Las calles de Haro se tiñeron de púrpura, no de sangre, sino del júbilo desatado en la Batalla del Vino. Miles se entregaron a la locura báquica, mientras a miles de kilómetros, en el Beijing Smart Esports Competition Center, un gemido mecánico rompía el éxtasis. “Titán 7”, la estrella robótica de la RoBoLeague 2025, era subido a una camilla, su brillo opacado por un fallo crítico. En Teherán, los ecos de un ataque israelí aún resonaban entre los escombros de la prisión de Evin, un recordatorio sombrío de otro tipo de batallas. En Gaza, un hermano se despedía de otro, víctima de la violencia nocturna. El contraste era brutal: la euforia de Las Vegas, donde Ilia Topuria alzaba los brazos tras el UFC 317, o la fe inquebrantable que guiaba al Papa León XIV en la Basílica de San Pedro. El mundo giraba, un carrusel de triunfos efímeros y tragedias persistentes, de batallas lúdicas y conflictos devastadores.