El fútbol no se come con palillos

Deportes sin fronteras

La corrupción y la interferencia política lastran su desarrollo en China

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Los jugadores de la selección de China, antes de un partido contra Australia de la clasificación para el Mundial 2026 

DeFodi Images / Getty

Puede que Xi Jinping sea el único líder que ha plantado cara a Trump en el tema de los aranceles, que charle amigablemente con Putin sobre la eterna juventud y cómo el trasplante de órganos sea capaz de prolongar la vida (para quienes tengan el dinero) hasta los 150 años, que urda la invasión de Taiwán, consiga que se fabriquen los mejores coches eléctricos y disponga de uno de los ejércitos y una de las economías más imponentes del mundo, pero hay una cosa que no puede lograr por mucho que se empeñe: hacer que China juegue bien al fútbol.

Jinping es un gran aficionado al deporte del balón, y ha dicho que tiene tres sueños: que su país se clasifique para un Mundial (solo lo hizo en el 2002 y se marchó sin marcar un solo gol), que lo organice y que lo gane. De esos deseos, el último es una utopía, para el primero hará falta que la selección (actualmente número 94 en el ranking de la FIFA) mejore mucho, y el de en medio es el más viable, porque con dinero todo (o casi todo) se compra.

La pirámide está invertida, hay pocos futbolistas federados y las decisiones las toma el Partido Comunista

De hecho, que todo se compre con dinero es uno de los problemas de la caótica situación del fútbol chino, donde un escándalo de corrupción, sobornos, manipulación de resultados, apuestas ilegales y todo tipo de chanchullos ha mandado a la cárcel a directivos, funcionarios y hasta al exseleccionador nacional Li Tie, condenado a veinte años de cárcel. En su confesión, el excentrocampista del Everton y el Sheffield United admitió haber pagado unos 400.000 euros por entrenar al equipo, y señaló que era habitual que los jugadores pagaran por figurar en la alineación. Uno de ellos se quejó de que si hubiera sido más rico, habría sido doscientas veces internacional.

Pero aparte de la corrupción, el gran lastre del fútbol en China es la interferencia política en un país acostumbrado a que todo lo controle el Partido Comunista y las decisiones vengan de arriba. En el balompié no funciona que las tomen funcionarios más interesados en hacer la pelota a sus jefes y ganar puntos que otra cosa. Así no se meten goles. Los países que tienen éxito cuentan con una pirámide en cuya parte de abajo están los clubs amateurs, de donde salen los grandes profesionales del futuro. En el gigante asiático esa pirámide está invertida, con muchos administradores y apenas niños que jueguen en las calles y los parques. Xi Jinping no puede entender que de más de 1.400 millones de habitantes no salga una selección nacional medio decente, pero es que solo hay cien mil chicos y chicas federados, mientras que en Inglaterra (con una población veinte veces menor) son casi un millón y medio.

Europeos que han jugado y entrenado en China explican que la técnica no está mal, pero que los jugadores carecen de inteligencia futbolística y tienen tanto miedo al fracaso que están paralizados. Fallar un regate, un pase o un chut no son simplemente un error o mala suerte sino motivo de vergüenza, una traición a los compañeros y al equipo. Y con esa mentalidad no se va a ninguna parte. Otra cosa son los deportes individuales en los que se entrena a base de repetición (tenis de mesa, gimnasia, karate y otras artes marciales, levantamiento de pesos, salto de trampolín...), que contribuyeron a que en los Juegos de París el país obtuviera tantos oros (40) como Estados Unidos.

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En China el dogma y la deferencia priman sobre la imaginación, la fantasía y la pasión, lo cual es una pésima receta para ganar en el fútbol. Aunque si Xi Jinping consigue vivir otros ochenta años como discutió con Putin (ahora tiene 72), quizás sea tiempo suficiente como para que se cumplan sus sueños. Aunque el de ganar un Mundial quizás requiera algo más, y no hablamos de dinero...

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