“Dios es español y está de parte de la nación estos días. No lo perdamos”: el conde-duque de Olivares sobre la victoria en Breda, un autoengaño de España ante el declive por venir

España contra todos

Se cumplen 400 años de la rendición de la ciudad holandesa de Breda a los españoles. Imbuido por la confianza de su valido, Felipe IV apuntó demasiado alto y reanudó la guerra de Flandes, pero victorias como esta no eran sino espejismos

‘La rendición de Breda’, realizada entre 1634 y 1635, del artista español Diego Velázquez. /

‘La rendición de Breda’, realizada entre 1634 y 1635s por Diego Velázquez 

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Tras la muerte de su padre, Felipe IV fue coronado el 31 de marzo de 1621 a los dieciséis años. Inmediatamente, dio el timón de la nave del Estado a Gaspar de Guzmán, conde de Olivares. Elevado a principal ministro y valido todopoderoso del monarca, Olivares inculcó al jovencísimo rey sus ideas para restaurar el poderío de España y le transmitió su euforia.

De este modo, Felipe IV se sintió llamado a acometer las más grandes empresas. La carta memorial que le trasladó Olivares, en diciembre de 1621, no podía sino hacerle soñar con equipararse a sus antecesores más gloriosos: Carlos V y Felipe II. El valido le apuntaba también sus directrices de gobierno. En política interior, saneamiento de la Hacienda para poder financiar el alto coste de una potente máquina de guerra. En política exterior, la defensa del catolicismo a ultranza y la lucha contra los rebeldes calvinistas holandeses.

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Desde luego, los neerlandeses eran la principal preocupación de Olivares, pues la guerra contra ellos se arrastraba desde el reinado de Felipe II, y, pese todos los esfuerzos por dominar su rebeldía, duró ochenta años (1568-1648), hasta que Holanda logró ser reconocida en el Tratado de Westfalia como nación independiente.

La fundación de la Compañía de las Indias Orientales de Holanda, en 1602, no solo había impulsado su próspero comercio en el Pacífico, en detrimento de España, sino que el agresivo mercantilismo holandés –apoyado por sus navíos de guerra, a la sazón los más modernos y mejor armados– fue una amenaza constante sobre las posesiones hispano-lusas.

La ruptura de la tregua

En 1621, Europa occidental llevaba tres años inmersa en una grave crisis bélica: la guerra de los Treinta Años. En su primera fase, los ejércitos españoles se limitaron a actuar como auxiliares de las tropas imperiales de los Habsburgo. Olivares confiaba en que el eje Madrid-Viena, con España luchando con el nuevo emperador Fernando II y la causa católica en Alemania, tendría como contrapartida la colaboración de Viena en el sometimiento de los holandeses.

Pero, aunque se obstinara en sojuzgarla, Holanda era tratada por las monarquías europeas como una nación independiente. Vencerla era una cuestión de prestigio y de necesidad por el daño que causaban sus ataques a los barcos que traían las remesas de plata americana y por sus incursiones en las Indias Orientales. También suponía asegurar la unión con Portugal, cuyo sentimiento nacional y el deseo de separarse de España podía incrementarse si los holandeses continuaban perjudicando sus intereses económicos en las Molucas, cuya flota habían destruido en aguas de Malaca en 1606 y 1615.

Felipe IV con armadura de desfile, por el pintor flamenco Gaspar de Crayer, 1627-28

Felipe IV con armadura de desfile, por el pintor flamenco Gaspar de Crayer, 1627-28

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En 1621 había que renovar la Tregua de los Doce Años con Holanda, acordada por Felipe III en 1609, pero la Corona decidió romperla e iniciar una guerra ofensiva. Hasta entonces, la tregua había favorecido a la rica Holanda, que la aprovechó para rearmarse. Mientras que España, incapaz de reformar su sistema fiscal, continuó dependiendo de la menguante plata americana para financiar sus ejércitos y escuadras. Por otra parte, el acuerdo había sido incumplido por las Provincias Unidas (Holanda), ya que la pactada tolerancia religiosa de los calvinistas hacia los católicos que vivían allí nunca se respetó.

Para financiar las guerras venideras, las Cortes aceptaron un gasto de más de cuatro millones de ducados, a los que había que añadir los de Flandes tras el fin de la tregua. Allí, ya se venían consumiendo millón y medio de ducados anuales, pero hubo que incrementarlos en ciento veinte mil mensuales: cien mil para reforzar al Ejército y veinte mil para una Armada de veinte navíos que defendieran las costas belgas de los ataques holandeses.

