La muerte de Lenin condujo a la derrota política de Trotski. De nada le sirvió haber sido su mano derecha durante la revolución, ni el héroe que la salvó después, dirigiendo al Ejército Rojo hasta la victoria en la guerra civil. Stalin, astuto e implacable, se adueñó del partido para marginar a su rival en la pugna por la sucesión de Lenin.
En apenas tres años, logró despojarlo de todos sus cargos. En 1925 fue sustituido al frente del Comisariado de Guerra; al año siguiente, apartado del Politburó; y uno después, expulsado del Partido Comunista. 1928 lo vivió deportado en Alma-Ata, en los confines del Asia soviética, hasta que fue forzado a exiliarse en 1929.
Dos matrimonios y cuatro hijos
En paralelo a aquella caída a los infiernos, Stalin falseó el pasado para devaluar la figura de Trotski y desató una persecución despiadada contra sus seguidores. Decidido a borrarlo de la historia, tampoco perdonó a su familia. La prueba es que ninguno de sus hijos le sobrevivió.
Trotski contrajo matrimonio en dos ocasiones. La primera fue con Aleksandra Sokolóvskaya, una joven revolucionaria por cuyo amor abrazó el marxismo y se sumó a la lucha política. La pareja se casó estando en prisión, y durante su destierro en la taiga siberiana vinieron al mundo Zinaída y Nina.

Trotski y Aleksandra Sokolóvskaya, 1902
En 1902, poco después del nacimiento de Nina, Trotski escapó de Siberia con la ayuda de Aleksandra. Aquella fuga marcó el fin de su matrimonio y, salvo contadísimas excepciones, limitó el contacto con sus hijas hasta que retornó a Rusia en 1917.
Como tantos otros revolucionarios, tras huir de Siberia recaló en París. Allí conoció a Natalia Sedova, también exiliada, con quien compartiría el resto de su vida. De aquella relación nacieron Lev, en 1906, y Serguéi, dos años después. Ambos adoptaron más tarde el apellido de su madre, Sedov.
Durante su infancia, los dos hermanos compartieron las vivencias del exilio de sus padres, que los llevó de Europa a EE. UU., antes de regresar a Rusia poco después de abdicar el zar. Una vez de vuelta, y con los bolcheviques en el poder, la familia se instaló en un pequeño apartamento del Kremlin.
Esto permitió a los muchachos conocer de cerca a Lenin y Stalin, además de frecuentar la compañía de los hijos de este último. Sin embargo, las responsabilidades de Trotski en los tiempos de la guerra civil provocaron que Lev y Serguéi disfrutaran poco de su presencia. Tampoco Zinaída y Nina pudieron compensar la larga separación de su padre. A pesar de ello, nada impidió que los cuatro comprendieran la magnitud de la figura de Trotski y sintieran admiración por él.
La enfermedad de Nina
La venganza de Stalin contra el entorno de Trotski se inició con la persecución política de sus hijas. Nina, la menor de ellas, fue la primera víctima. Como fiel trotskista, pronto se sumó a la Oposición de Izquierda, la organización creada por su padre que denunciaba la burocratización del Estado soviético y la traición de las políticas de Stalin. Su lealtad a Trotski le pasó factura: fue expulsada del Partido Comunista, perdió su trabajo como directora de un orfanato, y su marido, Man Nevelson, otro prominente trotskista, fue encarcelado.

