Mira, hablaré de unos cuantos libros de estos cincuenta años pero sin voluntad de fijar un canon. No creo en los cánones. La idea es citar las obras como un síntoma de algo que conecta el pasado con el presente, la literatura de los setenta con lo que se ha escrito posteriormente. ¿Te parece bien?
Por ejemplo, en 1976 Quim Monzó publicó la novela L’udol del griso al caire de les clavegueres. Ganó el premio Prudenci Bertrana que era, com si dijéramos, el premio progre, experimental, transgresor. Circulaba la idea, vinculada con la cultura francesa –en aquel momento, en muchos aspectos, era todavía la cultura de referencia en Catalunya–, que existía una nueva manera de narrar, vinculada con la investigación sobre el récit (el relato) que conectaba con el deseo de libertad de la época. Monzó tenía una base muy visual, de películas, arte pop y diseño gráfico. Ese experimentalismo de los 70 fue una de las primeras víctimas de la transición. El experimentalismo no ha desaparecido – Et vaig donar ulls i vas mirar les tenebres ( 2023 ) de Irene Solà parece una novela textualista, con todas las cosas buenas y malas del textualismo– pero ha perdido el sentido utópico y la relevancia social.
También puedo hablar de Jaume Fuster, una figura importante hoy muy olvidada porque fue uno de los primeros autores de la generación de los 70 que desapareció, en 1998. Fuster tenía la idea de una literatura popular nacional. Escribir novela policiaca catalana, que pasara aquí, con referentes de aquí. Reivindicaba a Manuel de Pedrolo y a Joaquim Carbó y, en lo referente a la literatura fantástica, a Pere Calders y a Joan Perucho. L’illa de les tres taronges (1983) es un libro notable: un intento de traspasar el mundo de Tolkien a la geografía de los Països Catalans: los Països Catalans eran el marco mental. Fuster era también posmoderno y su protagonista, un héroe de segundo grado. En la escena central la doncella salva al caballero. Actualmente los géneros son compartimentos comerciales.
Quim Monzó en los años ochenta, poco después de regresar de Nueva York
Fíjate lo que ha pasado con la novela histórica. Recuperem la nostra història rezaba un lema de los setenta. Había un gran vacío de memoria. Las novelas permitirían a la gente saber de donde veníamos. Recuerdo Crim de germania (1980) de Josep Lozano. De aquello hemos pasado a estos libros de ahora que son como postales turísticas: la novela del Hospital de Sant Pau, la novela de la Sagrada Familia, la novela de cómo se empezó a tomar chocolate en Barcelona. Y aquí haré un elogio de Carme Riera, Dins el darrer blau (1994) que es muy distinta. En propiedad no es una novela histórica , sino una novela de época, que trata los grandes temas universales situándolos en otro siglo. Como las buenas películas de época de Hollywood. Esta novela y Cap al cel obert (2000) me parecen películas.
Carme Riera introdujo una nueva sensibilidad femenina con Te deix, amor, la mar com a penyora (1975) que, juntamente con las relecturas de Mercè Rodoreda, abrió un mundo. Ahora ya no se trata del deseo de libertad, relacionado con el sentimiento amoroso, com en aquel cuento famoso de las mujeres enamoradas. Otros libros que podríamos destacar son La passió segons Renée Vivien (1994) de Maria-Mercè Marçal, los de Mercè Ibarz y las novelas de Eva Baltasar. Por cierto, en el último año o año y medio hemos pasado de las novelas sobre la relación madre-hija, escritas desde la perspectiva de la hija herida a las novelas obre la maternidad escritas desde la perspectiva de la madre joven que quiere serlo, que no quiere serlo o que no lo tiene claro. Dedicaré una pincelada a Empar Moliner. Sus libros de periodismo me gustan mucho. T’estimo si he begut (2005), por ejemplo.
Ya no se trata del deseo de libertad, relacionado con el sentimiento amoroso, com en aquel cuento de las mujeres enamoradas
Y después están las novelas del do de pecho. La gran novela. Examinaré como ha cambiado esta idea. Creo que Robert Saladrigas era el escritor de los setenta-ochenta que tenía más claro que quería escribir una obra que profundizara en el alma contemporánea. También estaba Baltasar Porcel, con Cavalls cap a la fosca (1975), especialmente. Estaría bien contar cómo ha evolucionado el concepto de lo que tiene que ser una novela buena. El propio Porcel protagonizó una deriva hacia lo que podríamos llamar el best seller de calidad. Escribió todas aquellos relatos ambientados en la Barcelona del pujolismo, con empresarios, periodistas y conservadoras de museos. Aunque sus mejores obras son, ciertamente, las que tienen una base histórica como El cor del senglar (2000). Mientras que Saladrigas se mantuvo fiel a sus convicciones, con novelas notables como La mar no està mai sola (1997). Esta dicotomía sigue vigente. Jo confesso (2011) de Jaume Cabré está en la línea de la novela de prestigio sobre una base popular, casi de folletín. Mientras que Toni Sala, Manuel Baixauli y Joan Benessiu van por la línea europea integral de Saladrigas. Y tenemos todavía a Miquel de Palol y Julià de Jòdar, que han encontrado su propio camino. Mejor dicho: han creado el camino. Han sido topógrafos, ingenieros y, en el caso de Palol, toda una constructora.
A partir de aquella idea monzoniana y fusteriana del principio se podría hablar de la necesidad de que la literatura catalana conecte con la realidad. Menudo impacto tuvieron en su momento El perquè de tot plegat (1993) de Quim Monzó o los libros de cuentos de Sergi Pàmies, L’últim llibre de Sergi Pàmies ( 2000 ) , por decir uno. Siguiendo esta idea de conectar con la gente, se ha creado una dependencia, a veces un poco grotesca, con las cosas que salen en TV3. Y, como reacción lógica, una literatura montada en el subgénero, el fanzine y la peña del bar.
Será una manera de ofrecer una panorámica que resulte útil al lector del suplemento, sin pontificar. Señalando temas y subrayando los cambios que se han producido. ¿Cómo lo ves?
Julià Guillamon es escritor y crítico de este diario, autor de La ciutat interrompuda y El rellotge verd.
