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Susana Martín Gijón, escritora: “El hábito de monja en la España del Siglo de Oro era una armadura espiritual y política”

Entrevista

La autora sevillana sitúa en Granada su novela ‘La Capitana’, en la que una religiosa se ve en la tesitura de resolver un caso de asesinato

Susana Martín, escritora

UC / Europa Press

Los conventos están de moda. Antes de que Rosalía catapultara las tocas a un nuevo limbo de espiritualidad feminista, pululaban por la literatura protagonistas enfundades en hábito, alejadas del mundanal ruido y de las aspiraciones de sus coetáneas. Monjas a las que el cliché tildó de aburridas, pero que diferentes novelistas han colocado ahora en el epicentro de tramas para santiguarse. En nuestro país, quien lo ha logrado con mayor acierto es Susana Martín Gijón, una escritora con mucho oficio a sus espaldas: las sagas de Annika Kaunda y Camino Vargas, inspectoras de novela negra, así lo atestiguan.

Un buen día la autora viajó en el túnel del tiempo, cambió las pruebas de ADN por el olfato detectivesco y se plantó primero en 1580 con La Babilonia y después en 1585 con La Capitana (Alfaguara). En un convento, para más señas. En ambas, oscuros crímenes requieren de la astucia de una religiosa para descubrir quién ha quebrantado el quinto mandamiento.

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Una novela ambientada en 1580 y otra en 1585 y las dos en Andalucía. ¿Qué tienen los años ochenta del siglo XVI que le resultan tan atractivos?

Es una época en ebullición: tensiones sociales, reformas religiosas, conflictos políticos… pero casi lo que más me interesa es que nos transporta a esa Andalucía llena de contrastes. En Sevilla nos encontramos en su mayor momento de esplendor, tras décadas ostentando el monopolio de la flota de Indias que había enriquecido muchísimo la urbe; sin embargo, en Granada tenemos la situación opuesta: una ciudad que se las había prometido muy felices tras la reconquista cristiana pero cuya población morisca ha sido expulsada apenas un siglo después, provocando la mayor crisis social y económica, y con ello, una de sus etapas más oscuras.

'La expulsión de los moriscos' (1894), cuadro de Gabriel Puig Roda

Terceros

Usted provenía de la novela negra contemporánea con inspectora incorporada. ¿Le costó resolver crímenes sin teléfonos móviles ni pruebas de ADN?

La verdad es que me apasiona la criminalística, pero admito que tuvo también su punto liberador. Implicaba volver al puro ingenio: los indicios, el comportamiento humano, la observación, los secretos que esconde cada cual. En el siglo XVI había menos recursos, así que había que tirar de audacia e imaginación. Y eso, narrativamente, es un regalo.

Usted, en la ficción, ha matado mucho, pero mucho y de formas ciertamente truculentas. ¿De dónde le viene ese instinto literario-asesino?

Sí, lo admito. A lo largo de doce novelas he probado muchos modus operandi, desde los más sencillos a los más alambicados. Pero todo tiene que ver con el deseo de explorar lo que nos descoloca. La violencia siempre busca desvelar algo de quienes somos, de lo que ocultamos o tememos. Y, por supuesto, sirve para echar a rodar la historia, con todo lo que ello conlleva de tramas, sospechas, introspección en la mente humana y en sus conflictos.

Y puestos a matar, ¿a qué personaje histórico del siglo XVI finiquitaría por el bien de la humanidad?

Es tentador señalar a un villano concreto, había candidatos de sobra. Pero la historia nos ha demostrado que cuando el poder no tiene freno, si eliminas a uno enseguida le sustituye otro con similar ambición y crueldad. Así que lo que mataría sería esa intolerancia que ha regido los destinos de nuestro país y del mundo demasiado tiempo. Y con ella, a quienes utilizaron la fe como excusa para someter a otros.

La escritora sevillana Susana Martín Gijón 

REDACCIÓN / Terceros

¿Y con cuál del siglo XXI se tomaría un café?

