Gary Oldman ha puesto palabras claras a una travesía larga: 28 años de sobriedad que, asegura, le cambiaron la vida personal y profesional. En una conversación reciente con The Hollywood Reporter, el actor resumió así el punto de no retorno: “Hubo un momento en que no creía que pudiera pasar ni 28 segundos sin beber”. Poco después añadió la frase que ha recorrido titulares: “O habría acabado muerto o institucionalizado”.
El mito del artista torturado
El actor asegura que idealizó a sus héroes alcohólicos y drogadictos hasta convencerse de que la autodestrucción era parte del talento
Oldman, que atraviesa “un muy buen momento en este instante” y lo atribuye en gran medida a la sobriedad —“han pasado 28 años”—, reconoce que durante años idealizó el tópico del artista autodestructivo: “Mis héroes —literarios, cinematográficos, teatrales, deportivos, musicales— eran todos tipos de borrachos y drogadictos… Eran todos poetas y artistas torturados. Los admiras, los romantizas y quieres emularlos”.

Gary Oldman ha reivindicado sus 28 años sobrio y el cambio vital que le permitió seguir en pie
No empezó a beber “porque le gustara Hemingway”, matiza; lo hizo porque era “una norma social” que se le fue de las manos: “En un momento dado se descontroló. Y eso no tiene que ver con nadie más que conmigo. Pero sí lo glamorizas…”. Incluso citó el mito de Richard Burton: “Hizo 136 representaciones de Hamlet, ocho funciones a la semana en Broadway. Se bebía una botella entera de vodka y después interpretaba todo el papel completamente borracho”.
Con los años, dice, entendió que aquella épica era una coartada: “Es solo una excusa, en realidad, y te estás engañando a ti mismo”. Hoy, la diferencia es nítida: “Mi propia vida, mi vida personal, es inmediblemente mejor simplemente por no vivir en una niebla. Pero creo que el trabajo también es mejor”. Y remacha el contrafactual: “Al ritmo al que iba, no estaría aquí sentado contigo ahora. O estaría muerto o institucionalizado”.
Hubiera acabado muerto o internado si no me hubiera rehabilitado del alcohol”
Su relato encaja con lo que ya había contado en 2021, cuando promocionaba Mank y se miró en el espejo de Herman J. Mankiewicz, guionista brillante y alcohólico: “Solía sudar vodka… Mi lengua se volvía negra por la mañana… No se lo desearía ni a mi peor enemigo; es un infierno”. Entonces explicó que el humor autocrítico servía para tapar la insuficiencia y que aquella fase de “alcohólico funcional” se sostenía en la negación.
Más allá de la anécdota, Oldman coloca el foco en lo sistémico: la romantización cultural de los excesos y la falsa idea de que “da una ventaja” creativa. Su conclusión va en sentido opuesto: la sobriedad le dio claridad, rutina y mejor trabajo. En su caso, llegar a tiempo significó 1997; cumplir 28 años sobrio en 2025 no es una cifra, sino una frontera vital que —lo repite— probablemente le salvó la vida.