Aunque se trata solamente de un disco, Lux, el nuevo trabajo de Rosalía, está atravesando fronteras físicas y mentales. Más allá de que las canciones del álbum han dividido el mundo en dos mitades, por un lado quienes las aplauden (la mayoría) y de otro, quienes la critican, la cantante de Sant Esteve de Sesrovires, se ha querido proyectar, además de cómo compositora y cantante, como un faro espiritual.
Aunque el nuevo trabajo de Rosalía está impregnado de iconografía religiosa (que si su estética conventual, que si su misticismo femenino, que si los símbolos del islam, el hinduismo y el budismo…), su propuesta estética parece enlazar con lo que se ha venido en llamar la espiritualidad laica.
La religión es para quienes tienen miedo de ir al infierno, mientras que la espiritualidad es para quienes ya hemos estado en él
El nuevo álbum sorprende por su cambio de estilo y profundidad, reflejando las inquietudes de una generación en busca de sentido, según Lorena Montón
Si hay que hacer caso a Rosalía, Lux, surgió como consecuencia de un viaje introspectivo. Rosalía ha manifestado que su relación con lo espiritual siempre ha estado ahí, pero que con su nuevo disco lo ha expresado en forma de canciones. También se ha referido a que su “misión” no es solo hacer música, “sino algo más profundo”, aunque ella no encaje del todo en ninguna religión en concreto. Tal vez por ello, en la canción Porcelana canta en latín: “Ego sum nihil / Ego sum lux mundi” (“Yo soy nada / Yo soy la luz del mundo”). No es ni mucho menos la única referencia espiritual del disco.
“La religión es para quienes tienen miedo de ir al infierno, mientras que la espiritualidad es para quienes ya hemos estado en él”, dice un proverbio sioux que suele citar el escritor y profesor Borja Vilaseca. Sentado en una cafetería de la Plaza Kennedy de Barcelona y enfundado en una camiseta donde puede leerse “Lo que crees, creas”, Vilaseca comienza explicando que, aparentemente, la religión se mantiene en bastante buena forma.
“Ocho de cada diez seres humanos –comienza diciendo– siguen comulgando directa o indirectamente con alguna fe religiosa. De estos, casi todos apoyan el ‘teísmo’ y creen en la existencia de Dios, sea el que sea. Eso sí, la mayoría no es practicante ni va nunca a su correspondiente iglesia, sinagoga o mezquita”, recuerda. “El otro 20% se declara ateo”, continúa diciendo. “Sin embargo, aunque no aparezca todavía reflejada en las estadísticas, la espiritualidad laica es lo que más crece”, afirma.
Para este “espiritual practicante”, según se autodefine, no se trata tanto de creer en algún dios, sino de que la espiritualidad es de per se laica, “ya que forma parte de nuestra verdadera naturaleza, aunque lleve muchos siglos secuestrada por la religión”, recuerda.
El paradigma de la espiritualidad sin religión fue abordado en el año 2021 por Vilaseca en el libro Las casualidades no existen. Espiritualidad para escépticos (Vergara), donde este escritor y agitador de conciencias argumentaba que a lo largo de la historia han ido surgiendo todo tipo de ideologías que han quedado desfasadas. Sin embargo, hay una idea que parece tomar más fuerza a cada siglo que pasa: la filosofía perenne. La filosofía que no caduca -explicaba entonces Vilaseca-, “es un conjunto de principios universales acerca del propósito de nuestra existencia que comparten todos los místicos –y místicas– de diferentes pueblos, culturas y épocas y que puede resumirse en el aforismo ´conócete a ti mismo y conocerás al universo´, una frase que aparece inscrita en el templo de Apolo en Delfos”.
