Hollywood, como fábrica de sueños, pocas veces tuvo que llevar su maquinaria tan al máximo como en Pretty Woman. ¿Una comedia romántica, producida por Disney, protagonizada por una prostituta callejera redimida por un “tiburón” de Wall Street veinte años mayor?
La expresión “disneyzación” nunca ha sido tan pertinente al hablar de una película como en Pretty Woman. El filme que catapultó a Julia Roberts al estrellato es un ejemplo paradigmático de la romantización de la realidad en la ficción, una muestra de cómo transformar una actividad tan poco glamurosa como la prostitución callejera en una fantasía romántica sobre el poder del amor para superar las barreras sociales y económicas.
Originalmente, el guion tenía muy poco de romántico. Se titulaba Three Thousand y contaba la historia de una prostituta de maneras vulgares y adicta al crack, cuyos servicios eran contratados por un millonario arrogante y codicioso a cambio de los tres mil dólares del título.
El final distaba mucho de ser feliz: el millonario echaba del coche a la prostituta y le tiraba los tres mil dólares encima. Ella los recogía de la acera y se los gastaba junto a su mejor amiga, también prostituta y toxicómana. ¿Y dónde iban a gastárselo? A un lugar que, teniendo en cuenta quién acabaría comprando el guion, parece un guiño irónico del destino: Disneylandia.
El guionista J. F. Lawton se inspiró en sus vivencias para escribir el libreto. En concreto, en la historia que le contó una amiga prostituta en la época en que el aspirante a escritor vivía cerca de Hollywood Boulevard, en una zona frecuentada por proxenetas, traficantes y drogadictos. Esta le contó que en una ocasión un cliente rico la contrató para ir una semana a Las Vegas como escort, o “chica de compañía”.
Lawton conectó esta experiencia con el contexto socioeconómico de finales de los ochenta: la prostituta sería hija de la pobreza derivada del proceso de desindustrialización del “cinturón del acero” del noreste de Estados Unidos, mientras que el millonario, trasunto del Gordon Gekko de Wall Street (1987), sería hijo de la aristocracia financiera que estaba ayudando a desmantelar esa industria especulando con la compraventa de empresas. La metáfora estaba servida.
De prostituta a “chica bonita”
Tras pasar por varias compañías independientes, el guion terminó en las oficinas de Touchstone Pictures, marca perteneciente a los estudios Disney. Su presidente, Jeffrey Katzenberg (posteriormente cofundador de DreamWorks junto a Steven Spielberg), vio mucho potencial en la historia. Pero no como sórdido drama social sobre la prostitución, sino como moderno cuento de hadas. Una mezcla de Rapunzel y La Cenicienta reinterpretados en clave de comedia romántica.

Jeffrey Katzenberg
El lavado de cara fue completo. La prostituta drogadicta y malhablada se convirtió en una atractiva, higiénica y adorable chica de pueblo. Una hermosa joven con figura de modelo y sonrisa de anuncio de dentífrico, que se prepara para “hacer la calle” como quien ha quedado con sus amigas para ir a la discoteca, y que pasa frente al cadáver de una compañera asesinada tirado en un contenedor como quien presencia un simple altercado callejero.
El putero engreído y bróker despiadado se transformó en un millonario apuesto, sensible y amable, que toca el piano cuando está triste, ejerce de paternalista Pigmalión y se siente culpable por ser un empresario que “no construye ni fabrica nada”. Incluso como cliente, es un caballero: no utiliza los servicios contratados hasta que ella lo desea. Un verdadero príncipe azul al rescate de la damisela en apuros.
El cambio de título, extraído de la famosa canción de Roy Orbison Oh, Pretty Woman (1964), le daba un toque ligero y naif. Y la famosa frase “hago todo menos besar en la boca”, dulcificación de la original “todo menos sexo anal”, sirvió como gancho dramático para desarrollar el romance.
El resultado fue la tercera película más taquillera de 1990 y una de las comedias románticas más exitosas de la historia (además de un fenómeno televisivo en España cada vez que se emite). Richard Gere consolidó su imagen de galán, el televisivo Garry Marshall afianzó su carrera cinematográfica como director de comedias románticas y la desconocida Julia Roberts vivió su propio cuento de hadas al convertirse, de la noche a la mañana, en una estrella de Hollywood, la nueva “novia de América”.