Con cualquiera que sea para mí ejemplo e inspiración. Me habría encantado con Jane Goodall, por habernos enseñado a mirar el planeta desde la ternura y el rigor científico. Con Greta Thunberg, por su compromiso y su valentía. O Margaret Atwood, por su clarividencia en anticiparnos la distopía que se nos echa encima. Estoy segura de que unas palabras de cualquiera de ellas espabilarían más que kilos de cafeína.

Los conventos han sido lugar de opresión para algunas mujeres, pero también refugio, espacio seguro para muchas

Susana Martín GijónEscritora

Tanto en La Babilonia 1580 como en La Capitana cuenta con dos protagonistas que visten hábitos. Los conventos de monjas están de moda, lo dicen sus libros y lo ha decretado Rosalía, ¿cuál cree que es la razón?

Lo dicen muchas ficciones creadas por mujeres artistas aun antes de que Rosalía se colocara el hábito, pero sí, ella dio con esa clave que estaba en el ambiente. Y para mí, como creadora, la razón está clara: los conventos son el espacio que miles de mujeres han habitado durante siglos. Han sido lugar de opresión para algunas, pero también refugio, espacio seguro para muchas. Y, sobre todo, era donde podían cultivarse y desarrollar sus talentos. Nos hemos perdido grandes historias –y grandes personajes históricos– por la tozudez patriarcal de no mirar los espacios femeninos.

Granada vista desde la Alhambra

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¿Se ha planteado encerrarse alguna vez en un convento para acabar un libro?

¡Me lo planteé con La Capitana! No se me ocurría un sitio mejor para alejarme de toda la exigencia del mundo actual a la vez que me sumergía en la historia, que tiene como epicentro de la acción un convento de clausura. Pero al final me conformé con visitar por dentro aquel en el que ambiento la novela (el carmelitano descalzo San José de Granada) y departir con las profesas en el locutorio.

¿Cómo era ponerse un hábito, físicamente, en el siglo XVI?

Farragoso y poco práctico. Pero lo importante era el símbolo: implicaba un papel social, un modo de estar en el mundo. Era una especie de armadura espiritual y, en el caso de algunas como santa Teresa de Jesús o la Capitana de las prioras, también una armadura política.

Retrato de Santa Teresa realizado por fray Juan de la Miseria

Terceros

En La Babilonia 1580 nos encontramos con una inusual pareja de investigadoras, una prostituta y otra monja. ¿Cuál de las dos tenía mejores condiciones de vida para la época? ¿Y cuál era más libre?

Ninguna era del todo libre, ambas tenían sus sometimientos, sus propias jaulas. Damiana, los muros de la mancebía y el control del padre de la botica, que era lo que hoy llamaríamos su proxeneta. Aunque a cambio contaba con ciertas libertades, podía gozar de algunos placeres que a la mayoría les estaban vedados.

Sor Catalina, la clausura que imponía el propio convento, pero que le permitía, por ejemplo, cultivarse intelectualmente. Pero uniendo sus fuerzas, consiguen sortear muchos de los obstáculos para llegar a la resolución de los crímenes que se están cometiendo.

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Ana de Jesús, la protagonista de La Capitana, viajó a Madrid, a Francia, a Bélgica… sola. ¿Cómo logró esa libertad de movimiento cuando las mujeres necesitaban permiso hasta para ir al confesionario?

Nuestra Capitana era una mujer que no se arredraba ante nada. Estuvo tres años encerrada en Madrid y cuando salió no solo no la habían doblegado, sino que fue poco después cuando empezó su periplo por Europa, fundando conventos y gobernándolos, y continuando así la expansión de la reforma teresiana. Sabía hacerse con buenos aliados, aprovechar los intersticios del sistema y negociar con las reglas… retorciéndolas un poco si era necesario.

La reforma del Carmelo (1562) impulsada por santa Teresa fue revolucionaria para su época: mujeres rigiendo conventos con cierta autonomía para los estándares de la época. ¿Fue una revolución feminista o una ilusión?