Las nuevas y viejas espiritualidades laicas y religiosas
Misa, taichí, meditación... Y porros
Según el filósofo y teólogo Francesc Torralba, cuando hablamos de espiritualidades hablamos de un cajón de sastre enorme. Torralba ha comprobado in situ entre sus 200 alumnos que cada maestrillo tiene su librillo, tras preguntar a sus pupilos en clase de qué modo cultivan su espiritualidad. “Un estudiante me dijo: ´pues yo voy a misa los domingos´, lo que sería una espiritualidad enmarcada dentro de la religión católica. Otro me dijo: ´bueno, yo practico el reiki´, lo que vendría a ser otro tipo de espiritualidad vivida fuera de una institución clásica y que tanto puede practicarse en casa o junto con un grupo de amigos”, continúa contando. “Algunos dijeron hacer taichí, yoga, zen, meditación, mientras otros iban a nadar o a dar paseos, incluso hubo alguien que dijo escuchar la música de Schubert”, prosigue. “Pero el que me hizo reír –cuenta– fue un alumno que me dijo: ´mire, ¿usted sabe cómo vivo yo la espiritualidad, profesor?, pues fumándome un porro y escuchando reguetón´, lo que me hizo pensar: ´¡caramba, tú, esto ya es de matrícula de honor!”, sonríe Torralba.
Salvando las distancias, que son muchas, algo similar sucede con las espiritualidades religiosas, indica este doctor por la Facultat de Teología de Catalunya. “Yo que formo parte de la iglesia y me siento católico, también advierto una multiplicidad de espiritualidades, aunque desde fuera parezca que sea un todo homogéneo y gris”, desvela.
“Por ejemplo, hay la espiritualidad de San Ignacio de Loyola, la espiritualidad benedictina, la espiritualidad de San Juan de la Cruz, la espiritualidad de San Juan de Dios, la espiritualidad de Santa Teresa de Ávila…” En conclusión: hay un gran abanico de espiritualidades laicas y religiosas, “aunque no caería en el error de compararlas”, aconseja. “Por haber, incluso conozco a personas que no creen en ninguno de los artículos del credo pero que entran en la iglesia porque les da paz o porque les gusta escuchar la música del órgano”, desvela Torralba para dar a entender las mil y una espiritualidades, antiguas y nuevas, que están floreciendo.
Rosalía alimenta la idea de que ser joven, guapa, famosa y rica puede ser insuficiente para colmar el anhelo de plenitud
La cuestión es que cada vez más investigaciones muestran que los occidentales son muchísimo menos religiosos que en el pasado, lo que está propiciando actitudes “espirituales alternativas” y prácticas prêt à porter basadas en las propias vivencias de cada persona y, en ese sentido un poco diferentes, aunque existan algunos ítems enraizados con nuestro tiempo: la meditación, el ayuno, el budismo, el yoga, la cábala, el sufismo, el zen, los cuencos tibetanos, el incienso, el taichí, el vegetarianismo…
Más allá de la condición trascendental de Rosalía, la espiritualidad laica vive un boom en muchos países. Hoy día, la nueva “religión” parece ser creer en uno mismo. Pero también trabajar, consumir y evadirse todo lo que sea posible. Esto está motivando que cada día haya más “mendigos emocionales” que intentan llenar su cantimplora con todo tipo de brebajes para refrescar el alma.
Rosalía, en la Semana de la Moda de París
Tras ser interpelado sobre la “lux” que desprende el nuevo disco de Rosalía, Francesc Torralba, filósofo y teólogo “por este orden”, según aclara, admite estar estudiando detenidamente las letras de sus canciones y, sobre todo, el modo en que la artífice de “Malamente” y “Despechá” concibe a Dios. “Me interesa porque, claro, Rosalía tiene un impacto enorme y resulta interesante saber cómo aborda la espiritualidad”, recalca este pensador muy querido por los jóvenes.
