Reina sin corona: la historia de Leonor de Guzmán y su poder en la Castilla medieval

Edad Media

Fue el gran amor y la mejor consejera política de Alfonso XI: durante treinta años le ayudó en el gobierno, dio a luz a diez hijos y acumuló tanto poder que se convirtió en su perdición

Detención y ejecución de Leonor de Guzmán, detalle de una ilustración del siglo XIX

Detención y ejecución de Leonor de Guzmán, detalle de una ilustración del siglo XIX

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A pesar de los setecientos años transcurridos desde que vivió esta portentosa mujer (1310-1351), aún humean los rescoldos de la contrariedad que supuso para la antigua nobleza y el alto clero castellanos su aparición junto al joven rey Alfonso XI, cuando este ya se había casado con su prima María, infanta portuguesa, inducido meramente por el interés dinástico.

La reina era hija del poderoso rey de Portugal Alfonso el Bravo, quien buscaba en Castilla ayuda para su expansión marítima, mientras el castellano necesitaba una sólida alianza estratégica para seguir la Reconquista, además de la cuantiosa dote, pues sus arcas estaban exhaustas. La impetuosa unión entre Alfonso y Leonor de Guzmán, apenas comenzado el reinado, hizo temer a los magnates que el rey repudiara a María, con quien no había tenido descendencia tras tres años de matrimonio, para casarse con Leonor, que ya se había quedado embarazada dos veces. Pero esto no ocurrió.

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Y fue precisamente Leonor, la dama sevillana, quien se negó a ser la razón del repudio regio. No podía imaginar que, con su noble gesto, estaba salvando a quien habría de ser archienemiga y herramienta de su dramático final.

A batalla de amor…

Algunos estudios contemporáneos siguen cargando contra Leonor de Guzmán, haciendo hincapié en el carácter ilegítimo de su unión con Alfonso para, sin disimular su condescendencia patriarcal, justificar el apodo de la Favorita. Sostienen que fue ella (mujer, al fin) quien sedujo al adolescente con sus artes de taimada viuda (y eso que Leonor tenía diecinueve años y Alfonso diecisiete cuando se juraron fidelidad eterna), para neutralizar a la reina María. Con ella, por cierto, el rey se llevaba francamente mal, porque, de niños, en la corte de Portugal, ella le pegaba (también era dos años mayor que él). No obstante, esta crítica anti-Leonor, que se quiere ortodoxa y moral, prefiere asignarle el papel de víctima.

Pero lo cierto es que yerran. En fondo y forma. Primero, porque quien la pretendió una y otra vez hasta vencer su negativa fue el rey, pues, como dice el cronista y notario mayor del reinado de Alfonso, Fernán Sánchez de Valladolid, “la ovo difícil de lograr”.

Alfonso XI de Castilla y Leonor de Guzmán en un grabado de Joan Serra, siglo XIX

Alfonso XI de Castilla y Leonor de Guzmán en un grabado de Joan Serra, siglo XIX

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Todo empezó en 1326 cuando el jovencísimo rey, que había asumido la Corona, el cetro, la espada y el orbe el año anterior, se prendó de ella nada más verla en el palacio sevillano de Juan de Velasco, merino mayor de Andalucía y marido de ella, mientras preparaban la conquista de la plaza gaditana de Olvera. Leonor tenía diecisiete años y Alfonso, quince. Un año después, Olvera cayó y el monarca regresó a Sevilla entre vítores y celebraciones. En un banquete ofrecido por Enrique Enríquez, justicia mayor del rey y casado con Juana, hermana de Leonor, volvieron a encontrarse. A ella se la vio tan fascinada por él que varios compañeros de la edad de Alfonso les prepararon un encuentro íntimo, que ella rechazó por respeto a su marido.

Al año siguiente, Alfonso se casó con María de Portugal y volvió a Sevilla para comenzar una nueva campaña en el reino nazarí, en la que murió Juan de Velasco, esposo de Leonor. De nuevo, entró en la ciudad victorioso y mandó que el cortejo triunfal pasara bajo los balcones del palacio de los Guzmanes, adonde Leonor, viuda y sin hijos, había ido a vivir con su abuela. El rey le brindó ostensiblemente la victoria lanzando unas rosas a la balconada, y todos pudieron observar cómo ella se quedaba blanca como los jazmines que la rodeaban.

