Hace unos meses, un perro robot me trajo un café. Durante mi último viaje a China, visité un lugar que parece salido de un relato de ciencia ficción: el nuevo campus de I+D de Huawei, en las afueras de Shanghai. Más que un centro tecnológico es un ensayo general del futuro. Y no exagero si digo que es el laboratorio más adelantado que he pisado nunca. La escala impresiona: más de dos millones de metros cuadrados, 104 edificios, lagos artificiales, puentes, bicicletas inteligentes, más de un centenar de cafeterías donde parece que estés en una película de Wes Anderson y un tren que transporta ingenieros entre laboratorios de IA física, 5G adelantado, sistemas de autoconducción o computación distribuida. Puede alojar hasta 40.000 personas en edificios de estética improbable: templos bizantinos, palacios venecianos o salas futuristas.
Pero lo más impactante no es la arquitectura, sino la sensación de que la tecnología ya no solo se ve: se toca, se mueve, te mira y actúa. La inteligencia artificial física – embodied o physical AI – es la última frontera. Hasta ahora hablábamos de algoritmos que escribían, filtraban o decidían. Ahora caminan, manipulan objetos frágiles, conducen y cocinan. Y se añade la agentic AI : sistemas que toman decisiones por iniciativa propia. Allí vi un perro robot esquivando obstáculos mientras me traía un café, conectado a un sistema de IA en la nube con latencia de solo 32 milisegundos. Conduje un vehículo que estaba a unos kilómetros de distancia. Con unas gafas de IA podía ver información proyectada en tiempo real. No eran demostraciones. Eran casos de uso.
Posibilidad real
Un robot de compañía solo necesita cuerpo y conexión; el cerebro es colectivo, distribuido, compartido
Estos prototipos son funcionales y escalables. Algunos podrían salir al mercado en pocos años. Algunos ya operan en entornos reales, coordinándose para hacer tareas logísticas, comerciales o asistenciales. Y lo hacen porque la inteligencia no vive dentro del dispositivo sino fuera. El robot actúa. Lo que piensa –y aprende– es la nube. Este modelo se basa en edge computing y 5G-Advanced: la información se procesa junto al dispositivo, con latencia mínima. Es clave para robots que operan en red o en entornos que requieren respuesta inmediata. Y en ámbitos domésticos, el principio es similar. Un robot de compañía solo necesita cuerpo y conexión. El cerebro es colectivo, distribuido, compartido.

Un perro robot
Y lo más extraordinario es que funciona. No es una promesa. El campus es un laboratorio urbano para probar cómo conviviremos con máquinas que ya no son herramientas, sino colaboradoras con voz, forma y presencia. Esta nueva etapa nos obliga a redefinir conceptos como trabajo, servicios o asistencia. Y a hacernos nuevas preguntas: ¿qué oficios desaparecerán?, ¿cuáles surgirán?, ¿qué capacidades tendremos que desarrollar? La alfabetización digital ya no es solo saber programar. Es aprender a gestionar la convivencia con la inteligencia artificial física. Saber interpretarla, contextualizarla y, sobre todo, no perder la brújula humana. Europa haría bien en visitar este campus con los ojos bien abiertos. La soberanía tecnológica no se decreta. Se construye.