Son las cuatro menos cinco, se acabó la sobremesa en el restaurante del RCTB, toca asomarse al palco, Carlitos salta a la pista a las cuatro.
Observo la desbandada mientras apuro el cortado.
Ejecutivos de traje y corbata se despiden precipitadamente, “te veo luego, que empieza Alcaraz”, y corriendo buscan los vomitorios y se arrebujan en los palcos y en las gradas, ni un alfiler cabe en la pista Rafael Nadal.
Carlos Alcaraz (21) dice que quiere seguir siendo Carlitos, pero no hay manera, ya no nos sale. Este Carlitos que ahora es Carlos es un tenista superlativo, el segundo del mundo en este momento. Y ya luce cuatro títulos del Grand Slam. Y cuando intuye su presencia, la muchedumbre abre los codos para acceder al lugar, nadie quiere perderse su debut.
Carlos Alcaraz llega fino y enrachado a Barcelona, llega como en otros tiempos lo hacía Rafael Nadal –lo queramos o no, será inevitable: siempre compararemos al uno y el otro–, llega con el título del Masters 1.000 de Montecarlo bajo el brazo (en este 2025, ha ganado uno de cada tres torneos que ha disputado) y Ethan Quinn, del otro lado de la pista, se siente pedalear en el túnel del viento.
Ethan Quinn tiene 21 años, como Carlitos (perdón, Alcaraz), pero pocas veces se ha visto en una de estas, quiero decir combatiendo contra uno de los grandes del circuito.
Quinn es el 126.º del mundo (su mejor ranking histórico es el 123.º, más o menos como está ahora), y en este año ha ganado tres partidos del circuito ATP y ha perdido seis (contando el de ayer, ante Alcaraz), y para entrar en este cuadro grande ha pasado por la fase previa, tenista modesto, estajanovista, y juega en campo ajeno y ante un tenista lanzado.
De un torneo al otro casi todo cambia: aquí la pista tiene más tierra y es más lenta, y la bola se hace más pesada”
Alcaraz juguetea con los tiempos y los ritmos, y arranca enrabietado, no quiere verse como días atrás, en Montecarlo, sumando sets y minutos en la pista (“si puedo ganar en dos sets, mejor que mejor”, decía en la víspera), y en un pispás parece merendarse a Quinn.
Nos topamos con un Alcaraz en estado puro, y juega apropiándose de la primera manga, y entre el público, cazo un comentario a vuelapluma:
–Alcaraz tan solo falla cuando llegan voces desde el exterior, cuando patalean o vocean en la pista anexa.
Me centro en ese dato.
Y es cierto.
En la pista Andrés Gimeno, porfían Jaume Munar y Frances Tiafoe, el balear tumba al estadounidense en tres sets (2-6, 7-5 y 6-1), y conforme ese partido se acerca al desenlace, y cuanto más chilla la hinchada, más se dispersa Alcaraz.
Las dispersiones de Alcaraz son ya un clásico del tenis contemporáneo: llevamos años viviéndolas, son una bajada de tensión, acaso consecuencia del exceso de talento y el exceso de confianza, una combinación que puede resultar indigesta.
Pues en ocasiones, condiciona el juego del murciano.
(Como cronista, me cuesta comprender esas dispersiones, del mismo modo que me cuesta comprender cómo el murciano es capaz de sobreponerse a ellas, sacudirse el desconcierto y acabar despachando al rival).
Las dispersiones de Alcaraz alargan el segundo set hasta el tie break –después de que el murciano perdiera el servicio cuando sacaba para ganar– y el público, en realidad, lo agradece, show must go on , otra cosa es lo que opine Alcaraz un ratito después, cuando salva una pelota de partido, remata con una dejada marca de la casa y, al fin, más tarde que pronto, redondea la faena (6-2 y 7-6 (6)) echándole “cabeza, corazón y cojones”, una de sus frases.
(“Caramba, dónde ha llegado el lema de mi abuelo, que incluso Ancelotti lo usa para arengar la remontada del Madrid”, dice Alcaraz más tarde).
Y también dice:
–He jugado un partido con muchos altibajos. En el primer set he dominado bastante aunque en algún momento he tenido complicaciones al sacar. Mi juego no ha sido el mejor. En el segundo han llegado más complicaciones en el saque y no las he sabido salvar del mismo modo. El querer hacerlo bien ante tu público genera nervios extras, perjudica un poquito, y la urgencia de adaptarme a las condiciones lo ha complicado un poco más.
–¿Qué cambios hay entre Montecarlo y Barcelona?
–Casi todo es diferente, aunque las bolas sean las mismas. Aquí la bola se vuelve más grande, cuesta moverla más, hay más tierra, la pista es más lenta, el encordado también cambia, necesitas un rodaje para comprender las condiciones del momento. Y me ha faltado tiempo para disfrutar del triunfo de Montecarlo.
Su victoria le proyecta hacia la segunda ronda, donde el jueves le espera Laszlo Djere. El serbio exige ya un punto más de calidad, es el 80.º del mundo pero en el 2019 era el 27.º y cuando toca, muerde.
–Recuerdo un partido duro a tres sets en Buenos Aires, en el 2023. Tal vez no se espera mucho nivel por su parte, pero cuando lo tienes delante te das cuenta de su juego: se crece cuando tiene un rival fuerte. Sé que tendré que jugar mejor, con menos altibajos.
(En otros tiempos, Djere ha derrotado a Juan Martín del Potro, Casper Ruud y Dominic Thiem, entonces jugador del Top 10).
Igual que avanzaba el murciano, también lo hicieron Ruud, Tsitsipás, de Miñaur (posible rival de Alcaraz en la tercera ronda), el sensacional Arthur Fils, una de las sensaciones de los últimos tiempos, y Alejandro Davidovich: a última hora de la tarda despachaba al cuarentón Stan Wawrinka en dos sets, por 6-1 y 6-4.
(Mejores tiempos vivió este Wawrinka, campeón de tres Grand Slams en la década pasada, hoy un tipo maduro que alarga y alarga la carrera hasta el infinito).