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Yoshinobu Yamamoto ha devuelto la sonrisa a la ciudad californiana

Yoshinobu Yamamoto sostiene el trofeo que le reconoce como jugador más valioso de las Series Mundiales

Yoshinobu Yamamoto sostiene el trofeo que le reconoce como jugador más valioso de las Series Mundiales

Getty Images via AFP

En el Japón medieval los samuráis utilizaban sus habilidades marciales con la espada y con el arco para defender los territorios de los nobles, como por ejemplo el clan de los Nawa, señores feudales de la ciudad de Okayama, en el sur del país, y dueños en su día del castillo negro, que es la principal atracción del lugar. O mejor dicho, lo fue durante siglos, hasta que uno de sus ciudadanos, Yoshinobu Yamamoto, fue decisivo en el triunfo de los Los Ángeles Dodgers en las Series Mundiales de béisbol con una actuación histórica.

Los Ángeles necesitaba un samurái después de un annus horribilis con los incendios que devastaron barriadas enteras, el ejército de Trump en las calles y las redadas de la migra , que tienen a la comunidad latinoamericana de la metrópoli en estado de pánico, con miedo a salir a la calle (los cafés y terrazas están vacíos) por si serán deportados. Y lo ha encontrado en Yamamoto, que no vive en un castillo feudal pero sí en una fabulosa mansión con piscina y vistas en Hollywood Hills, solo y sin compromiso, dedicado a perfeccionar sus letales lanzamientos de la pelota a diversas velocidades y ángulos, con efecto y sin efecto. Es así, sin balas, espadas, cuchillos, catanas o flechas, como aniquila a los rivales.

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Los servicios del espadachín de los Dodgers fueron muy cotizados cuando llegó como agente libre a las Grandes Ligas hace un par de años, y fue perseguido por todos los equipos capaces de pagar su nómina (Yankees, Mets, Red Sox, Giants...). El gato al agua se lo llevaron los angelinos, quizás porque allí estaba ya su compatriota Shohei Ohtani, considerado el mejor jugador de todos los tiempos por delante de leyendas como Babe Ruth, Mickey Mantle y Joe di Maggio, y también Roki Sasaki, pitcher (lanzador) como él, y le explicaron lo bien que se puede vivir en el sur de California con dinero y un chófer que se chupe al volante los atascos para ir a entrenar.

Con 1,78 m de altura y 80 kilos de peso, Yamamoto no es ningún prodigio de la naturaleza. Y aunque empezó a jugar al béisbol (como catcher y tercera base) ya de niño, en la escuela primaria, nadie dio un duro por su futuro en el deporte hasta que llegó a la universidad y mostró sus demoledores lanzamientos a entre 150 y 155 kilómetros por hora, combinados con pelotas curvas que caen de repente por la ley de la gravedad y otras con efecto que se mueven de izquierda a derecha y viceversa como por los efectos de un vendaval, y dejan a los bateadores enemigos a verlas venir, confundidos y desesperados.

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Los Dodgers tienen dinero (muchos piensan que demasiado, y por eso son el primer club en repetir título en un cuarto de siglo), tanto como para pagar a su samurái diestro 325 millones de dólares por doce años. Yamamoto debutó en el béisbol profesional en el 2017 con los Búfalos de Orix, con los que ganó 70 partidos y perdió solo 29, y conquistó tres triples coronas (los premios anuales a los pitchers, entre ellos el del mejor del año).

Con los Dodgers tiene, tras dos campañas, una marca de 19 triunfos y diez derrotas, que está bien, pero su auténtica explosión se ha producido en las recién concluidas Series Mundiales, de las que ha sido el héroe con dos victorias, un partido completo y la heroicidad de jugar dos días seguidos, incluidas las entradas decisivas del séptimo y último juego, cuando lo habitual son cinco o seis de descanso.

Cuenta Yamamoto que de niño era un llorón y que hacía pucheros ya fuera por olvidarse la comida para el colegio en casa o –más habitualmente– por perder un partido, o cuando una lesión en el codo hizo dudar por su futuro en el béisbol. Ahora, de mayor y desde las alturas de Los Ángeles, solo tiene razones para reír.

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