Trotski con una de sus hijas, posiblemente Nina, en 1915
Acosada por el terror político, sin apenas recursos, con dos hijos a su cargo y el marido en prisión, la salud de Nina, de siempre delicada, terminó por quebrarse. La tuberculosis hizo mella en su fragilidad. Solo su hermana Zinaída estuvo junto a ella hasta el final. Nina murió en el verano de 1928, con solo veintiséis años.
Aislado en su destierro en Alma-Ata, Trotski nada pudo hacer por ayudarla. La censura postal se encargó de que no recibiera a tiempo las cartas que alertaban sobre la gravedad de su estado. Cuando, finalmente, supo de su muerte, habían transcurrido más de dos meses.
Zinaída: empujada al suicidio
La primogénita de Trotski fue su vivo retrato. Miembro del partido desde muy joven, Zinaída fue una brillante profesora en una de sus escuelas, y durante más de una década, redactora jefe de uno de sus rotativos, antes de unirse junto a su marido, Platón Vólkov, a las filas de la Oposición de Izquierda.
La derrota de Trotski también colocó a Zinaída en el punto de mira de Stalin. Como resultado, al igual que Nina, fue expulsada del partido, detenida varias veces, y su marido acabó en prisión. Su situación empeoró al contraer tuberculosis mientras cuidó de su hermana. Pero fueron la muerte de Nina, la persecución que sufría su padre, la deportación de Platón y las dificultades para mantener a sus dos hijos, el cóctel de infortunios que acabó haciendo trizas su salud mental.
Desesperada, en vano trató de obtener permiso de las autoridades soviéticas para reunirse con su padre, entonces exiliado en la isla turca de Prinkipo. Solo tras la insistencia de amistades y allegados, el Kremlin accedió a la salida de Zinaída a cambio de una condición draconiana: viajaría solo con uno de sus hijos.
A inicios de 1931, llegó a Prinkipo sumida en el dolor por haber dejado a su pequeña de cinco años en Moscú como rehén de Stalin. Pero también con la esperanza de superar la depresión al lado de su padre y de serle útil en la lucha política.

León Trotski
Sin embargo, Trotski, bastante más preocupado por la salud de su hija que por sumarla a su equipo de trabajo, no le confió tarea alguna. Ya contaba con otros colaboradores; el principal era Lev, su hijo mayor. Zinaída se sintió marginada, y su alegría inicial fue dejando paso a una profunda amargura, que derivó en resentimiento hacia el padre y celos y envidia hacia el hermanastro.
Después de diez meses en Prinkipo, abandonó la isla con rumbo a Berlín. Había aceptado el consejo de Trotski de ponerse en manos de un psiquiatra. Pero, al poco de llegar a la capital alemana, el Kremlin le cerró las puertas del país. Trotski y todos los miembros de su familia en el extranjero habían sido privados de la ciudadanía soviética.
La idea de no poder recuperar a su hija era insoportable. Incapaz de resistir otro golpe, su precario equilibrio nervioso acabó cediendo cuando la policía alemana, presionada por la embajada soviética, le ordenó que abandonara el país. Sola, acorralada, sin patria ni dinero, optó por el suicidio el 5 de enero de 1933. Tenía treinta y un años. Trotski, al conocer la noticia, no dudó en acusar a la cúpula soviética de haber provocado la muerte de su hija.
Serguéi, ajeno a la política
El más pequeño de la saga no siguió la estela de su padre. Ajeno por completo a la política, ni siquiera ingresó en las Juventudes Comunistas. Optó por la ingeniería, convirtiéndose en profesor en el Instituto Tecnológico Superior de Moscú y en un experto en termodinámica.
Serguéi renunció a acompañar a sus padres al exilio para centrarse en su carrera académica. Trotski y Natalia lo vieron por última vez en el puerto de Odesa, antes de embarcar hacia Prinkipo, en febrero de 1929. El 9 de diciembre de 1934, en la última carta que envió a sus padres, Serguéi advertía de que la situación del país se había vuelto extremadamente difícil.

