A Norma Ruiz muchos la recuerdan como Bárbara Ortiz, aquella secretaria maléfica cuyo único objetivo era hacerle la vida imposible a la protagonista de la popular serie televisiva de mediados de los 2000, Yo soy Bea .
Lejos de las pantallas, para la actriz, crecer en una época más analógica siempre fue un privilegio. “Antes los niños jugaban en la calle, aprendían a aburrirse y estaban con adultos sin problemas. Ahora parece que todo tiene que ser planes infantiles, como si los hijos no pudieran integrarse en la vida de los mayores”, explica en conversación con La Vanguardia , a raíz de su experiencia como madre y del reciente estreno en el cine de su última comedia familiar, Los futbolísimos 2.

La actriz Norma Ruiz posa con el elenco de 'Yo soy Bea' durante su estreno en 2006
El viento sopla de cara este verano para la madrileña, que alcanzó la fama en televisión hace casi ya dos décadas. Desde entonces, no ha parado de trabajar. A pesar de su vasta experiencia en la comedia, ha sido en Idilia , su último proyecto en el género dramático, el que le ha otorgado un premio internacional. “En este país te meten en compartimentos: los que hacen comedia, los que hacen drama… Y falta imaginación para repartir los papeles. Todavía hay mucho miedo a arriesgar. En España no hay ‘star system’. Nadie va al cine solo por el nombre de un actor. Y sin embargo, seguimos creyendo que sí”, señala.
“Cuánto más conozcas el cerebro humano, más fácil será quitarte tu careta, porque todos tenemos una”
Más allá de las cámaras, Norma se considera una firme defensora del poder salvador de la cultura. Parte de su tiempo personal lo dedica, desde hace más de una década, a colaborar de forma altruista con la Fundación Voces, una organización que lucha contra la pobreza a través de la formación y de la cual la intérprete es presidenta. Con ella viajó hasta Malí en 2019, donde impartió talleres de danza e interpretación en el Conservatorio de las Artes de Bamako, una experiencia que la marcó profundamente. “Fui a dar, pero volví con mucho más de lo que dejé allí”, confiesa. La actriz explica que la fundación trabaja con niños y mayores a través de la cultura, convencida de que el arte puede transformar realidades. “La gente, cuando canta, baila o interpreta, se relaja, se abre, se une. Y durante ese tiempo no está haciendo otras cosas. Recuperan la ilusión”.

La actriz durante su viaje solidario a Mali con la Fundación Voces en 2019
Esta faceta social, inherente en la artista, tiene mucho que ver con su parte espiritual, donde la introspección y el crecimiento personal son dos pilares fundamentales en su forma de entender la vida.
Para la actriz, herramientas como la meditación, la participación en retiros o los viajes en solitario son claves en su día a día para aprender a escucharse a uno mismo. “Al final el trabajo es personal y no se consigue de un día para otro. Cuánto más te conozcas a ti mismo y más conozcas el cerebro humano, la espiritualidad y cómo funcionamos, más fácil va a ser, en un momento determinado, quitarte tu careta, porque todos tenemos una”.
“Estar conectada conmigo es lo que me permite tomar buenas decisiones. Al final, la vida va de decisiones”
Un autoconocimiento que también lleva a esta “madrileña de alma andaluza” -tal y como ella se define- a peregrinar desde niña cada primavera por el camino del Rocío .“La gente hace el camino de Santiago y no todos creen en Dios. No necesariamente tienes que ser creyente. Al final no deja ser una convivencia maravillosa con personas, donde hay una energía muy bonita porque se crean sinergias preciosas”.

La intérprete madrileña durante su travesía por elcamino del Rocío
Justicia, serenidad y no olvidarse de sí misma constituyen su prioridad en esta etapa de su vida. “Estar conectada conmigo es lo que me va a permitir tomar buenas decisiones. Y al final, la vida va de eso: de decisiones”.