; vienen de manos que friegan escaleras y hacen camas, que sacan panes de un horno de leña, que despachan aceite y bacalao seco, que montan las puertas de los Seat 127. Las manos jóvenes no quieren hacer todo lo anterior (aunque tal vez también lo hagan), sino que quieren pasar las hojas de los libros, coger un bolígrafo y escribir o hacer cuentas, quieren estar firmemente unidas a unos codos hincados en el estudio.

La imagen corresponde a la avenida Sant Ildefons de Cornellà de Llobregat. Hace un año o dos que Franco ha muerto —la fotografía es de 1976 o 1977, no he logrado precisarlo— y Cornellà es una ciudad industrial que sigue creciendo. En la década anterior, comenzaron a llegar a ella miles de campesinos que fueron absorbidos por las fábricas. Ha pasado de veintiún mil habitantes en los sesenta a ochenta mil en los setenta, un estirón fabuloso multiplicado por los hijos de esos trabajadores, que son los que sujetan la pancarta y claman que quieren estudiar. Esta manifestación estudiantil en Cornellà no es una excepción, sino que se repite, con este mismo lema y algunos parecidos, en otros territorios del país.

/ A partir del 2008, miles de jóvenes recién titulados en las universidades españolas emigraron

Muchos de aquellos hijos de obreros, incluso algunas hijas —en la imagen hay varias, pocas todavía— lograrán estudiar una carrera. La generación que nacimos a finales de esos años setenta tendremos todavía más suerte (aunque no es suerte, sino derechos peleados) porque, cuando nos toque, habrá más universidades públicas en España y un sistema de becas que nos permitirá lograr una titulación superior. En mi caso, en la Universidad Complutense, azotada económicamente en estos años por la Comunidad de Madrid, al igual que el resto de las públicas, mientras se favorece la implantación de más universidades privadas.

Las creaciones literarias de las hijas e hijos de los obreros que fuimos a la universidad se han volcado en ocasiones hacia el mundo del trabajo. Con una mirada bifocal. Hacia lo lejano, para evocar la vida y los empleos de los padres y de las madres, y también de los abuelos y abuelas, para narrar sus dificultades y sus luchas laborales. Y hacia lo cercano, para denunciar la precariedad económica, los trabajos atomizados y mal pagados. Es frecuente también que tanto la memoria familiar como el presente vayan unidos, en un juego de espejos que no se sabe si reflejan o deforman.

Remedios Zafra

Remedios Zafra, último Premio Nacional de Ensayo con 'El informe', lleva mucho tiempo analizando la precariedad en los trabajos culturales y creativos

Llibert Teixidó

Remedios Zafra, último Premio Nacional de Ensayo con El informe. Trabajo intelectual y tristeza burocrática, lleva mucho tiempo analizando la precariedad en los trabajos culturales y creativos. En Frágiles, Zafra planteaba parte del libro como una serie de cartas dirigidas a una escritora y periodista que la había entrevistado por su libro anterior: El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital. Esa escritora y periodista se había sentido interpelada, incluso molesta, por el libro. A su pesar, ejemplificaba lo mostrado por Zafra: una vida-trabajo precaria, autoexplotación, la instrumentalización de su entusiasmo, hiperconectividad, falta de tiempo y sobreexposición en los “escaparates tecnológicos sin párpados, esos que nunca descansan”.

Su ritmo de trabajo cubría “una inestabilidad en riesgo de cronificarse, escondiendo la alta expectativa derivada del sacrificio, la motivación y la formación previas”. Muchas de las más de cien mujeres entrevistadas por Aida dos Santos en Hijas del hormigón tienen estudios superiores, pero forman parte del precariado. Dos Santos no sólo las mira a ellas, también a otras mujeres que no tuvieron la oportunidad de estudiar y/o que pertenecen a generaciones anteriores, las de nuestras madres y abuelas. El enfoque feminista de este ensayo, subtitulado Historias de clasismo, sexismo y violencia en las periferias españolas, busca poner en el centro a las mujeres trabajadoras, convertidas también en muchas ocasiones en periferia de la literatura obrerista.

⁄ Evocar la vida y los trabajos de los padres y de las madres, para narrar sus dificultades y sus luchas laborales

En Hijas del hormigón aparece la crisis económica que comenzó en 2008 y cuyas consecuencias, en algunos casos, continúan. Miles de jóvenes recién titulados en las universidades españolas emigraron. Fue el caso de las escritoras Azahara Palomeque y Violeta Serrano que, tras el largo viaje de ida y vuelta desde su origen hasta sus destinos migratorios —Córdoba-Estados Unidos y León-Argentina— reflejaron esa vivencia y la precariedad que encontraron a su vuelta en los ensayos Vivir peor que nuestros padres y Flores en la basura, respectivamente.

La ficción también ha recogido esta experiencia migratoria de las generaciones estudiadas, como la novela Cabezas cortadas, de Pablo Gutiérrez. “¿Estudiar hacia dónde?”, se pregunta su protagonista, María, emigrada a Londres, que constata: “Había otros como yo, había muchos, en cada conversación nos convencíamos de lo mismo, éramos las víctimas del talento y de la ferocidad de un malpaís que te decía que es mejor que te vayas”.

En los autores nacidos a partir de los setenta, la mirada a los empleos peor pagados atraviesa todos los géneros. Encontramos crónicas como Yo, precario, de Javier López Menacho y Verano sin vacaciones, de Ana Geranios, éste sobre la hostelería y la turistificación. También poesía, como Wet floor, de Beatriz Aragón, sobre su trabajo como limpiadora, y El fondo del cubo, de David Refoyo, un reconocimiento al de su padre como limpiacristales. 

Y novelas que mezclan generaciones, como Las maravillas, de Elena Medel, y Yeguas exhaustas, de Bibiana Collado Cabrera. Otras, como La trabajadora, de Elvira Navarro, o la más reciente Ocàs i fascinació, de Eva Baltasar, remarcan los problemas de acceso a la vivienda —en estos casos, en Madrid y en Barcelona— y los efectos de la precariedad sobre la salud mental.

Javier López Menacho, David Refoyo o Bibiana Collado Cabrera, algunos autores nacidos a partir de los setenta que han explorado la precariedad desde distintos géneros

Javier López Menacho, David Refoyo o Bibiana Collado Cabrera, algunos autores nacidos a partir de los setenta que han explorado la precariedad desde distintos géneros

Archivo

Nuevos temas empiezan a llegar a la literatura sobre el trabajo, como el de la inteligencia artificial. Otros escritores y escritoras surgirán para contarlos. Algunos vendrán de familias que siguen cogiendo el martillo o la bandeja con los cafés. Por eso la educación debe ser la oportunidad que les permita tomar la palabra.

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Noemí Sabugal, escritora y periodista. Autora de ’Hijos del carbón’  y  ’Laberinto mar’

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