Cuando las columnas de humo se elevan desde el centro de Los Ángeles y el Ejército patrulla las calles de la segunda ciudad de EE. UU., es difícil no pensar en el pasado: en las imágenes de los disturbios que arrasaron parte de la ciudad a finales de los sesenta o en las de la revolución callejera que estalló en 1992 tras el linchamiento del joven negro Rodney King a manos de la policía. Sin embargo, los paralelismos históricos son a menudo imperfectos, y el nivel de violencia de aquellas protestas nada tiene con el de las que hoy responden a las redadas migratorias de Trump.
Los agentes encapuchados de la policía migratoria, el ICE, se están presentando en diferentes negocios de Los Ángeles para arrestar y deportar a trabajadores sin papeles. Aunque las redadas se producen en todo el país, no resulta raro que la resistencia haya estallado precisamente aquí, en la ciudad que se fundó como el Pueblo de Nuestra Señora la Reina de los Ángeles de Porciúncula hace dos siglos y medio. Las redadas tienen en el punto de mira sobre todo a los latinos, y Los Ángeles (con o sin acento) es la auténtica capital latina de EE. UU.
En la ciudad no se escucha tanto español como en Miami, y la población no crece al ritmo de la de Houston, pero es la casa de cinco millones de latinos, más que ningún otro condado del país. Uno de cada dos angelinos es hispano, y los primeros enfrentamientos con la policía migratoria han surgido en respuesta a las redadas en barrios como el de Paramount, en el que un 82% de la población es latina y donde el compromiso de Trump de echar a todos los inmigrantes irregulares se siente como una amenaza mucho más real que en otras partes del país.
En total, uno de cada diez angelinos no tiene papeles, pero muchos más tienen padres, amigos, jefes o empleados que ahora están en riesgo inminente de deportación, incluso si llevan en el país varias décadas y no tienen antecedentes penales. Algunos comerciantes dicen que sus ventas han bajado un 20%, simplemente, porque muchos de sus clientes prefieren no salir de casa o ir a zonas concurridas. Los que no tienen papeles temen que los cojan, y otros muchos latinos, incluso siendo ciudadanos estadounidenses, no quieren tener que dar explicaciones a la policía migratoria o que demostrar su nacionalidad solo porque tienen determinado aspecto o hablan determinado idioma.

Un manifestante es arrestado durante las protestas provocadas por las redadas migratorias en Los Ángeles
En este caldo de cultivo, la larga historia de desobediencia civil de Los Ángeles vuelve a repetirse en forma de sentadas y protestas. La población afroamericana de la ciudad se ha levantado en repetidas ocasiones contra los abusos policiales, y ahora la imagen de los agentes de la policía migratoria entrando con pasamontañas y fusiles a negocios familiares a llevarse a cocineros o dependientes recuerda demasiado a otros excesos del pasado, aunque, de momento, los episodios de violencia ni se acercan al nivel de 1965 o 1992.
De Watts y King hasta hoy
La ciudad de Los Ángeles, y en particular su comunidad negra, tiene una relación compleja con la policía y una historia de resistencia frente a los abusos de la autoridad. Ya en 1965, el arresto de Marquette Frye por parte de un agente blanco de carreteras derivó en una escalada de violencia que dejó más de treinta muertos y centenares de edificios reducidos a cenizas. Tres décadas después, la absolución de los agentes de policía que habían sido grabados en vídeo dándole una paliza al joven negro Rodney King resultó en unos disturbios con más de cincuenta muertos y más de dos mil trescientos heridos. Unas cifras que nada tienen que ver con las actuales.
Aunque ha habido saqueos, ni se acercan a lo sucedido durante los disturbios de Watts, cuando algunos manifestantes le prendieron fuego a manzanas enteras de la ciudad e impidieron con disparos que los bomberos sofocaran los incendios. También ha habido enfrentamientos con la policía estos días, pero ni remotamente parecidos a la violencia de 1992, cuando las turbas enfurecidas sacaban de sus coches a algunos conductores blancos para apalearlos en plena calle.

