José Antonio Ponseti: “¿Y el hijo de la Thatcher?”

Vuelta y Vuelta

Isidre Esteve acarició la muerte, Laia Sanz tuvo alucinaciones: José Antonio Ponseti revive hitos de aquel Dakar africano

09 - 01 - 2025 / Barcelona / Entrevista a José Antono Ponseti, periodista, para Vuelta y Vuelta / Foto: Llibert Teixidó

José Antonio Ponseti posa con su obra, ‘Cuando éramos pilotos’, días atrás al pie de la redacción de ‘La Vanguardia’ 

Llibert Teixidó

Que ya le he dicho que no me voy a casar

J.L. Álvarez, ‘Cuando éramos pilotos’

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–Ya veo que usted es uno de esos periodistas que toman notas en la libreta –me dice José Antonio Ponseti (58) mientras habla y yo, con la cabeza gacha, apunto.

Le respondo que sí, que esa es mi forma de trabajar, y siento que el hombre me clava la mirada, y su vehemencia me hace romper mi hoja de estilo. Dejo el boli, cierro la libreta y me dispongo a escucharle activando todos los sentidos, incluida la vista: al fin y al cabo, Ponseti es una de las voces de la tele y la radio en nuestro país.

Es el turno de un contador de historias.

De historias como las que nutren su última creación: Cuando éramos pilotos, de Plaza y Janés, es el relato de cuarenta aventureros españoles que habían surcado el París-Dakar cuando el rally arrancaba en Europa y desembocaba, con mucha frecuencia, en el Lago Rosa.

(La edición del 2025 terminó ayer en el Golfo Pérsico, como nos relata Toni López Jordà en estas páginas).

–¿Usted conoce el delirio de Xavi Riba? –me pregunta Ponseti.

–Esteeee, no he llegado a ese episodio...

–Pues déjeme que se lo cuente.

–Le escucho.

(...)

Ocurrió en 1988, en una etapa de mil kilómetros entre Argel y El Oued. Sumergido en el desierto, Xavi Riba advierte que algo sucede con la rueda trasera. Está perdiendo el control de la moto. Se detiene en mitad de la nada. Al revisar la rueda, diagnostica el problema. Ha perdido seis radios.

¿Y cómo se repara eso?

Está cayendo la noche cuando Xavi Riba escucha el sonido de otro motor. Sobre las dunas se perfila la silueta de un motorista. No es un piloto del rally: va sin casco, melena al viento, de los costados de su Yamaha cuelgan sendas alforjas. Parece un hippy haciendo turismo. El hippy llega junto a Xavi Riba. Es alemán, ni papa de castellano ni inglés. Por señas, Xavi Riba le cuenta que se le está desmontando la rueda. Por señas, el hippy le dice que se lo arregla.

Al día siguiente, ‘La Vanguardia’ titulaba: ‘A Xavi Riba se le apareció Jesucristo en el desierto’”

José Antonio PonsetiPeriodista y escritor

¿Cómo es posible? ¿Quién me ha mandado a este ángel?, se dice Riba. El alemán trastea y repara los radios y Riba le dice:

–El final de etapa está relativamente cerca. Acompáñame al campamento y te invitaré a cenar y te daré dinero.

El alemán asiente.

Ambos arrancan, el alemán va a rueda de Riba. Es noche cerrada y ya están cerca del campamento y entonces Riba se vuelve y advierte que el alemán no está. Retrocede sobre la senda, cinco, diez kilómetros. Va y viene más veces. Nada, ni rastro. Al rato abandona la búsqueda.

Cuando llega al campamento se encuentra con su jefe de equipo, Emilio Bosser, y con Domingo García, entonces periodista de La Vanguardia.

Y les dice:

–No os lo vais a creer. Se me ha aparecido Jesucristo en el desierto y me ha reparado la moto.

Domingo García se encoge de hombros.

Al día siguiente, el cronista titula su crónica en La Vanguardia: “A Xavi Riba se le apareció Jesucristo”.

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(...)

Sentado en la sala Anna Politkóvskaya de La Vanguardia, José Antonio Ponseti cierra este relato y sonríe satisfecho. Me ha hipnotizado durante diez minutos.

–Pues igual que esta, el libro tiene decenas de historias similares –me dice.

Me habla de aquella etapa de 1992 en la que Joan Porcar descubrió el GPS y le dijo a Rosendo Touriñán, su copiloto: “¿Te das cuenta de lo que ha pasado? A partir de ahora van a llegar todos hasta aquí. De nada sirve nuestro conocimiento, he perdido el arma secreta, que es la habilidad de orientarme por mí mismo”.

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Me habla de Isidre Esteve cayéndose en el desierto y rompiéndose el bazo:

–Si no hubiera aparecido David Casteu, su mochilero, y hubiera visto que Esteve estaba grogui, el piloto hubiera muerto poco más tarde: tenía una grave hemorragia interna.

Me habla de Laia Sanz sufriendo alucinaciones, creyendo ver rivales que la perseguían cuando pilotaba a solas.

–Por no hablar del episodio en el que Mark Thatcher, el hijo de la primera ministra británica, había desaparecido durante seis días. Se movilizaron aviones británicos, franceses y argelinos. Margaret Thatcher pagó la fiesta. Y cuando todo acabó, vio cómo su cota de popularidad se venía abajo.

–Pero cualquier madre hubiera pagado.

–Eso también es cierto.

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