La historia de la caza de brujas en el Viejo Continente es espeluznante. Miles de personas, en su mayor parte mujeres, murieron abrasadas por el fuego o ahorcadas, acusadas de realizar pactos con el diablo, aquelarres y diversos sinsentidos, creencias en su mayor parte fruto de la envidia, la superstición y la intolerancia.
Aquel clima de histeria colectiva fue, en gran parte, impulsado por los llamados “martillos de brujas”, textos que recogían las prácticas criminales de las supuestas brujas y sus coqueteos con las fuerzas del mal. Precisamente uno de aquellos envenenados escritos fue confeccionado por un monarca, Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia, que durante gran parte de su reinado estuvo obsesionado con la que llamaban la secta de las brujas.
Una infancia atormentada
Jacobo era hijo de María Estuardo, reina de Escocia, y de lord Darnley. Tenía un año cuando su padre fue asesinado en conocimiento de su madre, precisamente, en un complot pergeñado por el cabecilla del amante de la reina católica, el conde de Bothwell, con quien María se casó poco después.
Ante tamaño crimen Escocia se sublevó, y tras una cruenta guerra civil en la que triunfó el bando protestante, la reina se vio obligada a abdicar la Corona en su hijo y a refugiarse en la corte de su prima Isabel I, en Londres, quien la mantuvo prisionera, sabedora de que presumía desde hacía años de ser la legítima reina de Inglaterra.

María Estuardo (dcha.) con lord Darnley.
Sin saberlo, se había metido en la boca del lobo. María desheredó a su hijo y puso en la mira de la Corona de Escocia a Felipe II, que anhelaba también la Corona inglesa. Pero en un habilidoso juego de fichas, Isabel, que no dejaba sucesores, llegó a un pacto con un adolescente Jacobo. Lo reconoció como rey de Escocia y como heredero del trono inglés. Pocos meses después, tras conocerse la llamada conspiración de Ridolfi, Isabel mandó decapitar a su rival María a principios de 1587.
Con la muerte de la Reina Virgen, Jacobo Estuardo, que ya era rey de Escocia desde el 29 de julio de 1567, se convertía, el 25 de julio de 1603, también en rey de Inglaterra e Irlanda. Aunque fue bautizado en el catolicismo, la fe que su progenitora defendió a capa y espada, fue educado en la más severa disciplina calvinista y convertido en miembro de la Iglesia de Escocia, de confesión presbiteriana.
Hadas, fantasmas y espíritus
Para comprender el discurso de Jacobo con respecto a la brujería y sus actuaciones en dicho marco, hay que analizar el contexto de las creencias de aquel tiempo: Satán era una figura común en la vida religiosa escocesa, que se aparecía tentando a los piadosos a pecar. Como señalaba la historiadora británica Christina Larner en Enemies of God: The With-hunt in Scotland (1981), el miedo al diablo aparece en los registros con mucha más frecuencia que la fe en Dios.
La presencia de Satanás se extendió así a la brujería, que con frecuencia se definía como la renuncia a Dios para hacer un trato con el diablo, el celebérrimo pacto diabólico. Cualquier relación con las brujas se consideraba un acto de dar la espalda a la verdadera fe.
En países protestantes como Escocia también se asociaba la brujería con la superstición católica, y muchas prácticas brujeriles se describían como muy similares a las de los fieles al papa de Roma, por lo que, en palabras de Larner, “era imperativo erradicar a las brujas y restaurar la comunidad de Dios”.
La brujería escocesa presentaba de manera única a hadas, fantasmas y otros espíritus como cómplices de las brujas o como criaturas que estas podían convocar si así lo deseaban. Precisamente el rey Jacobo dedicó el último libro de su “martillo” a discutir acerca de estos espíritus, incidiendo en que dichas creencias prevalecían en los territorios de su país. Sin embargo, también las descartaba como “trucos del diablo” o creencias cosechadas por los católicos.
El proceso de North Berwick
La obsesión de Jacobo Estuardo por las hechiceras surgió durante un viaje a Dinamarca y el posterior proceso de las brujas de North Berwick. En dichos juicios, que tuvieron lugar entre 1590 y 1592, se juzgó a varias personas acusadas de haber provocado, mediante artes oscuras, una terrible tormenta cuyo fin era hundir el barco en el que Jacobo se dirigía a las costas danesas en busca de su prometida, Ana, hija del rey Federico II de Dinamarca.
Todo comenzó tras el interrogatorio a varias personas –en el que, a diferencia de Inglaterra, donde estaba prohibida, se utilizó la tortura–, entre ellas a la criada de David Seaton –ayudante del alguacil de Tranent–, Gilly Duncan, a la que se atribuía la capacidad de realizar curaciones milagrosas.

