En 1979, la Ryder Cup dio un paso decisivo para alcanzar las cotas de popularidad y el impacto en el aficionado que luce hoy en día. Aquella edición, que se celebró en The Greenbrier, en West Virginia, fue la primera en la que Estados Unidos se midió a Europa entera. Hasta entonces, el rival había sido Inglaterra y, desde 1973, también Irlanda. Expandir el torneo a un continente entero fue el germen de lo que hoy en día es esta competición, que no tiene igual. A la Ryder no se le pueden poner límites porque en cada edición se hace más grande, como si fuera una bola de nieve rodando por la ladera de una montaña. Estos días, en Bethpage Black, con el apellido de Nueva York dando el último empujón, se está pudiendo comprobar de primera mano. Más de 50.000 aficionados haciendo cola desde las 5 de la mañana para entrar los primeros, entradas a 750 dólares agotadas en apenas unas horas y carpas de hospitality por doquier, inundando cada espacio libre que hay en esta inmensa finca.
No hay ningún indicio que invite a pensar que esta gigantesca bola vaya a dejar de rodar y crecer. Su próxima parada tendrá lugar dentro de dos años en Adare Manor (Irlanda). Después rodará hasta Hazeltine (Minnesota). Y, en 2031, la ya esperadísima Ryder Cup de Camiral, en Girona. Aunque la fecha puede parecer lejana, cuando se trata de un evento de estas dimensiones, el tiempo vuela. Las carpetas se acumulan. Las tareas se multiplican. Y, por ende, los problemas aparecen.
En Bethpage hay 1.000.000 de metros cuadrados (100 campos de fútbol) construidos sólo para el hospitality
Aunque el trabajo ha sido intenso desde hace años, cuando el pasado mes de julio la organización oficializaba que el resort catalán acogería la Ryder Cup todo se aceleró. Y una de las primeras cosas que apareció en la agenda fue viajar hasta Nueva York y tomar notas para que nada se escape. Dicho y hecho, una delegación de Camiral, encabezada por su CEO, y uno de los responsables en la sombra de que el sueño se convirtiera en realidad, David Plana, se encuentra estos días observando de cerca todo lo que rodea al torneo, de puertas afuera y, sobre todo, de puertas adentro.
La expedición no sólo cuenta con miembros del resort de Caldes, también se han desplazado representantes políticos y algún patrocinador para comprobar de primera mano lo que significa una Ryder Cup. Entre otros, en Bethpage están Berni Álvarez, conseller d’Esports de la Generalitat; Fernando Molinero, director general del Consejo Superior de Deportes; Arantxa Calvera, directora de la Agència Catalana de Turisme; o José Carceller, de Damm, empresa implicada en la candidatura y que patrocinará los cinco Estrella Damm Catalunya Championships del DP World Tour que se disputarán en tierras catalanas antes de 2031.
Con una agenda de lo más apretada, todos han podido disfrutar de la competición pero también entender lo que significa organizar un evento de estas dimensiones desde dentro, visitando todas las instalaciones y reuniéndose con los responsables organizativos de todo.
Aunque la Ryder Cup es una organización global, cuando se disputa en Estados Unidos es la PGA de América la que se pone al mando y cuando se traslada a Europa es el Circuito Europeo, a través de Ryder Cup Europe, la que lo hace. Y aunque en el pliego de condiciones hay unos mínimos que se deben cumplir, hay varios aspectos que quedan en manos de los organizadores y que cambian significativamente a un lado y al otro del charco. La tolerancia del público estadounidense en algunos aspectos es mucho mayor a la de muchos aficionados europeos. En EE.UU. no se presta tanta atención a los detalles como en Europa, algo que ha podido comprobar la expedición española estos días. En la Ryder de Bethpage el acceso no es especialmente grande a pesar de los más de 50.000 espectadores diarios con entrada. No hay protestas por las largas y pesadas colas, un aspecto que en el continente se cuida más. Como la imagen del evento, que en Roma, por ejemplo, aparecía por todas partes, incluidos los centenares de autobuses oficiales. En Bethpage no hay ni rastro del escudo de la Ryder hasta que se pisa Bethpage. A todo esto también colaboran las leyes, mucho más laxas a este lado del Atlántico cuando se trata de organizar eventos.
Valientes aficionados europeos en Nueva York
Sin ninguna duda, lo que más ha impresionado a los representantes de Camiral es lo que en los torneos de golf se califica como TV Compound, una zona de la finca en la que se instala todo lo que tiene que ver con las retransmisiones televisivas, aspecto absolutamente vital en una Ryder Cup. Y no estamos hablando de un par de unidades móviles sino de más de 30 héctareas de terreno reservadas para los diferentes estudios móviles de las distintas cadenas con derechos, en los que pueden llegar a trabajar más de 100 personas en cada uno. Una brutalidad.
Aunque lo que más pesadillas genera a Camiral es la exigencia de hospitality que impone la Ryder Cup. Es decir, los espacios para los VIPs, las numerosas carpas que se reparten a lo largo del recorrido, con sus caterings incluidos, para acoger a los miles de invitados de los patrocinadores. Para entender un poco lo que esto significa se pueden coger las cifras. En Bethpage Black hay 1.000.000 de metros cuadrados construidos sólo para espacios de hospitality, o sea, 100 campos de fútbol. Esto multiplica por bastante, por ejemplo, lo que hubo en el último PGA Championship, torneo del Grand Slam, no cabe olvidar. Además, hay más de 2.000 personas trabajando en ellas. Cada jornada de Ryder
Incrustado entre las calles del 1 y del 18 emerge en Bethpage el Pavilion 1927, una de las joyas de la corona, nombrado en recuerdo del año de fundación de la Ryder Cup. Los aficionados lo miran y ven una carpa colosal de tres pisos de altura. La delegación de Camiral piensa en las carreteras de 6 metros de ancho que se necesitan para que lleguen los camiones para erigirla o en las cocinas que no se ven, y que ocupan el mismo espacio que utilizan los VIPs. Todo son puntos de vista.

