Japón, 1936: el golpe fallido que no frenó a la ultraderecha imperialista

Ruido en los cuarteles

Poco antes de que en España se produjera el alzamiento que derivaría en la Guerra Civil, en Japón militares ultras intentaron someter al emperador a sus exigencias expansionistas

Las tropas rebeldes escuchan al teniente Nibu Masatada durante el incidente del 26 de febrero

Las tropas rebeldes escuchan al teniente Nibu Masatada durante el incidente del 26 de febrero

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Japón vivía una tensa calma en 1936. Desde hacía menos de una centuria, durante el período Meiji que había occidentalizado el país, facciones nacionalistas de ultraderecha se resistían a la modernización y a la apertura de las islas a la comunidad internacional tras siglos de aislamiento.

Diversas sociedades secretas próximas al estamento militar organizaron atentados contra figuras políticas, protagonizaron revueltas e incluso promovieron guerras, como las libradas contra China entre 1894 y 1895 (con la consiguiente adquisición de Formosa, hoy Taiwán) y Rusia en 1905 (que permitió al Imperio del Sol Naciente imponerse en la Manchuria del norte chino y en 1910 anexionar Corea).

Retirada del Ejército Ruso tras una batalla en la guerra ruso-japonesa de 1905

Retirada del ejército ruso tras una batalla de la guerra entre Japón y Rusia en 1905

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Este influyente sector tradicionalista, militarista y expansionista sufrió un revés con la etapa posterior a la Meiji. En la era Taisho del emperador Yoshihito, mientras Europa estaba inmersa en la Primera Guerra Mundial, Japón se alineó con las potencias occidentales aliadas (Inglaterra, Francia y Estados Unidos). Gracias a ello, obtuvo numerosos dominios ganados a los alemanes en el Pacífico.

La confraternización con países democráticos disgustaba a las fuerzas reaccionarias. Estas, hegemónicas en el Ejército y en menor proporción en la Marina, aspiraban a retornar a un Estado como el de los antiguos shogun: una dictadura militar férreamente unificada bajo el emperador, que prescindiera del régimen de partidos, apoyara las ambiciones colonialistas y restableciera una economía feudal, de base rural. Creyeron ver un momento propicio para la concreción de su proyecto en 1926, cuando Hirohito sucedió a Yoshihito en el trono e inauguró el período Showa.

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El golpe de Estado fallido ocurrido diez años después, en el denominado Incidente del 26 de febrero (Ni-niroku Jiken), resultó un episodio crucial en la lucha entre quienes abogaban por un Japón totalitario, beligerante, agrarista y aislacionista –protagonistas del suceso– y sus contrincantes, ni progresistas ni pacifistas, pero mucho más moderados.

Pese al fracaso del levantamiento, se paralizó el país cuatro días, con lo que se puso de manifiesto el amplio número de oficiales descontentos con el régimen democrático vigente. En adelante, la vida pública nipona se gestaría a la sombra de los cuarteles en detrimento del poder civil.

Tokio en armas

En la madrugada del golpe, la nieve se acumulaba en las calles de Tokio, desiertas por el frío. De repente, comenzó a haber movimiento y pronto el corazón de la ciudad estuvo infestado de soldados. Dirigidos por oficiales de baja graduación, avanzaban a paso veloz en columnas hacia edificios públicos como la Dieta (el Parlamento), el Ministerio del Ejército o la comisaría central de la Policía Metropolitana. Los principales accesos al propio eje de la vida pública, el Palacio Imperial, quedaron cortados.

Un contingente se atrevió a adentrarse en la residencia de Hirohito, pero fue repelido de inmediato por la Guardia. Mejor suerte tuvieron los rebeldes que asaltaron las casas del primer ministro y el gran chambelán y diversos domicilios privados de altos funcionarios.

Rebeldes en el exterior de la casa del primer ministro

Rebeldes en el exterior de la casa del primer ministro

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Despertado de urgencia, el emperador no dio crédito a los informes. La primera estimación de víctimas incluía a miembros activos del gabinete, exjerarcas de gran importancia simbólica y hasta cortesanos de su círculo íntimo.

El gobierno se veía remodelado súbitamente por las armas. Los efectivos insubordinados, entre 1.400 y 1.500 hombres, habían ejecutado a Saito Makoto, ex primer ministro y en ese momento portador del Sello Imperial; a Takahashi Korekiyo, ministro de Finanzas; y al general Jotaro Watanabe, inspector general de Educación Militar. Además, habían tratado de eliminar a Okada Keisuke, primer ministro en funciones, que se salvó porque los agresores mataron por error a su cuñado. El príncipe Saionji Kimmochi, antiguo primer ministro, logró escapar a duras penas, lo mismo que Makino Nobuaki, ex portador del Sello Imperial, y el almirante Suzuki Kantaro, gran chambelán de Japón, que fue herido de gravedad. Ninguna rebelión había llegado tan lejos.

Maltrecho el gobierno, tomadas sedes clave del Estado y controladas las arterias urbanas, los sublevados eran dueños de la situación y elevaron sus exigencias al ministro del Ejército, Kawashima Yoshiyuki. Querían instaurar un nuevo gabinete, propenso a lo que los insurrectos llamaban la Restauración Showa, es decir, una vuelta al shogunato con Hirohito como soberano.

