El suicidio del líder nazi Adolf Hitler el 30 de abril de 1945 en el búnker de Berlín poco antes de la rendición alemana es un hecho histórico que los conspiranoicos han puesto en duda. Según la biografía escrita por Ian Kershaw, aunque Hitler ordenó que su cadáver fuera incinerado, la porosidad del suelo del exterior del refugio hizo que la gasolina no prendiera con suficiente fuerza. Sus restos –fundamentalmente, la mandíbula– fueron hallados el 11 de mayo de 1945 por el ejército soviético y sometidos a una autopsia identificativa.
No obstante, la leyenda y la duda alimentaron la idea de que Hitler pudo haber fingido su muerte y huido del búnker, refugiándose en Argentina bajo un nombre falso. La posibilidad de que el hallazgo de la mandíbula del genocida fuera propaganda rusa o de que la autopsia, por las limitaciones del momento, fuera inexacta constituyeron el carburante de toda clase de teorías.
Sin embargo, en 2018, una nueva autopsia conducida por Philippe Charlier (Universidad de París-Saclay) y Joël Poupon (Hospital de París), recreada en 3D recientemente por Le Monde, puso punto y final a las especulaciones al concluir, con toda certeza, que la mandíbula hallada en mayo de 1945 pertenecía al cadáver de Adolf Hitler…, digan lo que digan unos conspiranoicos que, por definición, seguirán conspirando.
Exámenes de todo tipo
Charlier y Poupon pudieron acceder a los restos óseos de Hitler, conservados en Moscú, para someterlos a diversas pruebas: una investigación osteológica y morfológica directa y diferentes evaluaciones con microscopios electrónicos de barrido. Y extrajeron conclusiones.
Aunque los fragmentos más significativos que se conservan son maxilares, entre los restos también hay piezas del cráneo. Por su escasez, aportaron pocas pruebas, pero sensibles. Ambos científicos concluyeron que pertenecieron a un hombre de entre 45 y 75 años. Hitler tenía 56 años cuando se suicidó.
Además, el orificio en el parietal izquierdo, circular y de 6 milímetros de diámetro en la cara interna del hueso y en forma de estrella y el doble de grande en el externo, son características morfológicas de “una salida de proyectil en hueso fresco”. También han hallado rastros negruzcos de hueso calcinado tanto en el parietal izquierdo como en el occipital.
El maxilar, la clave
El trabajo de Charlier y Poupon destaca que “aunque ya se han publicado identificaciones de líderes nazis y familiares en la literatura biomédica, todas las investigaciones anteriores sobre la autenticidad de los restos de Hitler se realizaron sin acceso directo a los restos”. Al disponer de los huesos, la confrontación de datos permite encontrar correspondencias. Por ejemplo: una sutura lambdoidea hallada en el maxilar superior coincide con la sutura sagital abierta de unas radiografías tomadas a Hitler en 1944.
Churchill se sienta en una de las sillas dañadas del búnker de Hitler en Berlín.
La conservación del maxilar y parte de los dientes permitió a los autores de la autopsia compararlos con las pruebas médicas que se conservan y con el testimonio del dentista de Hitler, que fue interrogado tras la caída del Reich. La comparativa entre la observación de los restos y los informes odontológicos “coincide perfectamente con el informe de la autopsia soviética y con nuestras observaciones directas”. La conclusión es, pues, que los restos conservados en Moscú “no pueden ser una falsificación, ya que todos los signos y elementos de vitalidad pasada, uso y alteraciones fisiológicas [fracturas, empastes, coronas, arañazos…] están claramente visibles”.
La dentadura de un vegetariano
Además, observaron que la ausencia de estructuras musculares en fragmentos de dientes se corresponden con el hecho de que Hitler era vegetariano. E incluso rarezas, como la presencia de restos similares a la arcilla, encajan con los “dolores gástricos” recogidos en los informes médicos del genocida, y el tratamiento a base de “alginatos y sales biliares” que recogen los archivos. Aunque no hay restos de antimonio, plomo y bario, lo que podría indicar que no hay una herida bucal por arma de fuego (es decir, no hubo un disparo en la boca), el orificio en el cráneo demuestra que un disparo en la sien no tendría por qué haberse reflejado en la boca. No se encontró, ciertamente, una evidencia innegable de consumo de cianuro, pero dado que el cadáver fue cremado, el proceso químico podría haber disimulado o cambiado esos restos.
En la suma de todo, la conclusión de Charlier y Poupon es sólida: disponen de “suficientes evidencias para la identificación definitiva de los restos del exlíder nazi Adolf Hitler”. Recomiendan, eso sí, “análisis de ADN adicionales” para confirmar “la homogeneidad entre los restos del cráneo y la mandíbula”. Conviene recordar que, junto a Hitler, fue cremado el cadáver de su acompañante, Eva Braun.
Así pues, la ciencia ha hablado: Hitler se suicidó en Berlín el 30 de abril de 1945. Eso es el hecho histórico. Lo demás –huidas, cambios de identidad y otras elucubraciones– es literatura fantástica o, en el peor de los casos, desinformación.