La Giralda y la catedral de Sevilla

La Giralda y la catedral de Sevilla

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El compromiso de un rey

Un año duró el cortejo. Aunque Alfonso sabía que ella también estaba enamorada, “no lo tuvo fácil”, como dice el cronista, quien definió a doña Leonor como “una dueña muy fijadalgo y en fermosura la mas apuesta muger que avia en el Reyno”. Meses de ruegos y requiebros se estrellaron contra su negativa, pues, por seductor que fuera el monarca, ella rechazaba tajante ser la típica amante regia. Quería un marido con quien convivir, tener hijos y pasar la vida.

Para Alfonso, sin embargo, resultaba imposible olvidar a una mujer tan bella como sensata. Tampoco era fácil para ella resistir la insistencia de aquel joven atractivo, rubio como buen Borgoña y con unos ojos glaucos de mirada cautivadora y profunda. Tenía el cuerpo bien formado por el ejercicio militar y un acusado carácter de mando, pero en su trato con ella era tierno y vulnerable. Le escribía romanzas y respetaba su voluntad, aunque le hiciera sufrir.

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Ante tanta persistencia, Leonor le dio un ultimátum. Si en verdad la amaba y la quería solo para él, tendrían que vivir juntos. Pese a la enormidad del reto, el rey aceptó feliz y juró cumplir el trato. En 1330 comenzó la privanza, y desde entonces Alfonso XI jamás la apartó de su favor ni de su lado, pese a las presiones de los magnates, pues ella tenía poder para hacer y deshacer como colaboradora eficaz en el gobierno del reino.

Esto es lo que ciertos exégetas pasan por alto. Si fue llamada la Favorita, no es tanto porque el rey la prefiriera a María, sino como asimilación cultural del estatus que tenían las favoritas de los califas, con poder para gobernar y nombrar cargos. Al principio, los magnates hablaban con desprecio de la barragana real, “la combleza”, como se decía entonces. Así se refería a ella don Juan Manuel, el iracundo literato tío de Alfonso, consumido de rabia y celos por haber sido privado de su influencia sobre el rey.

Adelantada a su tiempo

Junto con Berenguela la Grande, María de Molina y Urraca de León, Leonor pertenece al podio de las grandes mujeres medievales que supieron imponerse y gobernar con inteligencia en un mundo regido por varones. La diferencia es que las tres primeras fueron hijas (nieta en el caso de María), esposas y madres de rey –por lo tanto, reinas–, mientras que ella fue solo madre, e ilegítima, de Enrique de Trastámara. Esto solo, sin embargo, hizo de ella algo grande: la convirtió en dinasta. Fue su sangre la que prevaleció en el duelo a muerte en Montiel entre Enrique II y su hermanastro Pedro I.

Retrato imaginario de Enrique de Trastámara

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Dominio público

En 1334, la reina al fin tuvo un hijo, el futuro Pedro el Cruel. La Favorita, entre tanto, había parido cuatro y acompañaba siempre al monarca, incluso en sus campañas militares. Leonor se convertía en reina de facto, mientras María y Pedro vivían recluidos en el monasterio sevillano de San Clemente, donde el rey ni siquiera los visitaba. Con el tiempo, la pareja de amantes supo sobreponerse a las dificultades y los prejuicios y mantener una lealtad sin fisuras. Nada ni nadie, incluido el papa, consiguieron separarlos.

El triunfo de Leonor se hizo incuestionable, su fama se extendió por Europa. Eduardo de Inglaterra envió a dos de sus hijos para que se educaran en la itinerante corte castellana, por la buena reputación de Alfonso XI como gobernante y la inteligencia diplomática de ella. Leonor se convirtió en una mujer rica y poderosa. Había recibido en tenencia numerosas villas entre Cádiz y Valladolid; ella misma otorgó prebendas y cartas de poblamiento a sus numerosos hijos. Los poderosos se dirigían a ella como mediadora ante el rey, e incluso recibía a los embajadores de las taifas.

El Justiciero en el Salado

Cuando su relación cumplió diez años, Alfonso decidió ponerle casa para que los niños se criaran mejor. Eligió Tordesillas, y allí, sobre el balcón del Duero, hizo erigir un palacio de estilo mudéjar con arcos de herradura y columnas delgadas que hiciesen recordar a Leonor su amada Sevilla. Al monarca le gustaba ejercer la justicia a la manera de los grandes reyes medievales. Por entonces tomó la costumbre de dar audiencia pública en la plaza Mayor de Valladolid, dos veces por semana, para escuchar los litigios de sus súbditos, por lo que fue llamado el Justiciero. Se propuso, además, revisar el entramado jurídico del reino, con el fin de adaptar Las Siete Partidas de su bisabuelo el Sabio al derecho visigodo, para crear así leyes adecuadas a la realidad de su tiempo, incluida la que originaba la formidable influencia de la Mesta. Y lo hizo con el Ordenamiento de Alcalá (vigente en España durante más de quinientos años, hasta que en 1889 se promulgó el Código Civil), un corpus jurídico que redactó junto con Leonor, fue revisado por los juristas y aprobaron las Cortes.

