Es tradición poner adjetivos a la economía, a pesar de su tronco común ( oikos-nomeia ; reglas para llevar aquello que es propio, en traducción libre). Los de género y desarrollo son recientes, y premonitorio es el de la economía del envejecimiento. No veo igual interés, sin embargo, en la economía de los jóvenes. Silentes todos ellos en el espectro del análisis, de quien no tiene pasta, ni a veces trabajo ni casa donde emanciparse. Pero el devenir está en sus manos.
En efecto, de los jóvenes depende el futuro. Y lo que la economía les ofrece no es para tirar cohetes. De entrada, se tienen que formar, y los incentivos a hacerlo –la prima de formación– para mejorar su capital humano es, como mínimo, tenue. Se tienen que comprometer con el oficio. Contratos temporales, de interinos, de prueba entorpecen su compromiso con la empresa, y así la lealtad a su continuidad, sin saber si sobrevivirán. Una vez contratados, si es el caso, tienen que tener, como mínimo, una retribución que iguale el valor de la productividad marginal de la tarea que hacen. Y si la productividad es baja, porque eso es el modelo que les provee la economía, algunos con empuje emprendedor migrarán, haciéndose autónomos si los dejamos, o llevando talento a otros lugares. Entre los que comprueban los pobres salarios recibidos, no puede extrañar el su elevado absentismo: ‘para lo que me pagan, ajusto de esta manera el coste unitario de mi esfuerzo y la hora trabajada’. Y si les preguntamos, como dicen las encuestas, sobre su disposición a pagar impuestos, ‘ni hablar, dado lo poco que hay para mí del gasto social financiado’.
Políticamente, mejor no les hablemos de las ventajas de la globalización. Su interés propio empieza por no supeditarse a lo que digan los mercados o un mundo global que ven con hostilidad, por mucho que les digamos que, cuanta más liberalización, más creación de empleo. Es más, ellos observan, que pese a crear mucho empleo, sigue aumentando el paro, teniendo en cuenta para quién son los puestos de trabajo generados. Contra la globalización y los recién llegados, las afiliaciones a los partidos ultra de no dejan de aumentar.
Suben las afiliaciones a los partidos ultra, en contra de la globalización
Desde siempre los jóvenes han tenido un vector de preferencias muy diversas (de estilos de vida, de música, de estética, de creencias), que se ha dispersado mucho con el voto entre partidos, y sobre todo, se han situado en el abstencionismo nihilista. Es, así, muy difícil que los jóvenes se comprometan a la solidaridad intergeneracional cuando piensan que ellos vivirán peor que sus ancestros. Hace falta, por lo tanto, que en el balance intergeneracional (y no solo en el intrageneracional), empecemos, los economistas, a considerar a los jóvenes. Lo podemos hacer respetando reglas sencillas de la economía de siempre: la regla de oro de cuándo se justifica o no un déficit público, que acarree deuda a futuro, si la inversión que sufraga no tiene capacidad de autofinanciación; garantizar que ninguna situación a corto plazo sea aceptable si no es sostenible en el medio plazo. Sin esta redirección, el estado del bienestar actual está destinado a sufrir la revuelta de jóvenes que digan ‘hasta aquí’.