Opiniones encontradas

Aunque la posición favorable a la guerra contra Holanda no era compartida por Bruselas, se comprende que el Consejo de Indias, incapaz de frenar a las naves de guerra holandesas en las Indias Orientales, presionara a Felipe IV para que lanzara una ofensiva militar en ese territorio. Si se vencía a Holanda, las rutas de ultramar quedarían libres de sus ataques.

De ahí que Madrid corriera el riesgo de tantear la fortuna. ¿Conseguiría Felipe IV lo que no logró Felipe II? Los tercios seguían en pie, pero los grandes militares (el duque de Alba, Juan de Austria o Alejandro Farnesio) habían desaparecido. Ambrosio Spínola y Gonzalo Fernández de Córdoba, descendiente del Gran Capitán, no pasaban de un nivel discreto.

‘Rendición de Juliers’, obra de Jusepe Leonardo de 1634-35 sobre la entrega de las llaves de la ciudad a Ambrosio Spínola en 1621

‘Rendición de Juliers’, obra de Jusepe Leonardo de 1634-35 sobre la entrega de las llaves de la ciudad a Ambrosio Spínola en 1621

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Por lo demás, los recursos para financiar la guerra eran escasos, y Olivares, en lugar de sanear primero la Hacienda, empezó la casa por el tejado y decidió atacar a los holandeses, esperando la ayuda del emperador católico. No supo ver que su objetivo era quimérico, y ahí radicó la causa de su fracaso.

Las Cortes habían decidido autorizar al rey a crear tres ejércitos: uno para auxiliar al emperador Fernando II a sofocar la rebelión de Bohemia, en el contexto de la guerra de los Treinta Años, otro para ocupar el Palatinado, y el tercero para oponerse “a los intentos de los holandeses”.

Isabel Clara Eugenia, la hija de Felipe II y gobernadora de los Países Bajos, propuso sin éxito que, en lugar de la guerra, se llevara a cabo un bloqueo comercial contra Holanda. Quitar la fuente de riqueza de los holandeses sería más efectivo, en su opinión, que organizar otro gran ejército.

Sin embargo, se optó por la guerra. Había que castigar a los holandeses por rebeldes y herejes, no solo por razones de prestigio, sino para evitar que su ejemplo se extendiera a otros dominios de la monarquía. A pesar de que las Provincias Unidas llevaban ya medio siglo de independencia real, Felipe IV, como sus antecesores, no quería reconocer a Holanda como nación independiente.

Isabel Clara Eugenia en el sitio de Breda, por Peter Snayers, c. 1628

Isabel Clara Eugenia en el sitio de Breda, por Peter Snayers, c. 1628

Aci

La paz empieza nunca

Para el rey, heredero del mayor imperio constituido en el siglo XVI, la paz no entraba en sus cálculos. Pero es incomprensible que un estadista tan hábil como Olivares no comprendiera que las victorias en batallas no decisivas podían acarrear tantos problemas como las derrotas. ¿Cómo podía esperar que la arruinada España venciera a los rebeldes de Holanda, cuya prosperidad económica les permitía mantener ejércitos y crear una moderna marina de guerra?

Por si fuera poco, Olivares era presionado por los sectores más belicistas de la corte para que declarara la guerra a Francia. Fue mérito suyo convencer al rey y al Consejo de Estado de que había que actuar con suma prudencia y tener en cuenta el déficit financiero, que ya era insostenible.

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En marzo de 1625, los ejércitos de Francia y del ducado de Saboya atacaron Génova para cortar las comunicaciones entre esta ciudad y Milán, y así interceptar los movimientos de las tropas españolas hacia la Europa central y septentrional. La hostilidad francesa, lejos de desanimar a la corte española, acrecentó la impaciencia de los consejeros que pensaban que la política exterior era demasiado prudente y se debía atacar a Francia en sus dominios.

España disponía ahora de un gran ejército en Flandes y de otro también muy numeroso en Italia. Por difícil que le resultara a la Corona mantener estas fuerzas, los miembros más belicosos del Consejo de Estado y de las Cortes, como el marqués de Montesclaros, eran partidarios de levantar el asedio de Breda y utilizar el ejército sitiador de Ambrosio Spínola para invadir Francia.

Victoria pírrica

En 1625, muchos consejeros áulicos creían que era el momento de acabar, por fin, con los rebeldes protestantes. Algunos éxitos militares crearon un espejismo y fueron vistos como signos premonitorios de futuras victorias y del nuevo poderío español, lo que acabaría acarreando funestas consecuencias para la monarquía de Felipe IV.

