Al alegre sol del emblema antinuclear por antonomasia, el “¿Nuclear? No, gracias”, diseñado en Dinamarca en el 1975 y propiedad de una fundación sin ánimo de lucro, se le está marchitando la sonrisa. Diseñado para aparecer con un educado pero firme no a la energía nuclear, está comprobando como, después una época en que las renovables arrinconaban progresivamente a la nuclear en un rincón, el átomo está de vuelta y con fuerza.
Los vientos soplan a favor del mantenimiento e incluso del potenciamiento de esta energía; descaradamente en el mundo y en Europa con planteamientos ya no solo de prorrogar la vida de las centrales nucleares, sino incluso de construir nuevas, más modernas; y con más timidez en España, donde el debate se centra, de momento, en una prórroga de tres años de una central. Las tensiones geopolíticas, la necesidad de una autonomía energética y las limitaciones de las renovables, están impulsando un revival de la energía atómica, a pesar de los dos accidentes que marcaron la historia, Chernóbil en el 1986 y Fukushima en el 2011, y del problema irresuelto de los residuos que permanecen hasta casi la eternidad.
Tal como están las cosas, lo más probable es que en el futuro inmediato las renovables sigan en ascenso, porque han demostrado su rentabilidad, superando sus limitaciones por las horas de prodcción y las oposiciones locales a la instalación de sus parques; que la retirada de los combustibles fósiles ralentice su ritmo, véase si no, las concesiones que está haciendo la Comisión Europea en los plazos de fabricación del motor de combustión de los automóviles; y también que las nucleares experimenten un gran resurrección.
“¿Nucleares? No, gracias”, el símbolo de la oposición a esta energía en las últimas cinco décadas
El último informe de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) señala que la energía nuclear romperá con el estancamiento de los últimos tiempos y crecerá al menos un tercio en la próxima decada en el mundo. Las señales de que está en buena forma llegan de todas partes. Incluso en la misma Alemania, el país europeo que primero y de forma más radical, selló el cierre de sus centrales nucleares, el debate ha regresado. Allí pagan, es cierto, su total dependencia del gas ruso, al que se subscribieron sin límite por motivos exclusivamente económicos y con mucha miopía geoestratégica que las consecuencias de la guerra de Ucrania les ha hecho estallar en la cara.
A su vecina Francia, adalid del átomo, con un 70% de electricidad procedente de la energía nuclear, no hay que animarla. Nunca ha dejado de creer en esta fuente energética y, siempre que puede, presume de tener la energía más barata. Ahora Francia está desatada y ya se plantea construir 14 reactores de nueva generación. Si viajamos más al norte, el debate en Dinamarca es significativo porque, en un país que nunca ha tenido una central nuclear en servicio, ahora se plantea levantar el veto a esta energía que ha estado vetada en los últimos 40 años.
Lo verde sigue vigente en el discurso social, pero el “Drill, baby, drill” y el retardismo ganan terreno
La misma Unión Europea, cuando la energía nuclear estaba más bajo sospecha, colocó a esta energía entre las que se consideran sostenibles medioambientalmente, lo que le da la etiqueta verde y facilita que reciba inversión financiera. Un paso que Europa dio por la presión francesa y también porque se utiliza como una palanca accesoria para alcanzar el objetivo de la neutralidad climática. Es lo que se planteó en el 2022, cuando estos objetivos estaban realmente grabados en la piedra. Ahora van apareciendo rendijas en estos propósitos, para ir descafeinando su aplicación.
Lo verde sigue vigente en el discurso social, pero ya no con la misma fuerza, y el negacionismo o su derivada light, el retardismo, suman adeptos. En Estados Unidos, Trump ha desenterrado el provocador “Drill, baby, drill” que los republicaron utilizaron en el 2008; y en Europa el fantasma de los chalecos amarillos condiciona cualquier decisión en la lucha contra el cambio climático. Aquella protesta popular francesa que detonó el anuncio de una subida del precio del diésel ha pasado a convertirse en el símbolo de los riesgos de rebeliones ciudadanas ante decisiones que, aunque con pretendidas buenas intenciones sobre la sostenibilidad, penalicen a amplias capas de población.
Lo cierto es que ya se va un paso más allá, ya no es solo cuestión de debatir los paliativos que acompañen las medidas para frenar el cambio climático; ya se pone en cuestión el propio objetivo. Los mensajes (des) calificando al cambio climático como invento woke o producto de la ideología izquierdista van calando en estos tiempos en que el bulo y las fake news campan a sus anchas.
En el caso español, el apagón del 28 de abril de este año dio argumento adicional a los defensores de la energía nuclear, dado que es una energía que da estabilidad al sistema. Un apagón que ha forzado un refuerzo adicional del funcionamiento del sistema eléctrico que hasta fecha de hoy ya nos ha costado 486 millones, lo paga el consumidor, y que seguirá en vigor hasta que no se clarifiquen los motivos por los que falló la planta fotovoltaica que dio origen a aquel apagón.
Después de muchos meses de apuntar su intención de pedir un aplazamiento del cierre de la central de Almaraz, las eléctricas introdujeron la petición formal de retraso de tres años, hasta el 2030, el 30 de octubre. Es un proceso que ahora está en trámite, pendiente de recibir la autorización del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN), que puede poner condiciones, para luego esperar el pronunciamiento del Gobierno.
Si se prorroga la vida de Almaraz, ¿qué se hará con el resto de centrales?
Lógicamente, tal iniciativa, ha despertado a los municipios catalanes de Ascó, Vandellòs y L’Hospitalet de l’Infant que, si ya se habían resignado al cierre de sus centrales, ahora ven una oportunidad de mantenerlas abiertas unos años más. Juegan además con la carta que más de la mitad de la electricidad en Catalunya es de origen nuclear, dada la resistencia local que han encontrado la instalación de parques de energía eólica y solar, que ha conseguido parar o retrasar muchos proyectos.
Lo cierto es que España es el país de las renovables, y ello nos permite también disponer de una electricidad a un precio más bajo que nuestros vecinos europeos. Es una de las ventajas de la industria española, que gana competitividad con estos bajos costes energéticos, pero, no hay que olvidar que la nuclear sigue siendo un puntal. Ha supuesto el 18,9% del consumo en España en lo que llevamos de año, desde enero a noviembre del 2025, según los datos de Red Eléctrica. En el paisaje español reinan las renovables, con un 21,4% del total suministrada por la eólica y un 19,3% de la solar, pero la nuclear sigue siendo un bastión importante, y ahora, además, al alza.
Ahora lo que está en debate es la extensión por un plazo de tres años de una central nuclear, Almaraz, pero si se da franquea esta puerta es seguro que habrá presión para ir más allá. El Partido Popular por ejemplo ya reclama la abolición de todo el calendario de cierre, el que establece los plazos para ir clausurando todas las centrales que siguen operativas en España.
