Con independencia de lo que cada uno crea a nivel religioso, la Semana Santa es un puesto de observación privilegiado para acercarnos al pasado con la metodología de las ciencias sociales. Descubrimos así que la fiesta católica posee múltiples significados en los que se mezcla lo político y lo antropológico.
César Rina Simón, profesor de Historia Contemporánea en la UNED, es uno de los mejores conocedores de este espacio festivo donde se unen lo sagrado y lo profano. Su libro El mito de la tierra de María Santísima (Centro de Estudios Andaluces, 2020) es un hito en la aproximación a la religiosidad popular como herramienta de identidad y espectáculo. Recurrimos a él para que nos descubra las claves de un fenómeno que no puede interpretarse desde dicotomías reduccionistas como “derecha-izquierda” o “atraso-progreso”.
¿Predomina en la Semana Santa el componente religioso o el identitario?
La Semana Santa tiene significaciones confusas, incluso contradictorias. Cada uno de los participantes, que se cuentan por centenares de miles en España, tiene opiniones distintas. No cabe duda de que la representación de sacralidad que se exhibe en las calles puede despertar en muchas personas inquietudes religiosas, pero los datos que tenemos nos decantan por las interpretaciones identitarias.
El mayor crecimiento exponencial de la historia de esta celebración se ha producido en un tiempo caracterizado por el abandono de los templos, la pérdida de influencia social de la Iglesia, el avance de la secularización y el auge de alternativas espirituales new age. Esta aparente contradicción solo se puede explicar si ponemos el foco en los referentes identitarios que aporta la fiesta.

Procesión de Semana Santa en Málaga
Hay una diferencia fundamental entre la Semana Santa contemporánea y las celebraciones anteriores al siglo XIX. ¿En qué consistiría?
Aunque en las contemporáneas desaparecen los disciplinantes, que eran la principal característica de las procesiones en la Edad Moderna, sustancialmente hay continuidad formal: pasos barrocos, imágenes, incienso... Sin embargo, esto es a nivel formal. Lo que cambia por completo es la sociedad, que proyecta unos imaginarios totalmente diferenciados sobre la fiesta.
Desde mediados del siglo XVIII, por la presión de ilustrados, jansenistas y una noción de las élites muy críticas con la cultura popular y con las fiestas populares, las procesiones de Semana Santa fueron perdiendo el esplendor que alcanzaron en el XVII.
Así llegamos a inicios del siglo XIX, cuando las procesiones de Semana Santa habían prácticamente desaparecido. A mediados de la centuria, la fiesta se reinventa por completo. Se reutilizan las formas del pasado, pero la sociedad que la celebra es otra radicalmente distinta, lo devocional deja paso a lo identitario, a lo folklórico, se carga de nociones de tradición, su significado es historicista, más que sagrado. Se convierte también en una celebración transversal socialmente.
¿Cómo surge entonces esa tradición reciente, que solemos tomar equivocadamente por ancestral?
La Semana Santa que hoy conocemos tiene su origen a mediados del siglo XIX, por el impulso decisivo de las élites locales de Sevilla. El modelo se fue extendiendo al resto del territorio, bien por emulación, bien por diferenciación. Durante el primer tercio del siglo XX se configuraron sus perfiles regionalistas y folklóricos, hasta convertirse en expresión de casticismo. Durante la posguerra se añadieron nuevos elementos dramáticos y una simbolización eminentemente nacionalcatólica.

Penitentes de la Hermandad de La Paz a su paso por el parque de María Luisa, en Sevilla.
Sin embargo, el discurso “oficial” de las guías de turismo y de buena parte de los celebrantes es que la Semana Santa es una celebración ancestral medieval y barroca. Estas narrativas nostálgicas de tiempos que nunca existieron explican el auge actual de la Semana Santa. En una época marcada por la incertidumbre, el desarraigo y la aceleración del tiempo, las procesiones permiten viajar al pasado, que personas se arraiguen, se imaginen antiguas, se tradicionalicen.
Creo que la clave no está en la veracidad de estas narrativas, sino en que estas funcionen, que sean asumidas por los celebrantes. Un caso: la Legión comenzó a participar en las procesiones de Semana Santa a finales de la década de 1920. Pues bien, al año siguiente, ya encontramos en la prensa referencias a la “tradición inmemorial” de la Legión en Málaga. ¿Cómo va a ser inmemorial si fue el año pasado?
A mis alumnos les pongo el ejemplo de los mercados medievales que han proliferado en la actualidad. Es cierto que en la Edad Media había mercados, pero afirmar que los actuales son la continuidad directa de los pretéritos suena ridículo, ¿no? La clave de la Semana Santa es que estas narrativas en torno a la tradición y la historicidad del ritual sí funcionaron.
¿Cómo se instrumentalizó políticamente la Semana Santa en tiempos de la Segunda República?
La proclamación de la II República fue la mayor explosión de expectativas políticas del siglo XX, para transformar la sociedad española reformulando en clave democrática los ideales de regeneración, para activar la revolución social o para implantar un régimen autoritario. La Semana Santa, en las ciudades en las que se había convertido en fiesta mayor y referente identitario de la comunidad, fue un espacio de luchas simbólicas. Los republicanos cifraron la consolidación del régimen democrático en la continuidad de las fiestas “tradicionales”.

