Finlandia no teme a Putin: la lección eterna de la guerra de Invierno de 1939
Historia
La heroica resistencia al inicio de la II Guerra Mundial explica por qué hoy, ante la amenaza de Rusia, los finlandeses confían en sus propias fuerzas y no en promesas
Imagen de un francotirador finlandés durante la guerra de Invierno contra los soviéticos en 1939
Finlandia está preparada. Sabe que la historia juega en su contra cuando de abordar un conflicto con su vecina Rusia se trata. Porque desde las vastas extensiones boscosas de Carelia hasta las costas del Báltico helado, la relación entre Finlandia y Rusia ha estado marcada por siglos de tensiones, conflictos y una firme determinación finlandesa por preservar su independencia. Finlandia no refuerza su defensa por paranoia, sino por una lección grabada a fuego en su memoria histórica: Rusia, como imperio o como potencia revanchista, nunca ha sido un vecino confiable.
Para entender por qué este país nórdico de apenas 5,5 millones de habitantes mantiene uno de los sistemas de defensa más eficaces de Europa, hay que remontarse a décadas de resistencia, en especial al invierno de 1939, cuando la Unión Soviética lanzó una invasión masiva contra Finlandia esperando una victoria rápida y se encontró, en cambio, con una resistencia tan feroz que el mundo entero quedó atónito. Aquel episodio, conocido como la guerra de Invierno, no solo definió el carácter nacional finlandés, sino que sentó las bases de una doctrina militar que hoy explica por qué Finlandia está preparada como pocas naciones para enfrentar la amenaza rusa.
Contra todo pronóstico, un pequeño ejército finlandés resistió la invasión e infligió pérdidas monumentales al Ejército Rojo
La historia entre ambos países es larga y desigual. Finlandia, durante siglos bajo dominio sueco, pasó a manos del Imperio ruso en 1809 como un Gran Ducado autónomo. Aunque disfrutó de cierta libertad cultural, siempre estuvo bajo la sombra de San Petersburgo, que veía su territorio como un amortiguador estratégico. La independencia llegó en 1917, aprovechando el caos de la Revolución Rusa, pero la joven república pronto enfrentó una guerra civil en la que bolcheviques finlandeses, apoyados por Lenin, se enfrentaron a las fuerzas conservadoras.
Aunque los rojos fueron derrotados, el mensaje estaba claro: Moscú no renunciaría fácilmente a influir en su pequeño vecino. Durante las décadas de 1920 y 1930, Finlandia intentó mantenerse neutral, pero la sombra de Stalin crecía. En 1939, tras el pacto entre nazis y soviéticos para repartirse Europa del Este, la URSS exigió a Finlandia concesiones territoriales bajo el pretexto de “proteger Leningrado”. Cuando Helsinki se negó, el 30 de noviembre de 1939, el Ejército Rojo cruzó la frontera con medio millón de soldados, miles de tanques y aviones.
Soldados finlandeses ocultos para luchar contra los soviéticos
Lo que siguió fue una de las gestas defensivas más asimétricas de la historia. Finlandia, con un ejército diminuto y sin carros de combate modernos, se apoyó en tres pilares: el conocimiento del terreno, tácticas innovadoras y una moral inquebrantable. Los soldados finlandeses, muchos de ellos civiles con apenas entrenamiento, se movían en esquíes, vestidos de blanco para camuflarse en la nieve, atacando en pequeños grupos y desapareciendo entre los bosques. Aprovechaban el clima, donde las temperaturas caían a -40 °C, para diezmar a tropas soviéticas mal equipadas.
900,000 reservistas entrenados y un territorio convertido en trampa: Finlandia transformó su vulnerabilidad en disuasión estratégica
Una de sus tácticas más efectivas fue la “táctica motti”, que consistía en rodear columnas enemigas, cortar sus líneas de suministro y dividirlas en grupos aislados para aniquilarlos uno a uno. Pero quizás el símbolo más famoso de esa resistencia fue el “cóctel Molotov”, una bomba incendiaria artesanal usada contra los tanques. El nombre, irónico, era una respuesta al ministro de exteriores soviético, que había declarado falsamente que la URSS no bombardeaba ciudades, sino que lanzaba “canastas de pan” al pueblo finlandés.
