En 1492, la conquista del reino nazarí de Granada fue celebrada con júbilo en toda la cristiandad. Era la respuesta a la toma de Constantinopla por los turcos cuarenta años antes. Pero para los Reyes Católicos, artífices de esa victoria, la guerra contra los infieles no había concluido.
Isabel y Fernando estaban decididos a llevar la guerra al continente africano, aunque por motivos distintos. El pragmático rey de Aragón necesitaba asegurar el flanco sur para que los piratas berberiscos no perturbaran las rutas comerciales que unían sus posesiones españolas e italianas; para Isabel pesaba la lucha contra los infieles.
Tras la exitosa toma de Melilla (1497), se iniciaba la ejecución de un ambicioso plan que perseguía conquistar las principales ciudades del norte de África para erradicar a los piratas berberiscos y colonizar toda la costa con población cristiana.
La gran empresa de Cisneros
La muerte de Isabel la Católica en 1504 puso en cuestión estos planes, pese a que la toma del Peñón de Vélez de la Gomera (1508) auguraba los mejores presagios. La plaza de Orán, próxima a la recién conquistada Mazalquivir (1505), era la siguiente pieza.

Isabel la Católica dictando su testamento, por Eduardo Rosales
Construida sobre una meseta rocosa, Uarân, que en árabe significa “lugar de difícil acceso”, había sido durante la Edad Media un enclave estratégico al que llegaban las rutas de caravanas que atravesaban el desierto del Sáhara llevando oro y esclavos. Conforme avanzaba el siglo XV Orán perdió su carácter comercial para dedicarse a una actividad más lucrativa: la piratería.
Los preparativos para conformar la flota que habría de transportar a los más de 8.000 soldados comenzaron sin dilación. Sin embargo, Fernando el Católico, como regente de Castilla, ordenó suspenderlos para priorizar el esfuerzo en Italia.
El cardenal Cisneros, antiguo confesor de la reina y primado de España, se ofreció a costear la gran expedición con las rentas del arzobispado de Toledo, ante lo cual el rey Fernando no pudo oponerse. La flota zarpó en mayo de 1509 con el propio cardenal embarcado, a pesar de haber cumplido los 73 años.
Desde Mazalquivir, el ejército dirigido por Pedro Navarro tomó la plaza a sangre y fuego. Cisneros, portando una cruz, entraría horas más tarde en la ciudad, desde la que proveerá las primeras órdenes para su gobernación: consagrar la mezquita mayor de la ciudad como la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria, ordenar el reparto del botín y enviar a Castilla un puñado de libros en árabe que hoy se conservan en la biblioteca de la Universidad de Alcalá.
La toma de Orán fue inmediatamente exaltada. El prestigio del anciano fraile rivalizó incluso con el del rey aragonés.
La corte chica y la convivencia multicultural
Tras los éxitos alcanzados durante las primeras décadas del siglo XVI, con la conquista de Mazalquivir, Orán, Túnez, Argel o Trípoli, los reveses sufridos a partir de ese momento, junto con las dificultades financieras, truncaron el ansiado plan de los Reyes Católicos.
Después de Lepanto (1571), la monarquía hispánica y el Imperio otomano reconocieron la imposibilidad de derrotarse, y se instauró una tregua que les permitió prestar atención a otros espacios de sus dominios.

'La batalla de Lepanto', anónimo, siglo XVII. Staatliche Museen, Berlín
Orán, cercana a las costas españolas, pero enclavada en un territorio hostil, se convirtió en un laboratorio social, vivo y diminuto, en el que tradiciones, convivencia multirreligiosa y violencia de frontera se mezclaban.
La guarnición militar suponía el grueso de la población de la ciudad junto con familiares, comerciantes y funcionarios, así como los más de dos mil reclusos que cumplían condena en los presidios. A estos, se sumaban un variopinto contingente de desterrados procedentes de la península, en muchos casos nobles o altos funcionarios caídos en desgracia, por lo que la ciudad recibió el sarcástico apelativo de “la corte chica”.
Una arraigada comunidad judía procedente de la península fue autorizada a residir en la ciudad, a pesar de haber sido expulsados de los reinos hispánicos en 1492.
Orán era enclave fundamental para obtener información sobre los movimientos estratégicos del Turco, así como para la redención de los cristianos cautivos por los moros. El propio Cervantes, durante su cautiverio en Argel, trató de escapar hasta Orán sin suerte.

Cautiverio de Cervantes. Interior de la prisión llamada Baño Real donde amontonaba sus cautivos el rey de Argel
Los intentos turcos por conquistar la plaza se sucedieron a lo largo de 200 años, pero esta resistió, con grandes pérdidas por ambos bandos.
En 1706, durante la guerra de Sucesión española, la situación del enclave era límite. Los turcos, apoyados por las tribus locales, hostigaban desde hacía varios años las defensas de Orán y Mazalquivir. En su auxilio fue preparada una escuadra con refuerzos, pero el comandante se pasó al bando del archiduque de Austria y la ayuda nunca llegó. Ante la dramática situación, en 1708 se evacuaron las dos plazas, inmediatamente ocupadas por los turcos.
Recuperación y tragedia
Una vez consolidado en el trono Felipe V, se puso de nuevo el foco en la zona. En junio de 1732, en una brillante acción, Mazalquivir era ocupada y, a continuación, se tomaba Orán.
Se ampliaron las murallas y se construyeron nuevos fuertes que protegieran ambos enclaves. La difícil orografía y la prioridad defensiva habían configurado un trazado urbano angosto e irregular, muy distinto al damero de calles de las nuevas ciudades americanas. La ciudad se embelleció con edificaciones como el gran palacio de los gobernadores, en el que se ubicaba la Casa de fieras, un recinto preparado para acoger los animales que recibían como regalo de las tribus aliadas, edificios de la administración o un teatro, llamado Coliseo, en el que se representaban destacadas obras del Siglo de Oro.