En aquel año que Olivares consideraba “milagroso”, Bahía, ocupada por los holandeses, fue recuperada en abril por una armada hispano-lusa. Breda capituló ante el asedio de Spínola y se consiguió expulsar al ejército francés de Génova. La rendición de Breda –una victoria pírrica– despertó un hiperbólico entusiasmo, fue inmortalizada por Velázquez en Las lanzas y celebrada por representaciones teatrales de Lope y Calderón. Pero el episodio no alteró la correlación de fuerzas en Holanda.

‘La recuperación de Bahía de Todos los Santos’, óleo de Juan Bautista Maíno sobre esta conquista de 1625. Fadrique Álvarez de Toledo muestra un tapiz con Felipe IV y el conde-duque de Olivares frente a unos holandeses arrodillados

‘La recuperación de Bahía de Todos los Santos’, Juan Bautista Maíno. Fadrique Álvarez de Toledo muestra un tapiz con Felipe IV y Olivares ante unos holandeses arrodillados

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El problema de Olivares era mantener el equilibrio entre las ilusorias expectativas creadas por la capitulación de Breda y las crudas realidades financieras que se evidenciaron cuando los sitiados salieron de la fortaleza rendida en bastante mejor estado que sus sitiadores.

Además, Spínola concedió un perdón general a todas las autoridades y habitantes de Breda y autorizó la permanencia de los burgueses en la ciudad durante dos años. Solo los predicadores calvinistas fueron expulsados de allí.

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La gobernadora de Flandes distribuyó rápidamente una paga porque el ejército sitiador había quedado “con harta necesidad, particularmente la nación española”, y se temía que los soldados mercenarios reclutados en otros países, si no cobraban pronto, se amotinaran.

La calamitosa situación en que se encontraba el ejército de Spínola dio a España una lección que no debía olvidar: el estilo tradicional de guerra de asedios practicado en Flandes era tan costoso que resultaba imposible de sostener, y en el futuro el modelo de guerra contra los holandeses debía ser a la defensiva en tierra y a la ofensiva en el mar.

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Retrato de Spínola, por Rubens

Terceros

Sin embargo, tanto Felipe IV como Olivares creyeron que los éxitos militares de 1625 eran manifestaciones del favor de Dios. “Dios es español y está de parte de la nación estos días. No lo perdamos”, escribió Olivares. No obstante, consciente de las dificultades militares y financieras, escribía también que “esos sucesos exigían una respuesta cuidadosa si no se quería que irritaran al enemigo, en vez de asustarlo”.

El Tesoro se desangra

Pese a que el Tesoro público se hallaba vacío y el patrimonio real exhausto, la idea de una España victoriosa contra las potencias europeas caló en las Cortes y en el Consejo de Estado. El coste económico pasó a segundo plano ante la quimérica esperanza de recuperar la antigua grandeza y el dominio español en Europa.

No obstante, el conocimiento que tenía Olivares de los problemas financieros de la Corona y de la evolución de la guerra de los Treinta Años lo inclinaba a actuar con cautela. Había que hacer frente al posible ataque de una escuadra inglesa y ganar tiempo antes de atacar a Francia.

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El prestigio y la gloria que anhelaban Felipe IV y Olivares se derrumbaron como un castillo de naipes conforme avanzaba la guerra de los Treinta Años y las hostilidades declaradas contra Francia e Inglaterra a la vez –algo que Felipe II nunca se atrevió a hacer– demostraron que las ensoñaciones embriagadoras de 1625 fueron un espejismo.

El annus mirabilis de Breda acabaría en el annus horribilis de 1640. La crisis económica y social y el malestar por tantas guerras inútiles provocaron graves disturbios internos y una rebelión casi generalizada en ese último año. En el reino de Nápoles hubo revueltas que amenazaron su pertenencia a la monarquía hispánica. Más importante fue la rebelión de los catalanes, que se declararon independientes de España y se pusieron bajo la protección y soberanía del rey de Francia hasta el Tratado de los Pirineos (1659).

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Por si esto no bastara, en 1640 comenzó también la guerra secesionista de Portugal, que concluiría con su separación de la monarquía hispánica en 1668, poniendo fin a la unión alcanzada por Felipe II en 1580. Dios parecía haber abandonado a un Olivares tan contrito por la acumulación de fracasos que decidió retirase del poder en 1643.

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