Realmente se gusta este Atleti que hace apenas una semana iniciaba su salto de calidad, tumbando al Rayo, goleando al Madrid (el sábado le endosaba cinco goles al engalanado vecino blanco, más que nunca en los últimos 75 años) y, ahora, creciéndose en Europa: otra manita.
Este martes en el Metropolitano, el Atleti había firmado ocho ocasiones en el primer cuarto de hora, incluido el gol de Raspadori, y ya entonces el Eintracht se tambaleaba, se veía KO.
Otros dos goles iban a caer antes del descanso, obras de Le Normand y Griezmann, y de esa ya no salieron los alemanes, maltratados y desarbolados por las balas rojiblancas. Ausente Sorloth, anoche fue un recital de los mediapuntas colchoneros, tan pequeñajos como dinámicos: volaban Raspadori, Giuliano Simeone, Julián Álvarez y Griezmann, y a la fiesta se unían los hipermotivados Gallagher y Marcos Llorente, insistentes como perros de caza.
Todos esos elementos fueron demasiada tralla para un Eintracht lampiño, siempre fuera del partido. En las bandas, Collins y Nathaniel Brown no hallaban la manera de frenar a las balas colchoneras y en el centro de la zaga, Thieste y Robin Koch eran un flan.
Solo un pero empañaba la actuación del Atleti, nos referimos a unos instantes de descompresión en la segunda parte, posiblemente una servidumbre de las circunstancias: tan sobrado iba el Atlético y tan cuesta abajo iba el partido, que los colchoneros se dieron un respiro a sí mismos y le regalaron oxígeno, momentáneamente, al Eintracht.
Burkardt aprovechó esa coyuntura para recortar la distancia, pero hasta ahí. Ya con Koke en el terreno (buen fondo de armario tiene Simeone), el Atleti recuperó el tono y cerró el marcador con otras dos dianas, obras de Giuliano y Julián Álvarez (tenso penalti a lo Panenka).