El presidente de la República española, Manuel Azaña Díaz, junto al abad mitrado de Montserrat, Antoni Maria Marcet, en su visita al monasterio
Eso sí, para estos sectores, la Semana Santa no era un fenómeno católico, sino identitario, cultural y económico. De hecho, fueron dos diputados sevillanos del Partido Radical quienes salvaron las procesiones en la Constitución, introduciendo una enmienda que permitía celebrar actos públicos de culto previa autorización del Gobierno. Defendieron la enmienda en las Cortes Constituyentes alegando que no se trataba de una fiesta religiosa, sino transversal a toda la sociedad, que además generaba múltiples beneficios y empleo por el turismo que atraía.
¿Cuál fue la actuación de los sectores conservadores?
Las derechas antirrepublicanas no estaban dispuestas a ceder el capital simbólico de un ritual que consideraban que les pertenecía. Desde abril de 1931 utilizaron la fiesta para movilizar a la población contra la República.
¿Qué hicieron los anticlericales ante la celebración?
Encontramos sectores iconoclastas que vieron la oportunidad para destruir una celebración y unas creencias que consideraban sintomáticas del atraso español. Varias noches, especialmente tras el golpe de Estado de Sanjurjo y el 18 de julio, numerosas iglesias, imágenes y enseres fueron destruidos. Sin embargo, hasta en estos ataques hay matices: se incendiaron unas iglesias y otras no, se destrozaron unas imágenes y se protegieron otras.

El convento de las mercedarias en Cuatro Caminos en llamas en 1931
Por ejemplo, en julio de 1936 quemaron las iglesias de los arrabales de Sevilla, pero no tocaron los retablos cerámicos que plagaban las calles con imágenes de los referentes devocionales de la ciudad.
Bajo la Segunda República, algunos católicos se negaron a celebrar la Semana Santa y algunas autoridades republicanas hicieron todo lo posible para que tuviera lugar. ¿Cómo se explica esto?
En 1932, las derechas antirrepublicanas organizaron un boicot a la Semana Santa. No tenemos documentación que demuestre que el acto estuvo organizado a nivel central, pero se extendió por buena parte de España. En un mitin en Sevilla de Acción Popular, el político e historiador Jesús Pabón reconoció que era la República la que quería que continuase la fiesta, pero que eran los católicos los que se habían negado hasta que la religión estuviera nuevamente “triunfante”.
En Cáceres, los hermanos socialistas de la Cofradía del Nazareno intentaron romper el boicot y salir en procesión. No lo consiguieron. Lo mismo cuenta Unamuno sobre Medina del Rioseco, donde eran los socialistas los que quería sacar las procesiones. En Sevilla, la prensa consultó a los sindicatos comunistas del puerto, gente muy trillada en la lucha sindical, y declararon que ellos estaban dispuestos a sacar los pasos porque ante todo eran sevillanos.
Que las procesiones no salieran aquel año no quiere decir que los católicos no celebraran la Semana Santa. Al contrario, los obispos estuvieron encantados con el cariz que adquirió la religiosidad. El boicot sustituyó las ruidosas procesiones por actos piadosos en el interior de los templos y por adoraciones eucarísticas. La Iglesia estaba consiguiendo uno de sus empeños seculares: purificar los rituales y reconducirlos a los templos.
¿Cómo es que, en la España de los años treinta, uno podía salir de procesión y pertenecer a fuerzas anticlericales como el partido comunista o la CNT?
Aquí está la clave del fenómeno identitario, que no es solo local. Nos habla también de barrios, de estratos sociales, de imaginarios urbanos. Había cofradías que por su situación geográfica en los arrabales tenían entre sus hermanos a numerosos obreros. Esta territorialidad hoy no funciona, los arrabales forman parte de los espacios gentrificados del centro de la ciudad, pero en los años treinta los barrios tenían su importancia simbólica.
La cofradía del barrio, esto se ve muy bien en la del arrabal de la Macarena y de Triana en Sevilla, servía para reivindicar simbólicamente la pertenencia a la ciudad. Los días de Semana Santa, el arrabal “conquistaba” el centro. Se producía algo muy carnavalesco: la suspensión de órdenes sociales y la alteración controlada de jerarquías.