“Tras analizar Lux he llegado a varias conclusiones”, adelanta. “La primera es que, como ella mismo ha reconocido, una de sus fuentes de inspiración es Simone Weil, sobre todo una de sus obras, La gravedad y la gracia, informa. Se trata de una filósofa francesa muy sugerente e intuitiva que ha sido objeto de un montón de tesis, pese a morir en el año 1943 con tan solo 34 años. “Lo que observo es que Rosalía presenta a Dios como la única forma de colmar el vacío que experimenta. Y eso, claro, dicho por una figura mundialmente conocida como es ella, tiene mucho interés, porque alimenta la idea de que todo lo que puede ofrecer este mundo (como ser joven, ser guapa, ser famosa o ser rica) puede ser insuficiente para colmar el anhelo de plenitud”, reflexiona.
Todo ser humano tiene una dimensión espiritual que le faculta para valorar qué tipo de vida tenemos y queremos para nosotros mismos
Torralba dice estar de acuerdo con Vilaseca cuando afirma que hablar de espiritualidad sin Dios no es contradictorio. “Como la única espiritualidad socialmente observable en nuestros países fue durante siglos una religión (el cristianismo), hemos acabado por creer que religión y espiritualidad eran sinónimos”, ha escrito Torralba citando a André Comte-Sponville, el filósofo francés.
Torralba admite haber dedicado mucho tiempo a estudiar la espiritualidad laica. Fruto de ello, en el año 2010 publicó Inteligencia espiritual (Plataforma), un libro que acaba de alcanzar su vigésimo segunda edición. “Mi punto de partida es que todo ser humano, independientemente de su edad, cultura, género o estado civil tiene una dimensión espiritual que es inherente a cualquier persona y que nos faculta para valorar qué tipo de vida tenemos y queremos para nosotros mismos”, explica. “Lo que pasa es que la espiritualidad se vive de muchas formas, ya que cualquier ser humano tiene esta dimensión, aunque esté desigualmente desarrollada en cada persona”, lanza.
Precisamente por ser la espiritualidad una de las palabras más polisémicas que existen en el diccionario, cada maestrillo tiene su librillo. “Una cosa es cómo concibe la espiritualidad David Hume, otra cosa es como la concibe Salvador Pániker y otra cosa es como la concibe Rosalía”, recuerda Torralba. Ahora bien, todas estas formas de espiritualidad son igual de legítimas, aunque puedan situarse al margen de las instituciones religiosas.
Cuestión distinta es que en la actualidad también están aflorando “espiritualidades de supermercado” (como las denomina Torralba), inspiradas en grandes tradiciones espirituales del Extremo Oriente en su versión postmoderna y capitalista. “El problema es que cuando un oriental observa la manera de hacer yoga de algunos occidentales, no puede evitar pensar que se parece muy poco a los textos sobre el yoga tradicional que desarrolló Patanjali, el autor de los Yoga Sutras, en el siglo II antes de Cristo”, arguye Torralba.
Fruto de este bricolaje espiritual que bebe del sincretismo (es decir, de la fusión o amalgama de diferentes prácticas y corrientes filosóficas), más que del teísmo (esto es, de la creencia en un dios que creó el mundo y vela por él), están surgiendo espiritualidades a la medida de cada persona.
Tal y como declaraba recientemente la escritora argentina Flavia Company a Guyana Guardian con motivo de su nuevo libro, uno de los peligros de que la religión haya desaparecido como práctica habitual es que está siendo sustituida por el consumo, “que es lo que calma las conciencias y lo banaliza todo”, según expresaba la autora de Haru, entre otras obras. “¿Me compro un buda, incienso, una esterilla superchula y hago yoga o taichi y ya soy espiritual? Nos hemos acostumbrado a obtener las cosas mediante el consumo, que es lo único que enseña el capitalismo. Y no hay nada más lejos de la espiritualidad”, señalaba esta escritora que acaba de presentar Los nueve libros (Navonna).
Visto así, coinciden en señalar Torralba y Vilaseca, cada cual con sus propias palabras, tal vez el mayor peligro al que se enfrenta la espiritualidad laica es acabar dando lugar a nuevas maneras de yoísmo y narcisismo en un momento en que lo comunitario está de capa caída.



