El optimismo kamikaze

Gol Sur

El optimismo kamikaze
Corresponsal en África Subsahariana

Fue una de las primeras cosas que debí desaprender al empezar a recorrer África, hace casi 25 años. Tardé en entenderlo. A menudo, amigos africanos en situaciones delicadas o directamente desastrosas hacían gala de un optimismo indestructible y no solo se agarraban al más mínimo saliente para evitar el derrumbe sino que afrontaban las curvas con un ánimo parecido a la felicidad. Aquel estado de alegría flotante a menudo les llevaba a promesas imposibles, pero les mantenía en pie, y ya era mucho. Kalifa Sidibé, un amigo sabio y medio brujo de Mali, me explicó por qué: “Somos optimistas porque deseamos con fuerza poder serlo”. Esa era la clave: el deseo. A diferencia de Europa, donde el optimismo se basa en la lógica o la esperanza –uno es optimista porque hay razones para serlo–, el optimismo africano nace del deseo. Por eso a veces es un optimismo kamikaze, que pacta compromisos improbables o mantiene esperanzas imposibles.

Este verano he recordado a menudo aquella conversación con Kalifa. Tras la divertidísima temporada pasada, julio y agosto han sido tiempos complicados para los culés. Si el inicio del calor empezó con el frustrante no de Nico Wi­­lliams o la marcha de otro fichaje deseado como Luis Díaz al Bayern, las vacaciones continuaron con patrocinios discutibles con Congo, la obscena fiesta con enanos y chicas de imagen (ay) en la fiesta de 18 de Lamine Yamal, la marcha sorpresa de un pilar como Iñigo Martínez a Oriente y la casi confirmación de que la vuelta al Camp Nou se dilatará aún más. Queda pendiente aún la losa de las inscripciones, pero es mal de muchos en una Liga que año tras año pierde potencial y vende a sus cracks a otras ligas como si nunca fuera a pasar nada. Y pasará pronto.

Sería un error de bulto vender a Fermín o Casadó, son patrimonio de la grada

Pese a todo, me niego a dejarme llevar por la desazón y he decidido abrazar con fervor el optimismo africano del deseo. Además de volver a tener portero y de fichar a un Rashford que se moría por venir, el Barça conserva a Flick, un entrenador inteligente y trabajador que es un salvavidas para el club, a un equipo con hambre, juventud y jugadores que sienten los colores y ha tenido el acierto (o la carambola, ya no sé) de no vender a jugadores que conectan con la grada por su arrojo, calidad y sentimiento como Fermín o Casadó. Sería un error de bulto vender a alguno de los dos. No solo porque son buenísimos, que lo son, sino también porque un club que se respeta, y que se enorgullece de valores, no puede deshacerse de un chaval que celebra la Liga en Canaletes o de otro que disfruta goleando al Madrid como si le fuera la vida en ello. Fermín y Marc Casadó son patrimonio de la grada. Son el Barça.

Probablemente adolezco de un optimismo africano y kamikaze, pero bienvenido sea. Que ruede el balón, que sea divertido y ojalá el deseo sea suficiente.

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