Entre los héroes de aquella guerra destaca la figura de Simo Häyhä, un francotirador apodado “La Muerte Blanca”, que con su rifle Mosin-Nagant eliminó a más de 500 soldados soviéticos en apenas cien días. Su habilidad para moverse sin ser visto, soportar el frío extremo y disparar con precisión mortal lo convirtió en una leyenda. Pero Häyhä no era una excepción, sino el reflejo de una nación entera decidida a defender su tierra.
Simo Häyhä, el francotirador que aterró al Ejército Rojo
En el crudo invierno de 1939, un hombre bajo –apenas 1,60 metros de estatura– se convirtió en la pesadilla de las tropas soviéticas. Simo Häyhä, un reservista finlandés de 34 años y excazador, acumuló 505 bajas confirmadas en solo 100 días durante la guerra de Invierno, un récord letal que le valió el apodo de “La Muerte Blanca”.
Armado con un fusil Mosin-Nagant M/28-30 (sin mira telescópica para evitar reflejos) y vestido completamente de blanco, Häyhä operaba en temperaturas de -40 °C, aprovechando su conocimiento del terreno y técnicas que lo volvían invisible: mordía nieve para que su aliento no delatara su posición. Compactaba la nieve frente a su rifle para que el disparo no levantase niebla. Prefería distancias cortas (unos 400 metros), donde su puntería era infalible.
Los soviéticos lanzaron operaciones específicas para eliminarlo, incluyendo bombardeos artilleros. El 6 de marzo de 1940, una bala explosiva le destrozó la mandíbula, pero sobrevivió. Despertó días después, cuando ya se había firmado la paz.
Häyhä, un hombre de pocas palabras que atribuía su éxito a “práctica y paciencia”, se retiró a una vida tranquila como cazador y criador de perros. Murió en 2002, pero su leyenda perdura como símbolo de la resistencia finlandesa: un solo hombre, en las condiciones más adversas, puede cambiar el curso de una guerra.
Francotiradores finlandeses
A pesar de la abrumadora superioridad numérica soviética, Finlandia resistió durante 105 días, infligiendo pérdidas catastróficas al Ejército Rojo: se estima que murieron unos 200.000 soldados soviéticos frente a 25.000 finlandeses. Aunque al final Helsinki cedió un 10% de su territorio en el Tratado de Moscú (1940), la URSS no logró su objetivo de conquistar el país. La resistencia finlandesa humilló a Stalin y demostró que un pueblo decidido podía frenar a una superpotencia.
Las lecciones de aquella guerra nunca se olvidaron. Tras la Segunda Guerra Mundial, Finlandia adoptó una política de neutralidad cautelosa (“finlandización”), evitando provocar a Moscú pero manteniendo un ejército preparado. Hoy, aunque ya no hay pactos de sumisión, el realismo geopolítico sigue dictando su estrategia. Finlandia no depende de que Rusia sea “amable”, sino de su propia capacidad de disuasión.
Ni neutralidad ni confianza: la entrada a la OTAN refuerza lo que la historia enseñó con Rusia, solo la fortaleza garantiza paz
Su modelo de “defensa total” implica que casi toda la población está entrenada: 900.000 reservistas pueden ser movilizados en horas. Su geografía se ha convertido en un arma: carreteras diseñadas para bloquear el avance de tanques, puentes preparados para ser destruidos en caso de invasión y un sistema de búnkeres ocultos. Además, su cooperación con Occidente, ahora consolidada con su entrada en la OTAN, refuerza su posición. Pero lo más importante es el factor psicológico: los finlandeses saben que ceder terreno solo invita a más exigencias, como demostró la invasión rusa a Ucrania en 2022.
La guerra de Invierno no fue solo un episodio heroico, sino una advertencia eterna. Finlandia no se prepara para la guerra porque crea que Rusia vaya a invadirla mañana, sino porque sabe que, históricamente, los países pequeños que confiaron en las promesas de Moscú terminaron pagando un precio terrible. Cuando los soldados finlandeses patrullan hoy su frontera oriental, lo hacen con el eco de aquellos hombres que, en 1939, demostraron que el coraje y la preparación pueden cambiar el curso de la historia. En un mundo donde la amenaza rusa resurge, Finlandia sigue siendo un ejemplo de que la independencia no se regala: se defiende.