Supongo que algo de ambas cosas. Desde luego, para su época fue una revolución: una mujer cambiando la Iglesia católica desde dentro, que por supuesto no dudó en exigir para otras que seguían sus pasos unos mínimos de autonomía que hasta entonces no les habían permitido. Pero, precisamente por lo que suponía de transgresor, enseguida ella y su reforma empezaron a ser perseguidas sin descanso.

Convento de la Anunciación de Alba de Tormes, fundado por santa Teresa.

José Luis Filpo Cabana / CC BY-3.0

Por cuál de las dos posibilidades se decanta: ¿la Inquisición y la reforma teresiana colaboraban o se vigilaban mutuamente?

Coexistían con una tensión constante. En lo formal había colaboración, pero los recelos eran muchos. Demasiada autonomía femenina era de todo menos cómoda para la ortodoxia de entonces, por no hablar de otros privilegios en los que se habían acomodado los poderes de la Iglesia y con los que la santa no comulgaba.

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En La Capitana aparece Juan Latino, el esclavo liberado que llegó a ser catedrático en Granada. Cuéntenos el papel que juega en la novela y cómo encajaba en la élite intelectual un africano tras la expulsión de los moriscos.

Juan Latino representa lo excepcional dentro del orden establecido. Un esclavo que se salta todos las reglas y prejuicios, que toma un ascensor social inexistente en la época. Se hizo su hueco en esa élite intelectual, era muy querido por sus estudiantes granadinos, admirado por literatos de la talla de Lope de Vega o Cervantes, y nos consta que su influencia alcanzó al mismo Felipe II.

Retrato del poeta y dramaturgo Lope de Vega y Carpio que se puede ver en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid.

Terceros

En la novela va tomando mucha fuerza, como no podría ser de otra forma con un personaje tan extraordinario. Aporta sabiduría, frescura, su sentido del humor que ha llegado hasta nuestros días, y una visión externa fundamental para la investigación de sor Ana y fray Juan.

Si pudiera pasar un día en la Sevilla de 1580, ¿a dónde iría primero?

Directa al Arenal, que era por entonces el corazón palpitante del mundo, para tener la oportunidad de observar su puerto y todo lo que allí se cocía. Admiraría ese bosque de naves esperando la partida, todo el hormigueo de estibadores, mercaderes, marinos, aspiraría el olor a la brea de los barcos y a las especias desembarcadas y luego pasearía por el mercado del Malbaratillo con sus vendedores ofreciendo entre ropas usadas alguna reliquia dudosa, libros prohibidos o armas de la época.

Y luego, si hubiera tiempo, a las gradas de la Catedral, a ver qué estaban tramando los correveidiles del momento.

Sevilla. Anónimo, c. 1640

Dominio público

A raíz de la expulsión o conversión de judíos o moriscos, ¿encontró referencias a conversión forzada entre las mujeres de los conventos?

A la población morisca de Granada se la sometió a bautismos multitudinarios forzosos, y a partir de ahí, a una vigilancia intensa. A pesar de ser cristianas nuevas de moro, no se las consideraba de fiar, y no eran las candidatas más deseables a la hora de entrar en un convento. Aun así, claro que algunas entraron. La propia Teresa de Jesús tenía sangre judeoconversa.

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Si Ana de Jesús y santa Teresa pudieran leer La Capitana, ¿qué le gustaría que pensaran?

Me gustaría que se sintieran bien con el lugar que les doy. Porque las he mirado desde el respeto, la admiración y la honestidad. No tanto en la parte espiritual, sino en la humana, en su liderazgo, sus talentos, sus afectos y también, claro está, sus debilidades. Que sintieran que su legado sigue vivo como las mujeres talentosas y valientes que fueron, que supieran que su coraje nos sirve aún hoy de inspiración. Y me gustaría que esta historia les sacara alguna sonrisa.