Se trataba de una idea que dividía Japón desde que en 1919 varios ideólogos castrenses la formularon. El movimiento político y militar Kodoha que estos fundaron había estado detrás de la ocupación de Manchuria en 1931 o del asesinato del primer ministro Tsuyoshi Inukai al año siguiente. Pero no contaban con la ayuda de la cúpula del Ejército y la Marina, en manos del más moderado partido Toseiha.

Tropas rebeldes, el 26 de febrero

Tropas rebeldes el 26 de febrero

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Esto explica que el golpe del 26 de febrero estuviera dirigido, al menos en lo visible, por oficiales jóvenes –ninguno llegaba siquiera a capitán–, y también los asesinatos selectivos: era el ala Kodoha atacando a la Toseiha.

El dictamen imperial

Por todo ello, no era del ministro del Ejército de quien los rebeldes aguardaban la respuesta a sus demandas, sino del emperador. Decían luchar por él, no en su contra. Su enemigo era el gobierno vigente, al que calificaban de tibio, corrupto y demasiado politizado. Les resultaba nefasto por desatender la reforma agraria –o regreso al feudalismo– en pro de una industrialización y por postergar la conquista de Asia –iniciada, creían, con Manchuria– y otros anhelos de grandeza ultranacionalista.

Sin embargo, la sentencia de Hirohito no fue la esperada por los militares extremistas. El emperador meditó en voz alta ante sus allegados: “Los rebeldes han matado a súbditos capaces, equivalentes a mis manos y mis pies. ¿Por qué, entonces, se consideran a sí mismos leales? Debo ordenar a la Guardia Imperial que los derrote”.

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Y así fue. Tras proclamar el estado de excepción bajo la ley marcial, ordenó al Ejército y la Marina que procedieran contra los golpistas. Hasta entonces, los comandantes gubernamentales, de la facción moderada Toseiha, se habían mantenido alerta, pero inactivos, ya que temían que estallara una guerra civil. Sabían que en la alta oficialidad muchos miraban con simpatía el radicalismo Kodoha.

Las palabras del emperador, no obstante, habían sido claras. A ellas se sumó, además, el apoyo de poderosos y reconocidos militares ultras, como el general Hideki Tojo, el primer ministro que lideraría a Japón durante la Segunda Guerra Mundial.

Suicidio

Con todo, no hizo falta disparar ni un tiro. Los insurrectos se rindieron solos. La Marina rodeó la bahía de Tokio con acorazados para convencerlos de que capitularan, pero el Ejército, el mayor semillero del ala Kodoha, se abstuvo siquiera de amenazarlos. Se limitó a difundir entre los sublevados la decisión inapelable del emperador.

Físicamente agotados y demolidos moralmente, depusieron las armas el mediodía del 29 de febrero. Dos oficiales insurrectos se suicidaron ritualmente; lo prefirieron a entregarse. Los demás jefes rebeldes acompañaron en silencio a sus camaradas gubernamentales, tan cabizbajos como ellos.

Soldados rebeldes volviendo a sus cuarteles

Soldados rebeldes volviendo a sus cuarteles

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Más tarde se reunió una corte marcial para juzgar los acontecimientos. Los soldados rasos fueron absueltos de cualquier cargo. De los oficiales, setenta acabaron en prisión y diecinueve ejecutados o conminados al sepukku (ceremonia ritual de suicidio). Las pesquisas se detuvieron allí. Se ajustició también, en 1937, al filósofo Kita Ikki, cofundador de la facción Kodoha, y a un seguidor suyo implicado ideológicamente, pero no se buscó responsables en el alto mando.

El Incidente del 26 de febrero fracasó como golpe de Estado, pero no en sus objetivos de fondo. El primer ministro Okada Keisuke tuvo que dimitir al mes siguiente y la ley marcial se prolongó en Tokio hasta julio. Ambos hechos señalaron un rumbo ya definitivo para Japón: la militarización total de la política.

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El episodio había indicado la ascendencia pública del Ejército, que entonces aumentó su representación en el gobierno e incrementó su presupuesto. Un año más tarde, el país entraba en guerra con China. No mucho después, en 1940, firmaba una alianza tripartita con la Alemania nazi y la Italia fascista.

¿Quién fue el jefe?

El Incidente del 26 de febrero aún encierra incógnitas, entre ellas su autoría última. Los expertos han barajado dos hipótesis. Una teoría atribuye la rebelión al emperador Hirohito. La habría auspiciado para justificar los aumentos presupuestarios y de cuota de poder gubernamental de los militares que permitieron el expansionismo bélico esgrimido contra China o durante la Segunda Guerra Mundial. Pero ¿por qué habría ordenado entonces neutralizar la insurrección nada más enterarse de ella?

El hermano menor de Hirohito, el príncipe Chichibu Yasuhito (1903-53), también podría haber orquestado el golpe. Su padre le había autorizado a fundar una rama sucesoria alternativa, ya que Hirohito, el heredero, no tenía hijos. La tensión entre los dos hermanos aumentó tras el asesinato del primer ministro Tsuyoshi Inukai. En 1932, el ya emperador Hirohito destinó al príncipe fuera de Tokio (por su simpatía con el ala extremista Kodoha). Al año siguiente nacía Akihito, el primogénito de Hirohito. Para mayor sospecha, tras el golpe, Yasuhito fue embarcado en una gira oficial por Europa durante meses.

Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 468 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a [email protected].

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