“La locura humana ha copiado al inimitable rayo”: así llegó la pólvora en la Edad Media a los campos de batalla de Europa

Bocas de fuego

A partir del siglo XIV, la guerra en el Viejo Continente vivió un cambio paulatino con la llegada de la artillería y otras armas de fuego

Un primitivo cañón medieval, conocido como 'pot-de-fer', ilustrado en un manuscrito

Un primitivo cañón medieval, conocido como 'pot-de-fer', ilustrado en un manuscrito

Dominio público

“La locura humana ha copiado al inimitable rayo”. Con estas palabras describió Petrarca en 1344 los cañones en los campos de batalla europeos en uno de los versos de su obra Remedios para la vida (De remediis utriusque fortunae). La reflexión del poeta italiano no era un hecho aislado; en aquellos años, los soberanos estaban muy atentos a qué podían aportar esas nuevas armas.

China fue la pionera en el uso de la pólvora hacia el año 900, tanto en la guerra como en otros campos. Primero, se empleó como arma incendiaria, y, más tarde, para impulsar proyectiles como piedras (las balas y los obuses tardarían en llegar). A mediados del siglo XV, un tercio de la infantería de la dinastía Ming estaba equipada con armas de fuego, una proporción que los principales ejércitos europeos no alcanzarían hasta una centuria después.

Horizontal

Ilustración que muestra los primeros cohetes chinos.

Terceros

Si su origen en China está claro, su llegada a Europa sigue siendo motivo de especulación. La primera fórmula de la pólvora en Occidente es del filósofo y científico Roger Bacon, que la recogió en su obra Epistola de Secretis Operibus Artis et Naturae, escrita hacia 1267. Pero se da por hecho que ya se conocía mucho antes a través de los contactos con bizantinos, árabes y mongoles.

De todas formas, pese a la fórmula de Bacon, aún pasaron varias décadas para que los ejércitos del Viejo Continente generalizaran su uso. La primera constancia escrita del empleo de artillería con pólvora en Europa occidental fue en el asedio de Huéscar (Granada) en 1324. Esta nueva arma fue traída por los benimerines que habían acudido en ayuda del sultán nazarí, Ismail I, contra los castellanos.

Lee también

La guerra medieval, solo para profesionales

Juan Carlos Losada
Horizontal

Al ver su utilidad, y según cuenta la tradición, Ismail I ordenó la fabricación de pólvora en una factoría junto a la Alhambra, que fue el origen de la fábrica de El Fargue. De la misma época (1326), se ha conservado un pedido de balas y cañones en Florencia.

Un año después el rey Eduardo III de Inglaterra habría utilizado cañones contra los escoceses. Aunque este uso está cuestionado, porque solo hay mención en un poema escrito cincuenta años después.

El lento nacimiento de una diosa de la guerra

Una mención más fiable a un primer uso de artillería por parte de reinos cristianos se produjo en la batalla de Crécy (1346), durante la guerra de los Cien Años (1337-1453). Las fuentes dicen que tanto ingleses como franceses desplegaron sus piezas, aunque se conocen pocos detalles, salvo que se emplearon para asustar a los caballos galos y para hacer huir a los mercenarios genoveses que servían a la casa Valois.

Estos relatos muestran el principal uso de estos primeros cañones. Eran, más bien, armas psicológicas que asustaban al enemigo, pero no los responsables de la mayoría de las bajas, como sucedería en los conflictos de siglos posteriores.

Dibujo de una bombarda inglesa como las usadas en la batalla de Crécy

Dibujo de una bombarda inglesa como las usadas en la batalla de Crécy

Dominio público

De hecho, Crécy fue una excepción. Los ejércitos preferían utilizar esa artillería primigenia en asedios, donde los cañones eran más efectivos contra las murallas. Estas armas aún no estaban muy desarrolladas, y resultaba más fácil concentrar el fuego contra edificaciones que contra tropas en movimiento. Además, su poca movilidad los hacía muy vulnerables en una batalla campal.

Incluso en esos primeros asedios tampoco brillaron por su eficacia abriendo brechas en los muros. Como en Crécy, su principal baza era el miedo que causaban en el enemigo. Por ejemplo, se tiene constancia de una de las primeras rendiciones logradas gracias al uso de la artillería en 1375, cuando la ciudad normanda de Saint-Sauveur-le-Vicomte capituló ante los franceses.

Símbolo de prestigio

Estos cañones primigenios eran de diversos tipos. Entre los más comunes destacaban los pot-de-fer, pote de hierro en francés, unas piezas pequeñas fabricadas con ese material. Luego estaban los ribadoquines, compuestos por varias bocas de fuego de pequeño calibre, que se emplearon por primera vez por Eduardo III de Inglaterra.

La bombarda fue una pieza más pesada, útil contra murallas, aunque su empleo no se generalizó hasta el siglo XV. Mientras que la culebrina, parecida a la imagen más arquetípica de un cañón, pero más pequeña, no se hizo habitual en los campos de batalla hasta entrado el siglo XVI.

Lee también

Remedios que fueron peores que la enfermedad

Julián Elliot
Un especialista preparando un remedio en una antigua botica

Además de por ser diseños primitivos, la poca eficacia de esos primeros cañones también se explica por las dificultades para conseguir pólvora. Había poca y muy cara, lo que explica su uso limitado. De hecho, la artillería se convirtió en una especie de señal de prestigio, ya que solamente los reyes y los señores más ricos podían permitírsela.

