Pleistoceno vigente

Por la escuadra

Una de las noticias más celebradas del Mundial de atletismo ha sido la marca de la estadounidense Sydney McLaughlin en los 400 metros lisos. Perseguida en una formidable carrera por la dominicana Marileydi Paulino, registró un tiempo de 47s68. Había motivos para el entusiasmo. Por primera vez desde hace 40 años, una atleta se ha atrevido a merodear el récord del mundo en una distancia que define una época salvaje del atletismo, representada gráficamente por Marita Koch, la atleta de la antigua República Democrática de Alemania que desde el 7 de octubre de 1985 mantiene un récord de otro mundo: 47s60.

Ninguna atleta se había acercado a los dominios de Koch, inalcanzables para estrellas del 400 como la francesa Marie José Perec, la australiana Cathy Freeman o Paulino, campeona olímpica en París. Hasta estos Mundiales, solo otra atleta había bajado de los 48 segundos, la checa Jarmila Kratochvilova, que en los primeros Mundiales (Helsinki 1983), asombró al personal con una marca de 47s99 segundos. Dos años después, Koch batió el récord de Kratochvilova, que todavía tenía el de 800 metros con un tiempo de 1m53s28, otro muro insalvable.

Por primera vez en 40 años, una atleta se ha atrevido a merodear el récord del mundo de Marita Koch

Dos generaciones, pongamos que las personas menores de 50 años, no vieron correr a Koch, ni a Kratochvilova, atletas forjadas en un momento geopolítico que utilizó el deporte como forma masiva de propaganda. Aquel tiempo pasó, al menos en los deportes olímpicos, con el desplome del régimen comunista en la Unión Soviética y el de sus satélites al otro lado de lo que denominó telón de acero. Entre todos, ninguno llegó a compararse a la RDA en el ámbito del deporte.

Sus dirigentes vendían los apoteósicos éxitos de sus atletas como un indicador de la superioridad política, deportiva y moral del sistema, tan eficaz que llegó a contrariar a los dirigentes de la URSS. La RDA tenía una población de 16 millones de habitantes, pero en cada edición de los Juegos obtenía un número de medallas similar al de Estados Unidos y la URSS, los dos gigantes del deporte.

A pocos, salvo a los más fieles del atletismo, les sonará el nombre de Marita Koch, pero en su día fue el mascarón de proa del éxito de su país en la esfera del deporte y posteriormente el símbolo de una manipulación ilimitada, en algunos aspectos demencial, por parte de un Estado que sistematizó el dopaje hasta extremos inconcebibles. Todavía hoy permanecen 13 registros de las atletas de la RDA como récords nacionales de la Alemania reunificada, todos conseguidos en los años ochenta : 100, 200, 400, 800 y 1.500 metros, 100 y 400 metros vallas, salto de longitud, peso, disco y jabalina (versión anterior a la actual) y los relevos 4x100 y 4x400. En aquellos días, el triple salto, el lanzamiento de martillo, los 3.000 m obstáculos y el salto con pértiga no figuraban en el programa olímpico, ni en los Mundiales.

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Koch mantiene dos: 200 (21s71 segundos) y 400 (47s60s), además de uno como integrante del 4x400. Marcas de un pleistoceno aún vigente. Con las marcas que la encumbraron, la alemana habría ganado los 400 en los Mundiales que se celebran en Tokio. En los 200, solo la estadounidense Melissa Jefferson ha mejorado el crono de Koch.

La inmersión en los archivos de la RDA destapó la magnitud de aquel modelo sistemático de dopaje, detallista hasta el horror. Marita Koch, que guarda silencio sobre el asunto, también figura en el amplísimo catálogo de atletas utilizadas a mayor gloria del Estado. Asombra que 40 años después de registrar sus fantásticas marcas, lo mismo que Kratochvilova, o las lanzadoras/es, permanezcan inaccesibles bien entrado el siglo XXI, en medio de la vertiginosa sucesión de innovaciones que han presidido los últimos 40 años, incluidas las destinadas a trampear el deporte con las más insospechadas formas de dopaje.

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