Paul Breitner (Kolbermoor, Baviera, 1951) llegó al Real Madrid en la temporada 1974-75, procedente del Bayern de Munich. Era la apuesta blanca para enderezar el rumbo errático del primer año de la apertura a los futbolistas extranjeros en España. Un año antes, mientras el Barcelona conquistaba la Liga con el dúo Cruyff-Sotil, el Madrid había fracasado con la combinación del alemán Günter Netzer y el argentino Óscar Pinino Mas. Ambos, curiosamente, habían mantenido contactos con el Barça con anterioridad, especialmente Netzer, que había causado impresión en el Camp Nou con ocasión del Gamper de 1972, cuando jugaba en el Borussia Mönchengladbach a las órdenes de Hennes Weisweiler.
El Madrid también estrenaba entrenador, Miljan Miljanic, abriendo así una nueva etapa después del larguísimo periodo de Miguel Muñoz, eternizado en el banquillo del Bernabeu desde 1960 hasta 1974.
Con discurso propio y compromiso social, anotó uno de los goles más polémicos de la Liga
El nuevo técnico yugoslavo tuvo el acierto de reconvertir a Breitner, flamante campeón del mundo con Alemania en 1974 jugando como defensa lateral, en un centrocampista de enorme despliegue físico y un apreciable disparo de larga distancia que sorprendía a los porteros rivales. Era preciso mantenerse dentro de la normativa vigente y el Madrid convenció a Mas para que renunciara (cobrando) a los dos años de contrato que aún tenía y abrió la puerta a la incorporación de Breitner.
Con abundante cabellera rizada, barba, bigote, patillas pobladas y mirada penetrante, su presencia en el centro del campo imponía respeto y permitía al cerebral Netzer desplegar su calidad técnica. Pero Breitner era también un tipo especial, con opinión propia y lengua acerada. En el Bayern había tenido a Udo Lattek como entrenador (“no hay nadie con menos autoridad que él en la Bundesliga”), había compartido equipo con Franz Beckenbauer (“el enterrador del fútbol”) y había acabado por anunciar que ya no se sentía bávaro antes de trasladarse a España.
Jugó tres temporadas en el Real Madrid (ganó dos veces la Liga) y obtuvo aún mayor protagonismo cuando fue reconocido públicamente como seguidor de Mao, a raíz de unas fotografías en las que aparecía con el Libro rojo en las manos o también en la butaca de una habitación decorada con pósters de Mao i del Che Guevara. “Breitner es maoísta”, se dijo, aunque en el fondo se trataba más de una actitud provocativa que otra cosa. Sí es cierto, sin embargo, que tenía unas inquietudes sociales poco habituales para el fútbol de su tiempo y que incluso cooperó con unos trabajadores en huelga de la empresa Standard y aportó medio millón de pesetas a la caja de resistencia, pero también lo era que solía dejarse ver con coches de alta gama sin el menor reparo y que aceptó una oferta de 150.000 marcos para afeitarse la barba como imagen de una campaña publicitaria de artículos cosméticos.
Breitner es uno de los pocos futbolistas que puede exhibir en sus estadísticas que ha marcado un gol en dos finales de campeonatos del mundo, en 1974 ante Holanda (de penalti) y en 1982 ante Italia. No jugó el torneo de 1978 por discrepancias con el seleccionador.
Entre sus momentos más controvertidos con la Mannschaft figura también un Alemania-Austria de los 80, cuando coincidía con otro personaje de carácter fuerte, Bernd Schuster. Lo explicó así el exblaugrana: “Breitner cogía la pelota sin saber qué hacer y tardaba una eternidad en soltarla. Así que fui y se la quité de los pies, directamente”. Toda una declaración de guerra.
En España, sin embargo, la acción más polémica de Breitner llegó en un Sevilla-Madrid de la Liga 1975-76, el 9 de noviembre de 1975, hace pues 50 años. El partido finalizó en empate a uno (el gol local lo anotó el legendario futbolista gambiano Biri Biri) pero antes se había avanzado el Madrid con un tremendo disparo de Breitner desde la esquina derecha del área de penalti, un remate cruzado que acabó con el balón en el interior de la portería de Superpaco, el carismático guardameta sevillista que no entendía por dónde se le había esfumado la pelota. Ahí se armó un escándalo que paralizó el partido varios minutos, porque los futbolistas locales, con el exbarcelonista Gallego a la cabeza, aseguraron que se había colado por un hueco de la red lateral y mostraban, ante la exaltación de los aficionados (lleno absoluto y récord de recaudación), el hueco por donde se supone que había entrado el esférico. No hubo marcha atrás. El árbitro, Santiago López Cuadrado, consultó a su auxiliar y el juez de línea se mantuvo firme (reconocer el gol fantasma habría sido tanto como confesar que no habían comprobado correctamente el estado de las mallas) y el gol subió al marcador.
En los primeros análisis de la prensa se dio por válido que probablemente algún jugador del Sevilla había corrido uno de los nudos de la red para provocar el agujero. Sin embargo, días más tarde apareció en el semanario gráfico del diario deportivo As una fotografía a todo color y con suficiente nitidez del balón en el momento de golpear la red lateral, justo antes de atravesarla y acabar en el interior de la portería.