Julia Roberts y Richard Gere en la película 'Pretty Woman', 1990
De víctima a empoderada
La glamurización de la prostituta en el cine (también llamada “trabajadora sexual” o “mujer prostituida”, dependiendo del enfoque, regulacionista o abolicionista) es un fenómeno relativamente reciente. Hasta los años sesenta, coincidiendo con los movimientos de liberación femenina, la prostituta era un personaje que reflejaba la dicotomía subyacente en el imaginario colectivo sobre la mujer: decente o indecente.
Siguiendo esa división de orden moral, la prostituta sería el epítome de la segunda categoría. Y, según su comportamiento y circunstancias personales, esta podía ser una víctima, una pecadora por necesidad que podría ser redimida, reconducida, normalmente por un hombre; o bien una “perdida”, una mujer de “mala vida” que utiliza “sus encantos” para manipular a los hombres y obtener beneficios económicos.

Giulietta Masina en 'Las noches de Cabiria', de Federico Fellini
El primer caso estaría representado por el arquetipo de la prostituta pobre, dickensiana, la denigrada “puta callejera”, como son la bondadosa y desdichada Cabiria de Las noches de Cabiria (1957), las mujeres que ejercen en el burdel del barrio rojo de Tokio en la humanista La calle de la vergüenza (1956), o la adolescente explotada Iris de Taxi Driver (1976).
El segundo, por el arquetipo de la prostituta femme fatale, ambigua en su condición de meretriz pero diáfana en cuanto a su catadura moral, representada por los personajes seminales de la sensual Lulu en La caja de Pandora (1929) o la pérfida Lola-Lola en El ángel azul (1930).

Marlene Dietrich en 'El ángel azul'
Habría que esperar a la década de 1960, cuando esos códigos morales empezaron a derretirse al calor de la revolución sexual, para ver modelos alternativos, más simbólicos que realistas, de prostitutas en la pantalla. Personajes de mujeres descritas como liberadas, que ejercen la prostitución de forma libre, sin conflictos morales ni temor a la estigmatización, la violencia sexual, la trata o las secuelas emocionales asociadas a esta actividad.
Retratos intelectualizados, como el de la inescrutable Nana de Vivir su vida (1962), donde la prostitución funciona como vehículo para la reflexión filosófica; provocadores, como el de la burguesa insatisfecha Séverine en Belle de Jour (1967), quien ejerce la prostitución como vía para explorar sus deseos sexuales reprimidos; o simbólicos, como el de la independiente escort de lujo Bree Daniels de Klute (1971), significativamente encarnada por una actriz, Jane Fonda, icono del activismo feminista de los años setenta.

Donald Sutherland y Jane Fonda en 'Klute'
La cara bonita de la prostitución
Simultáneamente a esas nuevas visiones, fueron surgiendo narrativas más amables y dulcificadas sobre la prostitución, a menudo presentadas en un tono cómico. “Mujeres bonitas”, alegres y divertidas, que ejercen su trabajo en entornos idealizados, convenientemente despojados de conflictos y aspectos negativos.
En Nunca en domingo (1960), por ejemplo, la prostituta protagonista ejerce en un pintoresco puerto del Pireo, representado como un lugar alegre, festivo y “lleno de vida”. Un entorno idílico y acogedor donde la protagonista, respetada y valorada por sus vecinos, disfruta de su vida como dicharachera e independiente meretriz.
Una visión similar se presenta en Irma la dulce (1963). La popular comedia de Billy Wilder está protagonizada por una prostituta que hace la calle en el decadente barrio parisino de Les Halles, transformado para la película en un inofensivo y colorido barrio rojo donde las alegres chicas reciben a sus amables clientes con una sonrisa pícara en la cara.
En la célebre Desayuno con diamantes (1961), aunque el personaje de Holly no tiene la misma condición explícita de escort que en la novela de Truman Capote, se conserva la idea de que ser “acompañante” de hombres ricos y poderosos es una actividad divertida, glamurosa y emancipadora.

Audrey Hepburn y George Peppard en 'Desayuno con diamantes'
Risky Business (1983), Poderosa Afrodita (1995), Moulin Rouge (2001)… Las visiones edulcoradas sobre la figura de la prostituta han seguido alimentando las ficciones en la pantalla y, por ende, nutriendo los imaginarios colectivos.
El debate sigue abierto: ¿hasta qué punto estas narrativas influyen en la percepción pública de la prostitución y contribuyen a perpetuar una imagen distorsionada y engañosa, omitiendo o minimizando los aspectos negativos y las complejidades de esta actividad?