Llegados a estas alturas del curso, los conceptos futbolísticos se van aclarando. Estamos a mediados de febrero: los clásicos del fútbol europeo empiezan a marcar las jerarquías y los más modestos se van retirando a los cuarteles de invierno, otro año será.
Contemplando el Brest-PSG, la ida de este cruce de Champions, el cronista tiene la sensación de estar más bien observando un partido de la Ligue 1, la liga doméstica francesa: el PSG, eterno campeón galo, se adueña del balón y de buena parte del terreno de juego y el Brest pelea, voluntarioso y entregado, pero sus puntadas son tímidas, muy poquita cosa, y cuando todo termina tiene el aspecto de un conjunto derrotado, una víctima sin capacidad de reacción en el partido de vuelta, la próxima semana en el Parque de los Príncipes: afrontará esta segunda cita con 0-3 en contra.
El desenlace, en realidad, tiene su lógica.
Este Brest sorprendentemente sobrevenido está hecho a retazos. Y si ya era un milagro que hace unos meses se hubiese ganado una plaza en la Champions, ya no hay manera de calificar su presencia en este ronda continental. No nos olvidemos que sus tres delanteros son cedidos. Y que el PSG es un gigante financiero y mediático: desde el palco, el millonario Nasser Al-Khelaifi contempla a sus tropas como lo haría un mariscal de campo.
Por ahí abajo se despliegan el jugón Vitinha, el contundente Hakimi, los bulliciosos Doué y Barcola y el magnífico Dembélé, un futbolista en estado de gracia.
El Dembélé sensacional, puntilloso e hipercreativo que ahora lidera al PSG tiene poco que ver con aquel delantero imprevisible, huidizo en el trato y habitualmente lesionado, que en otros tiempos defendía los colores del Barça.
Nos lo dicen su línea de juego, un despliegue de acciones tan improvisadas como desbordantes –es un jugador ambidiestro, una rareza–, y también la contundencia de su estadística. Dembélé suma 23 goles en esta temporada, en una progresión geométrica: van 18 dianas en los últimos once partidos.
Casi todo lo que el PSG ha hecho este martes pasaba por sus piernas. Dembélé ha intervenido en los tres goles del equipo de Luis Enrique, en una miscelánea de recursos y efectos que le ha llevado a provocar el primer penalti (lo marcó Vitinha) y le ha permitido firmar los otros dos goles del PSG.