Plano de Orán en 1734: descripción de la traza urbana, sus castillos y fuertes y parajes fuera de la ciudad
Según el censo de 1770, la ciudad contaba con unos 5.000 habitantes entre población civil, deportados y prisioneros, mientras que la guarnición alcanzaba los 4.383 soldados.
Al iniciarse la última década del siglo, la soberanía española sobre la doble plaza parecía garantizada, a pesar del persistente bloqueo terrestre al que estaba sometida. Nada hacía sospechar la catástrofe a la que estaba a punto de enfrentarse.
A lo largo del mes de agosto de 1790 la tierra había temblado con frecuencia. En septiembre, la normalidad volvió y los habitantes regresaron a sus quehaceres habituales. Pero en la madrugada del 9 de octubre, tras el tañido de la campana a la una de la mañana, se escuchó un rugido ensordecedor. Los supervivientes relataron que se produjeron veinte sacudidas verticales seguidas de una última cuyo movimiento de retroceso acabó con la mayor parte de las estructuras, arrancando los edificios de los cimientos y desplazándolos ladera abajo sobre la ciudad dormida.
Más de 2.000 personas fallecieron aquella larga noche. Los soldados supervivientes no tuvieron tiempo de ocuparse del rescate de los heridos porque esa misma mañana, al contemplar el destrozo provocado en las murallas, bandas de árabes de los pueblos circundantes iniciaron un feroz ataque para intentar tomar la ciudad, que fue milagrosamente contenido.
Durante el año 1791 los ataques sobre la maltrecha ciudad se sucedieron, pero fueron repelidos con enormes bajas gracias a los refuerzos enviados desde la península. Sin embargo, la debilidad de la monarquía, embarcada ya en los vaivenes provocados por la Revolución Francesa, hizo insostenible el mantenimiento de la doble plaza, que finalmente fue entregada a las autoridades turcas en 1792.
Tres siglos de soberanía concluían de forma trágica, pero no así la estrecha relación de Orán con España.
La Orán contemporánea
En 1830, la disputa por el impago de unas deudas y un dudoso incidente diplomático fueron el detonante de la ocupación francesa de Argel y, posteriormente, de todo el territorio de la actual Argelia.
Bajo la administración francesa, la migración española, procedente mayoritariamente del Levante peninsular, se asentó de nuevo en Orán. Hacia 1930, más de cien mil españoles residían en Argelia, la mayoría entre Argel y Orán. La antigua plaza española era ahora una ciudad moderna en donde era frecuente escuchar el castellano o el catalán por esas calles que Albert Camus describiría magistralmente en su novela La peste.
El deseo de Franco
En el verano de 1940, el ala más germanófila del gobierno franquista presionaba para entrar en la guerra junto al Eje. A cambio, España solicitaría, además de Gibraltar, extenderse en el norte de África a expensas de la Francia de Vichy. Un territorio era especialmente anhelado por el general Franco: el Oranesado.
Ante el desinterés de Hitler, el gobierno franquista puso en marcha una amplia campaña de presión para conseguir su entrega, bautizada como “Operación Cisneros” por los servicios de inteligencia de la Francia de Vichy.
Pese a las buenas relaciones que mantenía con el mariscal Pétain, Franco no quería perder la oportunidad de recuperar para España la ciudad de Orán, por lo que no se descartó la posibilidad de una ocupación por la fuerza. Finalmente se desestimó.
Al estallar la Guerra Civil en España, Orán fue el destino de numerosos refugiados republicanos, aunque una vez allí, muchos de ellos fueron recluidos en campos de trabajo o destinados a las minas del interior. Tras la liberación aliada de Argelia (1942), el alistamiento de los varones franceses en el ejército provocó que los españoles tuvieran un acceso más fácil al trabajo, por lo que numerosas familias se asentaron allí. En 1955 Orán contaba con unos 18.000 residentes españoles.

Soldados estadounidenses caminando por las calles de Orán en noviembre de 1942
En 1962, al declararse la independencia de Argelia, se produjo la salida masiva de los llamados pieds-noirs (la población de origen europeo de la colonia). La gran mayoría se dirigió a Francia, entre ellos más de cien mil españoles, que sufrieron, al igual que los franceses, la incomprensión y el desarraigo en su propio país. La llegada a los puertos levantinos de dos barcos procedentes de Orán con miles de familias españolas marcaba el final de un nuevo capítulo de esa relación de ida y vuelta entre ambas orillas del Mediterráneo.