Todos sabemos qué es el analfabetismo, ¿verdad? Durante siglos, no saber leer ni escribir fue la barrera más clara entre quienes accedían al conocimiento y al poder, y quienes quedaban fuera. La alfabetización abría puertas a la educación, a la participación y a la libertad individual. Y por eso extenderla de forma universal fue uno de los grandes avances de la historia.
Hoy, en pleno siglo XXI, surge una nueva forma de analfabetismo. Y tiene que ver con algo muy cotidiano: la incapacidad de desconectar. No saber cerrar una pestaña. No saber silenciar una notificación. No saber apagar el móvil durante una comida o una conversación. Esa dependencia de las pantallas erosiona nuestra capacidad de relacionarnos y concentrarnos y, con ella, nuestra manera de comprender el mundo.
Según el informe Attention Spans: Consumer Insights elaborado por Microsoft Canadá en 2015, la atención sostenida promedio cayó a 8 segundos. De acuerdo, no es una investigación científica rigurosa pero el estudio incluía una cifra que se volvió viral. Se comparaban ese lapso de tiempo de atención humana, con los 9 segundos supuestamente atribuidos a un pez dorado, reflejando una inquietud real: vivimos rodeados de estímulos diseñados para interrumpirnos constantemente.
Cada aviso, cada sonido y cada banner busca capturar unos segundos de nuestra atención y desviarnos a otra parte. Hemos llegado a creer que cambiar de tarea constantemente es señal de eficacia. Lo llamamos “multitarea”, cuando en realidad es dispersión, desorden, ineficiencia (y termina en ansiedad, lo sé por experiencia). Saltamos de aplicación en aplicación, de mensaje en mensaje, como si todo exigiera respuesta inmediata.
En los años cincuenta, dos investigadores, James Olds y Peter Milner, descubrieron algo inquietante: si una rata podía pulsar una palanca para estimular directamente un área de su cerebro asociada al placer, lo hacía sin descanso. Prefería esa descarga a comer o dormir, hasta el punto de agotarse. Ese experimento abrió el camino para entender los circuitos de recompensa en el cerebro. Hoy, las pantallas actúan con una lógica parecida: cada notificación es una pequeña descarga, un estímulo que empuja a volver una y otra vez, incluso si eso significa descuidar lo esencial. Esa fragmentación tiene consecuencias. Algunos (de todas las edades) no han leído un libro entero en años, pero consumen hilos interminables, vídeos acelerados y titulares incapaces de desarrollar una idea completa. Nos hemos habituado a una dieta de información rápida, superficial y desechable.
Es el resultado de una economía que se alimenta nuestra atención gracias al analfabetismo. Las plataformas compiten por ella, y nosotros, sin darnos cuenta, la cedemos cada vez más barata. Por eso, así como en el pasado no bastaba con repartir libros sin enseñar a leer, hoy no basta con disponer de tecnología sin aprender a gestionarla.
Y ojo: no se trata de rechazarla, sino de entender su lógica. Está diseñada para engancharnos, no para ayudarnos a pensar.
Este nuevo analfabetismo se hace visible a diario: en el insomnio, el agotamiento y la sensación de estar siempre conectados, pero cada vez más solos y dispersos.
Más ideas en el próximo No Lo Leas.