José de Ribera, “lo Spagnoletto”, el pintor valenciano tan pendenciero como Caravaggio
Entre tinieblas
El más original de los tenebristas italianos del siglo XVII fue un español. Caravaggio habría estado orgulloso de él por más de un motivo
Detalle de 'San Onofrio', c. 1629, José de Ribera, el Españoleto
En algún momento de 1606, un chaval de quince años llega a Roma con más sueños y esperanzas que equipaje, dispuesto a demostrar su talento como pintor. Jamás volverá a pisar su Xàtiva natal, pero durante el resto de su vida, que transcurrirá íntegramente en Italia, lo apodarán Lo Spagnoletto, es decir, “el españolito”. En mayo de ese mismo año, otro pintor con un mote ilustre huye de Roma como alma que lleva el diablo. Michelangelo Merisi, alias Caravaggio, acaba de arruinar su carrera matando a un hombre en una reyerta.
Sus caminos no llegan a cruzarse nunca, y, sin embargo, un hilo invisible los une. José de Ribera, nuestro protagonista, vivirá en las mismas ciudades, se emborrachará en las mismas tabernas y frecuentará compañías tan pésimas como las del maestro. Su obra, como su vida, estará llena de claroscuros. Más caravaggista, si cabe, que el propio Caravaggio, Ribera encarga un tragaluz para su estudio. Bajo ese foco inclemente de luz natural, que realza cada mueca, cada arruga y cada convulsión, el español cultivará un tenebrismo extremo, protagonizado por personajes descarnadamente humanos y a menudo, sin embargo, también divinos.
Durante sus primeros años en Roma, el valenciano se gana el pan como ayudante, de taller en taller, o pintando para el mercado burgués del arte. Aún no ha llamado la atención de los grandes mecenas. Esto convierte en una pesadilla la tarea de identificar y datar sus obras de esa etapa. Ni él ni otros artistas aún desconocidos se molestan en firmarlas. Pronto se gana cierta reputación de solvencia y rapidez en el gremio. ¿Que necesitas despachar un santo en un par de días? El Españoleto es tu hombre. Se calcula que, en los siete años de su etapa romana, termina más de sesenta pinturas.
Caras conocidas
Esta insólita productividad tiene truco. Ribera pinta directamente sobre el lienzo, sin abocetar y con pocos arrepentimientos. Pero, en paralelo, es un dibujante compulsivo. Cuaderno en mano, retrata mendigos, pillastres, artesanos, esclavos…, fuentes de inspiración. Cuando da con un personaje de facciones carismáticas, lo reutiliza hasta la saciedad, de memoria, asignándole distintos papeles de un lienzo a otro. El venerable anciano barbudo que encarna a san Jerónimo le sirve también de san Pedro. La criada que delata al apóstol se transmuta en la madre afligida del juicio de Salomón.
Apolo y Marsias', 1637, José de Ribera, el Españoleto
El artista documenta, además, ejecuciones y torturas públicas, que convierte en truculentas escenas de martirio, no exentas de una perturbadora sensualidad. El sátiro atormentado en Apolo y Marsias es, a su vez, Prometeo, que se retuerce con el hígado eternamente devorado, pero si la ocasión lo requiere puede cambiar de bando y erigirse en verdugo de un mártir cualquiera.
'Prometeo', década de 1630, José de Ribera, el Españoleto
Sentar la cabeza
No faltan truhanes que le sirvan de modelo. Su amigo y biógrafo Giulio Mancini, autor de Consideraciones sobre la pintura, lo describe inmerso en la bohemia, “con tres chicas muy feas, una sola cama donde se hacinan todos, un solo plato para la ensalada y el caldo, una sola jarra, sin vasos ni servilletas”. Esta aparente austeridad no le impide vivir por encima de sus posibilidades. Lo poco que gana se lo gasta en juergas, y lo único que mantiene a raya a los acreedores que llaman a su puerta son su labia y su encanto.
Este don de gentes, unido a su talento, acaba dando fruto. El duque Mario Farnesio, el cardenal Scipione Borghese, el marqués Vincenzo Giustiniani y el diplomático español Pedro Cosida se interesan por él y le hacen sustanciosos encargos. Aun así, las deudas se acumulan. Antes de dar con sus huesos en la cárcel, Ribera opta por una salida airosa, y siguiendo una vez más, tal vez inconscientemente, los pasos de Caravaggio, se muda a Nápoles en 1616.
Para entonces, el genio milanés ya lleva unos años difunto. A diferencia de este, el español decide sentar por fin la cabeza. Se casa con la hija de un pintor bien establecido, que le ayuda a hacer contactos; se gana el favor del virrey español, el duque de Osuna; conoce brevemente a Velázquez y acaba al servicio de Felipe IV, para quien crea “Las Furias”, una serie tan efectista y dramática que la esposa del pintor, horripilada, suspira de alivio cuando por fin empaquetan las obras con destino al palacio del Buen Retiro.
La ferocidad de Ribera supera a la de cualquier otro caravaggista. Dos siglos más tarde, el poeta Théophile Gautier calificará su pintura de “atroz”. “Hay corazones enamorados del triste amor de lo feo”, le reprochará.
¿Vena camorrista?
Pero no es el juicio de la posteridad lo que preocupa al Españoleto. Su mezcla de teatralidad y naturalismo extremo es una fórmula de éxito en la Europa de la Contrarreforma, eso es lo que importa. Por fin puede permitirse comprar una casa, desplazarse en carroza y ahorrar una buena dote para su hija. La prosperidad y los nuevos círculos artísticos suavizan su paleta, que se va volviendo más alegre y luminosa, de acuerdo con los nuevos gustos, pero no elimina su interés por lo grotesco, ni su amor por los personajes marginados ni la crudeza con la que plasma la violencia.
Una violencia tal vez presente, asimismo, en su vida. Se ha relacionado a Ribera con la llamada cábala napolitana, un círculo de artistas locales decidido a protegerse contra el intrusismo de los foráneos, que pudo haber estado involucrado en graves incidentes relacionados con la decoración de la capilla real del Tesoro de San Genaro. Este grupo, compuesto por los pintores Belisario Corenzo y Battistello Caracciolo, además del propio Españoleto, habría estado intimidando al pintor Guido Reni, a quien la Diputación había encargado los frescos.
San Jenaro sale ileso del horno, de Ribera, conservado en la la capilla real del Tesoro de San Genaro
Reni dimitió cuando uno de sus ayudantes apareció apuñalado. Tras algunos intentos fallidos, lo relevó Domenico Zampieri, más conocido como Domenichino, quien recibió anónimos amenazantes y vio saboteado repetidamente su trabajo antes de fallecer repentinamente. Su esposa achacó su muerte a un envenenamiento.
Aunque los rumores apuntaron a Ribera y a sus amigos, no hay indicios sólidos que respalden tal acusación. En cualquier caso, Ribera salió beneficiado, ya que se le adjudicó la decoración del altar mayor.
'El juicio de Salomón', atribuido recientemente a José de Ribera, el Españoleto
Y si este episodio es confuso, no lo ha sido menos el legado póstumo del Españoleto, uno de los artistas mejor representados en las colecciones españolas y, a la vez, uno de los más enigmáticos del Barroco italiano. Desde que en 2002 se le atribuyó El juicio de Salomón, su catálogo no ha cesado de crecer, con decenas de incorporaciones anteriormente anónimas o asignadas por error a otros artistas. El debate sigue abierto. El maestro de la luz y las tinieblas nos deparará, sin duda, nuevas sorpresas.