Amália Rodrigues, la reina del fado que perdió y reencontró su corona

Del éxito al olvido

De familia humilde, esta artista total llegó a lo más alto, fue ignorada y, finalmente, reivindicada por poner voz a la nostalgia y la fatalidad del fado portugués

La cantante de fado portuguesa Amália Rodrigues en una imagen de abril de 1963

La cantante de fado portuguesa Amália Rodrigues en una imagen de abril de 1963

Tony Davis/Daily Express/Hulton Archive/Getty Images

El 6 de octubre de 1999, un gran gentío se acumuló a las puertas del número 193 de la rúa de São Bento, en Lisboa, encendiendo velas y portando flores. Allí, en la que había sido su residencia, acababa de morir Amália Rodrigues, la que fuera durante muchos años la reina del fado.

No tardaron en sucederse los homenajes en su memoria: el por entonces presidente de la República, Jorge Sampaio, decretó tres jornadas de luto nacional, y, antes de recibir sepultura en el cementerio lisboeta dos Prazeres, se le rindieron honores militares. Un reconocimiento popular e institucional que hubiera sido imposible solo dos décadas antes, cuando la revolución de los claveles, basándose en su presunta relación con el régimen salazarista, relegó a la reina del fado al ostracismo.

Lee también

Cómo la disidencia en el Ejército llevó la democracia a Portugal

Ramón Álvarez
El capitán Fernando José Salgueiro Maia, el 25 de abril de 1974

Sin embargo, sus vínculos con la dictadura de Oliveira Salazar no fueron más que los de toda artista que triunfó en ese momento determinado de la historia. Y así lo confirmaba la bandera a media asta que, tras su muerte, ondeó en la sede del Partido Comunista portugués, el mismo con el que ella había colaborado de forma clandestina durante los años del régimen.

Los años difíciles

La infancia y la adolescencia de Amália Rodrigues no fueron fáciles. Tal vez por ello buscó una sociedad más igualitaria y, por ejemplo, empatizó con el dolor de las familias de quienes sufrían prisión a causa de sus ideas políticas.

Había nacido el 5 de julio de 1920 en una modesta casa de la freguesía da Pena, en Lisboa, concretamente, en la rúa Martim Vaz, número 86. Un piso pequeño, “lleno de humedad y escaso de luz”, como explicaría años más tarde, en el que residían sus padres, un matrimonio humilde originario de la Beira Baixa que había emigrado a Lisboa en busca de mejores condiciones de vida.

Vista actual de la a freguesía da Pena, donde nació Amália Rodrigues

Vista actual de la freguesía da Pena, donde nació Amália Rodrigues

Pedro Amaral Couto / CC BY-SA 3-0

Tras ella nacieron ocho hermanos más, una familia numerosa a la que el sueldo de zapatero del padre apenas podía mantener. De ahí que, cuando solo contaba doce años, Amália se viera obligada a dejar los estudios y ponerse a trabajar, primero, en un taller de bordados, después, en una pastelería y vendiendo las hortalizas del pequeño huerto doméstico en el mercado del barrio.

Sabía, sin embargo, que poseía un tesoro: su voz grave y profunda, ideal para desgranar las notas del fado. Por eso, decidida a hacer de la música su modo de vida, se presentó en 1938 a un pequeño certamen que se celebraba en el barrio de Alcántara.

Lee también

El día que nació él: Miguel de Molina y la copla antifranquista

Francisco Martínez Hoyos
Miguel de Molina en Buenos Aires.

No ganó, pero allí conoció a Jorge Soriano, director de la Casa del Fado, quien de inmediato quiso contratarla. Por entonces Amália había conocido a un guitarrista aficionado, tornero de profesión, llamado Francisco da Cruz, con quien en 1940 contrajo un efímero matrimonio que apenas duró dos años.

Gracias a Soriano debutó en la prestigiosa casa de fados Retiro da Severa, en Lisboa, de donde pasó a otros locales de la capital, como el Solar da Alegria o el Café Luso. Así, poco a poco, fue dándose a conocer.

En el camino del éxito

Dos años después, su éxito le abrió las puertas del teatro. El dramatismo que Amália imprimía a sus canciones y su elegante presencia, vestida siempre de negro, la llevaron a estrenar en el teatro lisboeta María Vitória la pieza Ora vai tu!