En la Europa cristiana, las fábricas de pólvora, como la de Granada, tardaron en desarrollarse. En este ámbito, Frankfurt fue pionera al crear en 1388 una planta de salitre (material indispensable para elaborar la mezcla explosiva). Otros lugares seguirían su ejemplo.

Artillería por tierra y mar

Junto con el perfeccionamiento de otras técnicas, la artillería fue evolucionando en el siglo XIV. Durante la primera mitad de esta centuria, los cañones demostraron una mayor eficacia en asedios o en batallas campales, como las vistas en la guerra de las Dos Rosas (1455-1487), conflicto donde comenzó a vislumbrarse el uso de las armas de pólvora en la Edad Moderna.

En el caso de los sitios, más allá de su impacto psicológico, la toma de Constantinopla, en 1453, marcó un hito gracias al hábil uso que los turcos dieron a su artillería para abrir las brechas que condenaron a la capital bizantina.

Mehmet II conquistando Constantinopla, óleo de Fausto Zonaro

Mehmet II conquistando Constantinopla, óleo de Fausto Zonaro

Dominio público

En paralelo, se estaba desarrollando también la artillería naval. El primer uso documentado de cañones en el mar fue en la batalla de Arnemuiden (1338), durante la guerra de los Cien Años. Como en tierra, al principio, su empleo fue limitado, con más efectividad psicológica que real.

Por ejemplo, en 1359, durante la batalla frente a Barcelona –en el marco de la guerra de los Dos Pedros–, la flota castellana se desmoralizó cuando una de sus naves fue hundida por el impacto directo disparado desde una bombarda a bordo de un banco defensor.

Al igual que la artillería terrestre, los barcos tuvieron que esperar a una evolución tecnológica para poder transportar mejores cañones. No fue hasta el desarrollo de la navegación por el Atlántico, a partir del siglo XV, con la aparición de barcos como naos, carabelas o galeones, que pudieron instalarse piezas con mayores calibres.

Un nuevo panorama bélico

Los ingenieros militares no se quedaron de brazos cruzados mientras los cañones demostraban una eficacia creciente contra las murallas. Durante el siglo XV, las fortalezas también fueron mejorando sus diseños para ser menos vulnerables a los impactos de aquellos.

El paradigma de esas nuevas fortificaciones fue la traza italiana. Desarrollada a partir del siglo XV en territorio transalpino, consistía en construir muros más bajos pero más anchos, que resistían mejor los cañonazos. Además, el trazado en forma de estrella de sus murallas dificultaba los impactos directos y permitía la construcción de bastiones y baluartes en los salientes donde instalar cañones propios, con un mejor arco de tiro contra posibles asaltantes.

Naarden en Holanda conserva sus fortificaciones, construidas siguiendo el diseño de la traza italiana.

Naarden, en Holanda, conserva sus fortificaciones, construidas siguiendo el diseño de la traza italiana.

Kliek / CC BY-SA 3.0

Asimismo, el final de la Edad Media asistió al desarrollo de armas de fuego portátiles como los arcabuces. Aunque los ejércitos europeos no los emplearon de manera destacada hasta los siglos XVI y XVII, su aparición certificó otro cambio en los campos de batalla: la infantería se estaba imponiendo a la caballería.

Los arcabuceros solo fueron un tipo más de infante especializado –junto a los arqueros y piqueros–, que hizo que las tropas de a pie superaran a los jinetes nobiliarios en la transición de la Edad Media a la Moderna. Los mercenarios suizos y las ciudades-Estado italianas fueron precursoras en el incremento de tropas con armas de pólvora. Por ejemplo, en 1482, el ducado de Milán contaba con unos 1.250 arcabuceros en sus fuerzas, frente a unos 230 ballesteros.

Lee también

Cómo el arcabuz cambió la forma de hacer la guerra

Xavier Vilaltella Ortiz
Ilustración de un soldado con arcabuz, s. XVII

También fue célebre el ducado de Borgoña en el siglo XV por la cantidad de arcabuceros que acumuló en sus filas. Juan I Sin Miedo fue todo un pionero, al contar con 4.000 arcabuceros en 1411, lo que consolidó a su ejército como uno de los más modernos de Europa.

Hacia la modernidad

El cambio en la primacía de la infantería se percibió a principios del siglo XV, cuando los caballeros franceses fueron acribillados por las flechas inglesas en Agincourt (1415), y, más adelante, se consagró con la victoria de los piqueros y arcabuceros de los tercios de Carlos V en Pavía (1525).

La batalla de Pavía, 1525.

La batalla de Pavía, 1525

Dominio público

Uno de los efectos más patentes de la aparición de infantes con armas de fuego fue que las pesadas armaduras medievales quedaron obsoletas. Por otra parte, su impacto psicológico facilitó algunas conquistas europeas en otros continentes, como sucedió con los españoles en América o con los portugueses en África.

Pese a esta pujanza, las armas de fuego portátiles seguirían siendo minoritarias en los ejércitos durante los siglos XVI y XVII. Primaban otras tropas, como los piqueros. Solo con el desarrollo de la llave de chispa se mejoró la cadencia de tiro de arcabuces y mosquetes y se pudieron plantear formaciones mayores con este tipo de tropas.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...