Las brujas de North Berwick conocen al Diablo en el camposanto local, de un panfleto contemporáneo
Seaton la torturó atándole una cuerda a la cabeza, le aplastó los dedos con un torno y examinó su desnudo cuerpo en busca de las famosas “marcas del diablo”, que no eran sino verrugas o manchas en la piel, que, para los fanáticos, se trataban de pruebas irrefutables de la culpabilidad del reo.
Seaton acudió a las autoridades, y a partir de ese momento se desató el pánico, siendo inculpadas hasta setenta personas, acusadas de los delitos de brujería y alta traición. Los terribles interrogatorios se hicieron en presencia del monarca por petición propia. A la desdichada Duncan, que soportó con estoicismo las terribles torturas, le encontraron en el pecho, por medio de agujas, la famosa marca del diablo. Tras venirse abajo, reconoció todo lo que le sugerían sus verdugos, y, recluida en prisión, tuvo que denunciar a sus supuestos cómplices.
Satanás contra el rey
Una de las acusadas, Agnes Sampson, fue interrogada por el propio Jacobo en el castillo de Holyrood. Sufrió tales padecimientos que la desdichada acabó admitiendo cada una de las cincuenta y tres acusaciones que se habían presentado contra ella, la mayoría relacionadas con realizar curaciones mediante conjuros.
Acorralada, reconoció que ella misma, junto a otras brujas, había desencadenado la tempestad mientras regresaba la embarcación del rey en su viaje de Dinamarca a Escocia, y sostuvo que el barco no había naufragado “ante la inquebrantable fe de Su Majestad”.

Jacobo I de Inglaterra
Todo parece indicar que la desdichada dijo todo lo que el monarca quería escuchar, entre otras cosas, que durante el último gran aquelarre Satanás había pronunciado un largo discurso en el que se refirió a Jacobo como su más enconado enemigo. Aquella confesión sirvió para que la estrangularan antes de que su cuerpo inerte fuera conducido a la hoguera.
Como hilo conductor de aquel enrevesado proceso se hallaba la sospecha de que todos los complots que salieron a la luz durante los interrogatorios estaban dirigidos por miembros de la nobleza. Se acusó en un principio al maestro de escuela doctor John Fian de ser el secretario y redactor de las actas de la asociación diabólica, cuya intención última era el asesinato del rey.
Pero el responsable último no podía ser otro que un aristócrata, y se apuntó a un personaje incómodo para el monarca, Francis Stewart, V conde de Bothwell, sucesor legítimo de la Corona escocesa en caso de que Jacobo no tuviera descendencia y un declarado aficionado a la magia, arte muy en boga por aquel entonces entre las clases altas. Para más inri, su tío materno había sido el sospechoso de acabar con la vida del padre de Jacobo, lord Darnley.
El “martillo” regio
Concluidos los procesos de North Berwick, por tanto, varias personas sufrieron una terrible agonía en la hoguera ante los complacientes ojos del rey Jacobo. En el discurso que pronunció el monarca ante los jurados, desarrolló la teoría según la cual las personas de reputación dudosa podían actuar como testigos en los procesos por brujería, ya que esta secta cometía “crímenes de lesa majestad, delitos imposibles de ser comprobados por el habitual procedimiento de indagación, ya que se perpetraban de manera invisible”.
Aquel discurso fue publicado rápidamente, en 1591, y cobró celebridad entre las gente bajo el nombre de Discurso de Tolbooth, que fue la base del “martillo de brujas” que Jacobo escribió pocos años después.

'Iniciación de una bruja', cuadro perteneciente a la Academia de Bellas Artes de Viena.
En 1597, el monarca publicó su obra Demonología (Daemonologie, en latín) “con el objeto de disipar las dudas de muchos” acerca de la realidad de la brujería. El texto consistía en un diálogo en tres partes que seguía la tradición de los demonólogos europeos.
Su intención era resaltar la realidad de la brujería frente al escepticismo mantenido por algunos autores; hacía hincapié en la efectividad de la prueba del agua y en las marcas del diablo como sistemas para erradicar “tan odiosa traición contra Dios”.
En 1604, ya como rey de Inglaterra e Irlanda, Jacobo hizo publicar un durísimo estatuto contra los delitos de brujería y hechicería. En dicha ley dictaminaba la pena de muerte para el primer delito de “maleficia”, incluso si la persona que había sido hechizada no moría por ello.
Sus últimos años
Con los años, sin embargo, el monarca escocés se volvió más bien escéptico con respecto al tema de las brujas, hasta el punto de desenmascarar él mismo a distintos “posesos” que no eran sino farsantes que intentaban inculpar a terceros. Pero el daño ya estaba hecho: muchas personas inocentes habían muerto a causa de su pánico irracional al maligno.

Abadía de Westminster
A comienzos de 1625, el soberano padecía diversas dolencias, y en el mes de marzo enfermó de gravedad de fiebres tercianas y sufrió un ataque al corazón. Pocos días después, fue víctima de un fuerte ataque de disentería y murió el 27 de marzo en Theobalds House, en Londres. Tenía 58 años.
Durante su funeral, John Williams, obispo anglicano de Lincoln, señaló en su sermón que “el rey Salomón murió en paz, habiendo vivido unos sesenta años… y sabéis que así ha ocurrido con el rey Jacobo”. Sus restos fueron enterrados en la capilla mariana de Enrique VII en la abadía de Westminster, lejos del acecho de brujas y otros seres maléficos a los que el monarca escocés tanto temió en vida.