Serguéi Sedov, ingeniero, científico e hijo de Trotski
Serguéi Kírov, el jefe del partido en Leningrado, había sido asesinado. El Kremlin no tardó en acusar a Trotski y a sus partidarios de estar detrás del magnicidio. A pesar de que Serguéi vivía alejado de la política, su parentesco con el principal acusado impidió que saliera indemne de la ola de represión que se avecinaba.
En marzo de 1935 fue detenido, acusado falsamente de espionaje. Durante los interrogatorios se negó a denunciar a su padre. Por todo ello, fue condenado a cinco años de exilio en Krasnoyarsk, Siberia. Allí encontró trabajo como ingeniero en una planta de construcción de maquinaria, hasta que, en mayo de 1936, a los pocos meses de comenzar el primero de los juicios de Moscú contra la vieja guardia bolchevique, fue de nuevo arrestado, esta vez, acusado de sabotaje.
Ante la incertidumbre de su destino, Natalia apeló a diversos intelectuales amigos de la Unión Soviética, entre ellos, André Malraux, Romain Rolland y André Gide, para que intercedieran ante Stalin con el objetivo de salvar a Serguéi o, al menos, para conocer su paradero. Pero ninguno de ellos se comprometió por temor a desairar al amo del Kremlin.
El 9 de octubre de 1937, con apenas veintinueve años, Serguéi fue fusilado en Krasnoyarsk. Aunque sus padres murieron sin conocer la suerte de su hijo, siempre estuvieron convencidos de que Stalin no tendría piedad de él.
Lev Sedov, el mejor trotskista
Lev fue el mejor trotskista imaginable. Cuando, a mediados de los años veinte, la cúpula del partido lanzó sus primeros ataques contra Trotski, abandonó la universidad para ponerse a su servicio y colaborar con la Oposición de Izquierda. Al llegar la hora del destierro, decidió compartir la suerte de sus padres, primero en Alma-Ata y luego en Turquía.
A partir de entonces, se convirtió en la mano derecha de Trotski. Un secretario versátil y eficiente que también se encargaba de su seguridad y actuaba como el enlace más seguro para que aquel mantuviera el contacto con los grupos de oposición a Stalin, dentro y fuera de la Unión Soviética. Sin la ayuda de su hijo, la actividad política de Trotski durante su exilio hubiera sido impensable.

El líder revolucionario con su esposa Natalia y su hijo Lev en Alma-Ata, en 1928
El fruto más visible de aquella ayuda fue el Boletín de la Oposición, la publicación con la que Trotski intentó organizar a sus partidarios dispersos por el mundo para resistir al régimen de Stalin. Lev desplegó todas sus habilidades para garantizar su edición y distribución.
Sin embargo, el cerco de Stalin comenzó a estrecharse cuando, tras la llegada de Hitler al poder, tuvo que abandonar Berlín para instalarse en París. Allí continuó editando el Boletín de la Oposición y coordinando los distintos grupos trotskistas repartidos por Europa. Lev nunca sospechó que uno de sus amigos más cercanos fuera un agente del Kremlin. Gracias a él, Stalin conoció todos los movimientos de Trotski, e incluso pudo leer sus artículos antes de que vieran la luz.
Tras el primero de los juicios de Moscú, Lev salió en defensa de su padre publicando su Libro Rojo. Un concienzudo análisis del proceso, que desmontó todas las acusaciones que señalaban a Trotski como el principal conspirador contra el régimen soviético y la vida de sus dirigentes.
El 8 de febrero de 1938, Lev sufrió un ataque de apendicitis. Fue operado con éxito, pero días después tuvo una recaída inesperada y, tras una segunda intervención, murió. Estaba a punto de cumplir treinta y dos años. La causa oficial de la muerte fue una obstrucción intestinal. Sin embargo, hubo circunstancias que despertaron las sospechas de envenenamiento. Amigos cercanos denunciaron irregularidades en el tratamiento médico y la posible infiltración de agentes del Kremlin en el hospital.

Diego Rivera, Lev Trotski y André Breton, en México
Trotski, devastado por la noticia, desde su exilio en México exigió a París una investigación para destapar la implicación del Kremlin en la muerte de su hijo. Sin embargo, las autoridades francesas apenas avanzaron en las pesquisas y dejaron que el caso cayera en el olvido. Tuvieron que transcurrir varias décadas hasta que el general Pável Sudoplátov, el hombre que urdió el asesinato de Trotski, admitiera que la muerte de su hijo también fue ordenada por Stalin.
Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 683 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a [email protected].