La Virgen de la Esperanza de Triana en la capilla de los Marineros, ubicada en el barrio de Triana, en Sevilla
Las relaciones de las cofradías con la jerarquía eclesiástica han sido muchas veces complicadas. ¿Cómo es que algunas, bajo la Segunda República, alardeaban de su rebeldía frente a los obispos?
El periodista Manuel Chaves Nogales, en una serie de artículos publicados en Ahora en 1935 sobre la Semana Santa, señaló que los principales enemigos de la Semana Santa eran el gobernador y el obispo. El periodista dibujó una fiesta báquica, colorida, de alegría y nada penitencial. Pero en esos textos también percibía que la Iglesia iba ganando la partida de la purificación del ritual.
La Semana Santa estaba adquiriendo una dimensión de fenómeno de masas, lo que despertó el celo eclesiástico por reglamentarla y conducir sus significaciones hacia la ortodoxia católica, que representaban las cofradías conformadas por las clases altas de la ciudad. En Andalucía, los obispos llegaron a aplicar sistemas de puntos para premiar económicamente el comportamiento de las cofradías, lo que provocó esfuerzos para autopurificarse y obtener así más fondos.
El dinero es importante porque hay una lógica latente de competitividad entre hermandades, pocas veces explicitadas. El prestigio de las corporaciones se mide en su patrimonio, sus joyas, el número de hermanos, de devotos, los estrenos artísticos, su supuesta antigüedad, sus títulos...
¿Cómo afectó la Guerra Civil a la Semana Santa?
La Guerra Civil fue también un conflicto cultural, una guerra para imponer concepciones nacionalistas antagónicas. A diferencia del Carnaval, que fue prohibido en la zona “nacional” a comienzos de 1937, la Semana Santa fue utilizada por el bando rebelde para generar legitimidad sacro-popular y plasmar en el espacio público la cruzada nacionalcatólica que los obispos habían pregonado en sus pastorales.
Las procesiones sirvieron para la construcción de la hegemonía franquista y para sancionar, desde la tradición y desde lo sobrenatural, la Nueva España, sus líderes, sus héroes, sus símbolos, sus himnos. El cielo estaba con Franco. Las imágenes refrendaban que España, como Cristo, había sufrido una Pasión –la Ilustración, el liberalismo, la masonería–, había muerto –con la II República– y había resucitado por la mediación providencial de Franco.

Franco (izqda.), Queipo de Llano (centro) y el cardenal Ilundain en 1937 en el Ayuntamiento de Sevilla
¿De qué manera Falange, en la España de los años cuarenta, intentó utilizar la Semana Santa en beneficio propio?
Las relaciones entre Falange y la Iglesia siempre fueron tensas, no tanto porque tuvieran planteamientos tremendamente dispares –la Falange se reconocía católica–, sino porque rivalizaban por espacios de poder de la dictadura. Hasta 1943, el fascismo español disputó con la Iglesia los imaginarios del Nuevo Estado. Falange intentó crear una nueva ritualidad y que arraigara, pero sus celebraciones nunca alcanzaron la dimensión de “popular”.
En los años setenta, algunas cofradías andaluzas se convirtieron en espacios de oposición al cambio democrático. ¿En qué sentido?
Es un tema complicado, bastante mistificado por las memorias indulgentes de sus protagonistas. En un Estado que limitaba el derecho de reunión y asociación, las fiestas populares y las cofradías podían abrir espacios de libertad. No eran grupos sospechosos y eso les beneficiaba. Esto es muy visible en las zonas rurales.
Sin embargo, las Semanas Santas más señeras del país siguieron cargadas durante el tardofranquismo de elementos nacionalcatólicos, como fiesta oficiosa de conmemoración de la guerra, la victoria y la paz. Hasta el sorpresivo giro que se produjo durante la transición democrática, la fiesta era un retrato idealizado de la sociedad y del poder dictatorial. Cuando murió Franco, muchos temieron el final de la Semana Santa sin la protección providencial del Caudillo.
¿De qué manera ha influido el turismo sobre la Semana Santa en una ciudad como Sevilla?
El turismo fue el motor de la Semana Santa desde sus orígenes modernos. No solo por la generación de beneficios económicos, sino porque daba pie a representar una imagen atractiva y auténtica de la comunidad. La primera ciudad en lanzarse a la proyección turística fue Sevilla. Coincidiendo con la llegada del ferrocarril, el desarrollo de la industria turística y el control político de la burguesía local, encantada de encontrar mecanismos de ennoblecimiento, el Ayuntamiento apostó por convertirla en fiesta identitaria y comenzó a subvencionar a las cofradías para garantizar las procesiones que las agencias de viajes prometían a los turistas.

Procesión de la Virgen de Setefilla en Lora del Río (Sevilla)
Háblenos de su experiencia personal de la Semana Santa.
Tengo una doble relación con la fiesta. Participo desde pequeño con mi familia, la disfruto. Para mí estos días son importantes. Es impresionante ver de cerca cómo la gente es capaz de organizarse para crear cosas tan complejas, y sin mediar el interés económico.
Pero, en paralelo, para mí es un tema de investigación. Llegué a él por casualidad. Cuando comencé a trabajar en la universidad, me encargaron estudiar la construcción de la dictadura en Cáceres. Me esperaba muchos desfiles militares, misas de campaña, homenajes a los caídos… y, en cambio, me topé con un esfuerzo obsesivo por construir la legitimidad del Nuevo Estado apoyándose en la patrona de la ciudad. Esto me llevó a la Semana Santa, fundamental por su capacidad para generar sentido sagrado y significados trascendentes.