Cuando James Watt perfeccionó la máquina de vapor en el siglo XVIII, no solo arrancó las calderas de las fábricas, sino el motor de una nueva economía. La productividad, medida en términos de producción generada por unidad de trabajo, dejaba así de depender del factor humano para pasar a escalar a ritmos hasta entonces nunca vistos.
Hoy, más de dos siglos después, asistimos a una revolución comparable, si no superior, aunque esta vez el vapor no mueve engranajes sino neuronas. Y es que el surgimiento de la Inteligencia Artificial (IA) no mecaniza los músculos, sino que aumenta, y en algunos casos ya sustituye, las capacidades cognitivas.
Desde que modelos como Chat GPT irrumpieran hace casi tres años, las proyecciones sobre crecimiento, productividad y disrupción laboral se han disparado”
La IA generativa revoluciona por momentos el discurso económico y tecnológico. Desde que modelos como Chat GPT irrumpieran hace casi tres años, las proyecciones sobre crecimiento, productividad y disrupción laboral se han disparado. Pero con inversiones de 34.000 millones de dólares en 2024 (+18,7% vs. 2023) lideradas por las grandes tecnológicas y con visos de seguir aumentando, los indicadores de productividad no mejoran globalmente. ¿Por qué?
La economía y la sociedad se enfrentan a dos cuestiones clave en el acomodo de la IA a la vida moderna. La primera nos muestra que, históricamente, los grandes progresos tecnológicos presentan un decalaje antes de impactar de lleno en la economía. Recordemos cómo la electricidad tardó varias décadas en transformar las fábricas y procesos productivos. O cómo la introducción del microchip trajo importantes avances de productividad en EE.UU. en la década 1995-2005, pero 20 años después. La adopción de la IA podría seguir este patrón.
Estudios del MIT revelan que el 60% de los empleos tienen al menos un 30% de tareas automatizables, y sólo el 5% de los empleos serán prescindibles”
La segunda cuestión primordial es el impacto de la IA en el mundo laboral. ¿Hasta qué punto supondrá un proceso de destrucción o de transformación? Según el Foro Económico Mundial, en la próxima década se eliminarán 83 millones de empleos, pero se crearán 69 millones nuevos –saldo menos catastrófico de lo que se pensaría–.
Más allá de la cantidad, lo importante es la naturaleza del cambio, y es que en gran medida la IA no sustituirá, sino que ayudará en tareas específicas. Estudios del MIT revelan que el 60% de los empleos tienen al menos un 30% de tareas automatizables, y sólo el 5% de los empleos serán prescindibles. En realidad, asistimos ya al surgimiento de nuevas profesiones: ingenieros de prompts, formadores de datos sintéticos o la curación de contenido.
Sin educación digital, infraestructura accesible y regulación flexible, los avances tecnológicos no implicarán incrementos de productividad”
En este sentido, creemos que el foco residirá de nuevo en el capital humano. Y es que, sin educación digital, infraestructura accesible y regulación flexible, los avances tecnológicos no implicarán incrementos de productividad. No es casualidad que países educados y tecnológicamente avanzados cómo Corea del Sur, o Estonia sí constatan ganancias de productividad que oscilan entre el 0,5% y 3,4% anual en el escenario óptimo.
Si la máquina de vapor liberó a millones de trabajadores del esfuerzo físico para dar paso a otras industrias, la IA podría hacer lo propio con tareas mentales repetitivas. Aunque las empresas enfrentan barreras estructurales que respaldan la idea que los progresos tangibles tardarán en materializarse –falta de personal capacitado, la resistencia organizacional al cambio o los elevados costes de adopción–, la IA probablemente supondrá un nuevo paradigma en pos del salto hacia nuevas cotas de productividad. Posiblemente la diferencia radique entre los que se limiten a temerla y aquellos que aprendan a integrarla con buenos propósitos y visión.