Soldado estadounidense armado durante los disturbios de Watts en Los Ángeles, 1965
La revuelta de 1965 solo acabó con el despliegue de catorce mil soldados, e hicieron falta otros diez mil para poner fin a los disturbios tras la absolución de los policías que agredieron a Rodney King, pero en ambos casos fueron los gobernadores de California y los alcaldes de Los Ángeles quienes pidieron la intervención. Ahora Trump ha anunciado el envío de casi cinco mil militares, en contra de la petición explícita de la alcaldesa y del gobernador.
Aquellas protestas, además de ser más violentas que las de ahora, parecían tener más que ver con una explosión de ira acumulada que con una reacción concreta a una política concreta. Cuando Martin Luther King visitó Los Ángeles durante los disturbios de Watts, dijo que las causas de la violencia tenían menos que ver con la raza o con una detención que con “el sufrimiento económico, el aislamiento social, la vivienda y la desesperación de miles de negros”. Del mismo modo, la violencia policial sistemática contra las minorías no se descubrió con el vídeo de la paliza a Rodney King, sino que era una realidad muy asentada.

Tiroteos durante los disturbios en Los Ángeles el 30 de abril de 1992
Marquette Frye, en 1965, y Rodney King, en 1992, se convirtieron en símbolos involuntarios e imperfectos de problemas que iban mucho más allá. Aquella noche, King había huido de la policía a gran velocidad, y ya antes había sido condenado por un atraco y una agresión a su mujer, pero fue la indignación por la paliza y la falta de consecuencias para los agentes implicados las que hicieron estallar las protestas. Del mismo modo, es difícil saber cómo habría reaccionado Los Ángeles si las redadas migratorias no hubieran crecido en número, espectacularidad y violencia desde que Trump llegó a la Casa Blanca.
Don de la latinidad
La política de tolerancia cero de Trump contra los inmigrantes sin papeles tiene muchos apoyos, a veces incluso algunos entre las comunidades latinas, pero Los Ángeles es un caso bastante especial. Además de ser el condado con más hispanos de todo EE. UU. y tener detrás la historia de activismo de la que hemos hablado, es también un lugar donde Kamala Harris obtuvo más del doble de votos que Donald Trump y donde la retórica supremacista sobre una “invasión de ilegales” que “envenena la sangre de nuestro país” suena todavía más extrema y agresiva.
Los Ángeles es una ciudad cosmopolita y diversa desde su misma fundación. Entre las catorce familias que fundaron el Pueblo de Nuestra Señora la Reina de los Ángeles de Porciúncula, que componían su primera población de cuarenta y cuatro personas, había nativos americanos, descendientes de europeos y esclavos africanos. Todos eran súbditos de la Corona española que habían viajado allí desde lo que hoy es México. El escudo de la ciudad todavía lleva los emblemas de Castilla y de León, el águila y la serpiente que representan a México, el oso de la República de California y las barras y estrellas de EE. UU.

Emblema de la ciudad de Los Ángeles, creado en 1905 y todavía vigente
Esa diversidad y esa historia compartida hacen que las medidas migratorias agresivas tengan todavía menos adeptos en un lugar como Los Ángeles, donde sus principales víctimas son mexicanas en una ciudad que ha sido mexicana, de la que los mexicanos han formado parte siempre, que está a dos horas de la frontera y en la que viven hoy más de un millón de personas que se consideran mexicanos o mexicano-americanos.
Sería probablemente inútil que a Trump le explicaran que la tierra sobre la que se levanta hoy Los Ángeles ha sido más tiempo territorio de la Corona española o de México que de EE. UU., o que hay familias que tienen miembros a ambos lados de la frontera desde hace generaciones, con y sin papeles, pero esa es la cultura angelina y californiana sobre la que se asientan las protestas que hoy vemos contra las redadas migratorias. Lo que a Trump le parece anormal y peligroso es en Los Ángeles una normalidad de siglos, la realidad de una gran ciudad que está muy cerca de una frontera porosa donde no apareció la primera valla hasta hace ochenta años.

El presidente Trump expone su visión sobre las protestas en Los Ángeles el 10 de junio de 2025
Esta historia de mestizaje y activismo que tiene Los Ángeles es fundamental para entender el presente, aunque no siempre se parezca tanto al pasado. Las protestas no tienen por qué derivar en revoluciones violentas, como la de Watts o la de 1992, pero hay motivos por las que estas redadas están encontrando en la ciudad una resistencia especial, organizada y efectiva, que afectará a la capacidad de Trump de cumplir sus promesas de millones de deportaciones y un “mínimo”, según la Casa Blanca, de tres mil arrestos de migrantes al día.