Fue la primera de sus intervenciones en la escena, que más adelante le permitieron acceder al cine. No obstante, Amália dejó de lado la que podía haber sido una excelente carrera dramática para consagrarse a la canción. En 1943, volcada en su trabajo y recuperada de su fracaso matrimonial, emprendió una intensa trayectoria internacional que ya no se interrumpiría hasta el fin de sus días.

Vertical

Amália Rodrigues en la década de 1950

Otras Fuentes

Madrid, París, Londres, las colonias portuguesas en África, Latinoamérica, Nueva York, Ciudad de México... El mundo entero se rindió a su voz y al sentimiento con que entonaba el fado. En 1956, tras su triunfal concierto en el Olympia de París, la prestigiosa revista estadounidense Variety la incluyó en la lista de los mejores cantantes del momento. Su éxito profesional coincidió, además, con una etapa de plenitud personal, ya que en 1960 conoció al que sería su compañero durante más de treinta años, el ingeniero brasileño César Seabra.

Los años sesenta y setenta asistieron al momento cumbre de su carrera. Reconocida mundialmente como una clásica de la canción, se la consideraba una de las primeras estrellas del panorama musical internacional.

Lee también

Los tablaos flamencos: cuándo nació esta tradición

Xavier Vilaltella Ortiz
Horizontal

En 1967 recibió el premio MIDEM, galardón que consiguió tres veces más, una hazaña solo superada por los Beatles. Posteriormente obtuvo, entre otros galardones, el IX Premio de la Crítica Discográfica Italiana, el Gran Premio de la Ciudad de París y el Gran Premio del Disco de París.

Condenada al ostracismo

Pero, inesperadamente, su carrera se interrumpió en Portugal. El fin del salazarismo y el estallido de la revolución de los claveles lanzaron sobre Amália la sombra de la sospecha: se la acusaba de haber colaborado con el antiguo régimen.

Sus detractores no tuvieron en cuenta –como se ha demostrado después– la ayuda económica que prestó a la oposición clandestina durante la dictadura, la prohibición por parte de Salazar de emitir por radio su afamado Abandono (Fado de Peniche), himno por los presos políticos del penal de Peniche, ni las diversas ocasiones en que la PIDE, la policía política de Salazar, la había investigado.

Horizontal

Amália Rodrigues fotografiada en 1965

Otras Fuentes

De este modo, se difundieron rumores sobre su vida privada, como una presunta relación íntima con el propio Oliveira Salazar, un más que improbable idilio con el exrey de Italia Humberto de Saboya, exiliado en Estoril, o su presunto romance con el playboy Porfirio Rubirosa.

Los medios de comunicación no dudaron en calificarla como una de las principales representantes de la triple F –fado, Fátima y fútbol– con que el dictador había intentado acallar las reivindicaciones del pueblo.

Ida y vuelta

Relegada por los medios musicales portugueses, Amália orientó su carrera fuera de las fronteras lusas y continuó dando conciertos no solo por Europa y América, sino también por Asia, ya que en varias ocasiones cantó en Japón y en Israel.

Tuvo que pasar más de una década para que volviera a actuar y a grabar un disco en Portugal. En los años noventa, una vez se demostró la falsedad de los infundios que pesaban sobre su reputación, el presidente Mário Soares quiso enmendar la injusticia cometida con ella y le dio la bienvenida a su país con la concesión del collar de la Orden del Infante Don Enrique, la máxima distinción honorífica de la República.

Ya era tarde. En 1990 Amália fue diagnosticada de una insuficiencia coronaria que la llevó a espaciar sus actuaciones. En 1994 apareció puntualmente en los festivales organizados con motivo del nombramiento de Lisboa como Capital Europea de la Cultura.

Cinco años después, tras pasar unos días de descanso en su casa del Alentejo, grabó un programa para la televisión de Galicia en el claustro del monasterio de los Jerónimos. Nadie pensó que esa iba a ser su última aparición pública. Un mes después falleció repentinamente en su domicilio lisboeta.

Vertical

Amália Rodrigues en un concierto en el Olympia de París en mayo de 1989

Otras Fuentes

Dejaba tras de sí más de ciento setenta discos grabados, de los que se vendieron treinta millones de copias que, junto con su proyección internacional, la convirtieron en la mejor representante de la música y el alma portuguesa del siglo XX.

Para entonces, su memoria ya había sido reivindicada, y a los reconocimientos públicos tras sus exequias, el 8 de julio de 2001 siguió el traslado de sus restos mortales hasta el Panteón Nacional. Es la única mujer a la que Portugal ha concedido tal honor.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...