La labor diplomática de Leonor fue primordial para que Alfonso de la Cerda, nieto de Alfonso X y pretendiente al trono castellano-leonés, se aviniera con su sobrino. También don Juan Manuel, a quien supo ganarse con inteligencia y tacto, acabó rindiendo su terca rivalidad.

En este ambiente de concordia, el rey castellano pudo hacer frente a la amenaza de los benimerines, cuyo sultán había cruzado el Estrecho con numerosa hueste y tenía plantada su real junto al río Salado, cerca de Algeciras. El monarca decidió presentar batalla allí mismo. Contaba con el Ejército y la presencia del rey de Portugal, cedido cuando Alfonso juró abandonar a la Favorita si ganaban, con una nutrida tropa del arzobispo Carrillo de Albornoz, quien exigió lo mismo en nombre del papa, más las mesnadas concejiles de Castilla y las de don Juan Manuel, que tuvo una actuación destacada. Cuando el combate entró en tablas y el sol de poniente deslumbraba a los musulmanes, Alfonso cruzó impetuosamente el río con sus lugartenientes en una acción arriesgada e imparable, con la que logró alcanzar la tienda del sultán y empujarlo a la fuga. La victoria fue total, y ahí terminaron las invasiones magrebíes en territorio hispano.

La peste negra

El rey, triunfador por sí mismo, no tuvo en cuenta su promesa: se llevó consigo a Leonor y prosiguió su empeño conquistador, poniendo cerco a Algeciras él solo con su hueste castellana. La empresa no resultó fácil, el sitio fue largo, los sitiadores se convirtieron en sitiados y todos pasaron hambre y calamidades. Solo gracias a la ayuda de Leonor, que consiguió víveres y ayuda por mar de sus familiares y deudos, logró romper las defensas de la plaza y rendirla. Al entrar las tropas castellanas, los supervivientes vitorearon entusiasmados el nombre de Leonor.

Quedaba Gibraltar. Para Alfonso XI era imprescindible conquistarlo si quería dominar el Estrecho. Esta vez se pertrechó mejor para el cerco, pero el contagio mortal que llegó a Algeciras, con las pulgas de las ratas en las naves mercantiles genovesas, lamía ya los muros de la Roca. La peste negra de 1348, que mató a dos tercios de la población europea, alcanzó también a Alfonso. El rey murió en 1350, a los cuarenta y nueve años, en pleno apogeo de su plena y heroica vida.

Peste negra en Florencia, por Baldassare Calamai

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Los partidarios de Pedro lo aclamaron rápidamente en Sevilla y prohibieron la presencia de Leonor en las exequias. Abandonada por familiares y adeptos, que huyeron en desbandada, quedó sola y finalmente presa en Carmona. Mientras tanto, ella se las arregló para que su hijo Enrique desposara a la hija de don Juan Manuel y consumara el matrimonio delante de ella. El fruto de aquella unión, descendiente directo de Fernando III el Santo, daría legitimidad dinástica a la descendencia de Enrique de Trastámara como Juan I de Castilla.

Trágico final

La reina María no perdió el tiempo en su venganza contra Leonor. Mandó que la trasladaran a Talavera de la Reina, villa de su propiedad, y allí ordenó que le dieran garrote para satisfacer la insaciable crueldad de Pedro I.

Detención y ejecución de Leonor de Guzmán, ilustración del siglo XIX

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A pesar de su trágico final, Leonor de Guzmán triunfó de cara a la historia. Su sangre fecundó una nueva dinastía que, a partir de su hijo Enrique, se llamó Trastámara. La estirpe gobernó en Castilla y Aragón, reunió ambas Coronas, inició la exploración y conquista de América y trajo a los Habsburgo imperiales para regir la potencia hispana.

Sus hijos crearon linajes que llegan a nuestros días, como los duques de Medinaceli, Benavente e Infantado y los condes de Lemos, además de los almirantes y condestables de Castilla.

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