En la última edición del MWC Shanghai, el director general de GSMA, Vivek Badrinath, puso encima de la mesa el nuevo triángulo virtuoso de la revolución digital: infraestructura, inversión e innovación. Tres palabras que, en una estrategia coherente, pueden transformar economías enteras y reordenar el liderazgo tecnológico global. Su presentación fue una advertencia y una oportunidad. Por una parte, China se consolida como líder absoluto en el despliegue del 5G, con más de 1.000 millones de conexiones previstas antes del 2030. Pero no es solo una cuestión de cobertura: su tejido empresarial está haciendo un uso intensivo de la inteligencia artificial generativa, muy por delante de las empresas europeas o norteamericanas, que en muchos casos todavía se encuentran en fase de prueba o de planificación.
El mensaje de GSMA está claro: la tecnología móvil generará más de 2 billones de dólares en valor en el mundo entre el 2024 y el 2030. El 40% de este impacto tendrá lugar en el sector industrial, seguido por la restauración, la construcción, la agricultura y las finanzas. El mensaje implícito es potente: la digitalización ya no es solo cosa de startups o laboratorios, sino de tractores, fábricas y grúas. Sin conectividad, ninguno de estos sectores podrá ganar competitividad global ni sostenibilidad ambiental.
Reto
Infraestructura, innovación e inversión son los conceptos clave para promover la transformación digital también en Europa
Para que esta transformación sea real, Europa necesita “campeones” tecnológicos propios, especialmente en telecomunicaciones. Con decenas de operadoras fragmentadas, la capacidad de inversión para desplegar el 5G Advance o preparar la 6G es inviable. Hacen falta operadoras paneuropeas con escala suficiente, que puedan competir globalmente y asumir los costes de infraestructura del futuro, como pasó con Airbus en la aeronáutica. Y para hacerlo posible, Europa tiene que facilitar la consolidación transfronteriza. Si no lo hacemos, la conectividad europea quedará en manos de intereses foráneos.

Jason Alden
En Europa a menudo hablamos de innovación como si fuera una apuesta marginal. Pero sin infraestructuras digitales robustas e inversiones sostenidas en redes, centros de datos y computación en la nube, la promesa de la IA, la robótica o el edge computing quedará en papel mojado. Como dice GSMA: escalar quiere decir invertir. Y no solo con regulación y discursos, sino con políticas públicas valientes, ejecución rigurosa y colaboración real entre el sector público y el privado.
Para no depender de otros continentes, tenemos que garantizar que las empresas europeas innoven sobre infraestructuras propias y abiertas. No podemos continuar encapsulados en ecosistemas controlados por gigantes tecnológicos ajenos. La soberanía digital no es un lujo: es una condición para tener voz propia en el futuro. Barcelona, como sede del MWC, tiene una oportunidad histórica para liderar esta nueva etapa. Pero necesita una Europa con criterio, que vuelva a creer en su potencial digital. El futuro no se espera, se construye.