Si fuese el FC Barcelona quien estuviese en la tesitura del RCD Espanyol, miles de personas ascenderían en romería a Montserrat día y noche esta semana, los tranquilizantes habrían desaparecido de las farmacias y Barcelona sería una ciudad taciturna, apesadumbrada por la posibilidad de que todo lo que puede salir mal sobre un campo de fútbol saliese mal el sábado y las campanas de la Sagrada Familia doblen a descenso.
Nadie puede decir que siente pasión por el fútbol si no ha vivido como algo propio un partido de promoción o una final sin copas, confetis ni pasacalles en la que te juegas permanecer en Primera o bajar a Segunda (o a Primera RFEF o Segunda RFEF), ese infierno en el que duermen el sueño de los justos clubs como el Sporting de Gijón, el Real Zaragoza o el Málaga.
 
            El Espanyol celebra un gol en el RCDE Stadium
Ser del Espanyol es meritorio: en tus finales no hay trofeos, confetis ni pasacalles
Ganar un título es la gloria, conservar la categoría lo es todo. Se trata de una forma de sufrimiento existencial, a la medida de quienes nunca han oído hablar de tripletes ni se han quejado de la vida porque ya saben que el sufrimiento va con el espíritu de tu club. Nadie se hace en Madrid del Atlético para ganar copas y presumir ante las visitas...
¿Qué se siente cuando tu club tiene una final el sábado y el premio es seguir donde estas, sin avanzar un milímetro? El mérito del RCD Espanyol, como el de tantos otros clubs centenarios de Catalunya, está en una capacidad de supervivencia sin otro premio que esa capacidad. No es ser, es existir. ¿Aguantaría la masa social del Real Madrid o el Barça un descenso a Segunda? Intuyo que las deserciones serían multitudinarias porque, en general, a la gente le gusta estar en el bando de los que ganan. Al aficionado profundo, sin embargo, partidos como el RCD Espanyol-UD Las Palmas les resultan imprescindibles para descubrir todas las dimensiones del fútbol. Si la temporada del Barça ha sido un capítulo de Indiana Jones, la del Espanyol es una cinta espesa cuyo partido final decidirá si es del género de comedia o de terror (escuela coreana).
A diferencia de las finales oficiales, nadie dirá a los jugadores blanquiazules aquello tan bonito de: ¡salid y disfrutad! Y menos Manolo González, que ya se doctoró la temporada pasada con la promoción y viene del fútbol modesto, que en Catalunya es todo lo que está por debajo del RCD Espanyol. Se trata de ganar y para ganar partidos así lo decisivo es domesticar el miedo.
Ser del RCD Espanyol tiene mérito porque la vida consiste en vivir, sufrir y celebrar los tres puntos del sábado. Te atropellan aficionados y la sociedad exige disculpas. Se trata, en resumen, de otra forma de vivir el fútbol. Tan futbolera como la otra.
 
                                
             
                                
             
                                
             
                                
             
                                
             
                                
             
                                
             
                                
             
                                
             
                                
             
            

