Por qué ‘Downton Abbey’ explica tan bien el mundo actual… pese al destino de sus niños

Historia muy contemporánea

La producción británica se desarrolla entre 1912 y 1925 y muestra los retos y contradicciones de un periodo de revolución, cambio y ruptura

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El castillo de Highclere, sede del ficcional Downton Abbey. 

Terceros

De las muchas escenas icónicas de Downton Abbey [spoilers], una de las más reveladoras es cuando, por primera vez, los habitantes de la casa escuchan la radio. En concreto, un discurso del rey Jorge V. Boquiabiertos como ante un truco de magia, la anciana condesa Grantham, de repente, asume la realidad: están escuchando al rey, y cuando el rey habla, nadie puede estar sentado. Con dificultad, la condesa se levanta. El encanto se rompe y todos los que están sentados se levantan también. Se acaban de dar cuenta de que no están escuchando la radio, sino al rey. Que lo que oyen no es magia, sino realidad. Que el futuro es ahora.

Downton Abbey es la descripción de un cambio. La serie arranca con un hecho trágico de relevancia mundial, surca un conflicto planetario –también sanitario– y muestra cómo las clases se diluyen, la tecnología avanza, los que no tienen voz la encuentran, la información corre veloz, tanto como el populismo, y empleos y negocios que se daban por seguros y perennes caen uno tras otro.

En la serie –y las películas, la última con fecha de estreno mundial para mañana, 12 de septiembre, aunque tardará un mes en llegar a España–, esos hechos son el hundimiento del Titanic, la Primera Guerra Mundial, la gripe española, las revoluciones socialistas y la caída de las grandes casas señoriales, la electricidad, el teléfono y la radio, el auge del nazismo y la pérdida de trabajos domésticos y prestigiados como el de mayordomo, ayuda de cámara o ayudante de cocina.

Todo lo anterior no es muy distinto al mundo actual. En nuestra vida, esa sucesión de hechos y cambios serían el 11-S, la crisis económica mundial, la covid-19, el fin –o el punto y aparte– de la política tradicional, internet, las redes sociales y la IA, los smartphones, los nacionalpopulismos y la decadencia de empleos y negocios como agencias de viajes, videoclubes o tiendas de revelado fotográfico. Pero no acaba ahí el paralelismo.

En los días previos a la Primera Guerra Mundial, la sensación social era que “la interconexión global y el progreso tecnológico aseguraban un mundo en paz”, según la historiadora Margaret MacMillan. Una sensación similar a la que, hace 20 años, auguraba un periodo de prosperidad que la realidad se ha encargado de poner en duda.

El previsible final

Downton Abbey bebe de la inspiradora Arriba y abajo, cuyo final estaba marcado por la realidad histórica: un crac del 29 que rompía finalmente la barrera entre lores y comunes. Tal vez –y algún tráiler juega con ello– el crac mundial acabe con la diferencia de clases en Downton, pero conviene recordar que, en la vida real, hubo familias nobles británicas que sobrevivieron al desastre económico. Una de ellas fueron los condes de Carnarvon, dueños en la vida real de Downton Abbey –en realidad el Castillo de Highclere– donde todavía residen.

Por cierto, si Highclere es Downton, una parte de los Carnarvon tiene protagonismo en la serie The Crown. Porchie, el amigo de Isabel II con el que comparte pasión por los caballos, se llamaba en realidad Henry Herbert, fue el séptimo conde de Carnarvon y creció, vivió y murió en Highclere.

Downton Abbey y los trabajos

Downton refleja una realidad contemporánea. Con la aparición de redes sociales, popularización de los smartphones y los primeros coletazos de la inteligencia artificial, existe una parte de los trabajos de 2025 que no existían en 2005. Carreras de ciencias que hace veinte años tenían como objetivo la investigación o la docencia hoy son salida para empleos de alto rango en analítica de datos. Las redes sociales han creado trabajos de gestor de comunidades, en distintos rangos, y la tecnología ha destruido a algunos intermediarios. Un ejemplo: en 2005 un videoclub o una agencia de viajes eran negocios prósperos. Hoy son rarezas.

Fotograma de la pelicula 'Downton Abbey: El gran final' (2025)

Fotograma de la pelicula 'Downton Abbey: El gran final' (2025)

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Downton Abbey refleja asimismo ese cambio. Con el personal de servicio de la casa cada vez más exiguo, las salidas van más allá de la granja. Alfred, uno de los camareros, acaba trabajando en un restaurante de alta cocina, y la señora Patmore, la cocinera, termina regentando una Casa de Huéspedes. Tras la Gran Guerra, y en la mayor parte de Europa, se estableció una cultura del ocio más democratizada. Downton lo refleja en una de las escenas en la que dos ayudantes de cámara cenan en el mismo restaurante que la condesa de Grantham. El ocio genera una cultura, y esa cultura, empleos, como bien podría explicar cualquier streamer de éxito.

No es lo único de Downton Abbey que nos trae al presente. Hace unos años –o incluso ahora– las tecnologías amenazaban empleos estables, creando cierto miedo social. En Downton sucede lo mismo. La aparición del secador de pelo hace más rápido el trabajo de las ayudantes de cámara, de forma que, en la serie, cada vez son menos necesarias. En otra escena, llega a la cocina una batidora eléctrica, y la señora Patmore, la cocinera, fracasa en su intento de utilizarla, no como Daisy, su joven ayudante. Patmore no quiere que la chica se entere de que no sabe usarla, y le dice a Hugues: “[Si se entera] eso la hará parte del futuro y me dejará atrapada en el pasado”.

Patmore también se traiciona a sí misma, sin saberlo, cuando comienza a usar en la cocina crema de rábanos enlatada. La comida envasada se popularizó tras la Primera Guerra Mundial, que creó una industria de suministro para los soldados en distintos frentes. Al no dedicar tiempo a hacerla porque los avances le permiten obtener una calidad similar en una mínima fracción de tiempo, pone en jaque la necesidad de personal de cocina. De la misma forma que la banca online –es un ejemplo– amenaza a las oficinas físicas.

Ese miedo, tan perfectamente contemporáneo, es el que genera hoy la inteligencia artificial o la tecnología sobre muchos empleos: que el futuro nos deje atrapados en el pasado.

Downton Abbey y la educación

De la misma manera que The Crown refleja la realidad de que la reina Isabel pidió tener tutores para estar mejor formada, Downton Abbey refleja la educación como un bien, sobre todo para los que viven escaleras abajo. Daisy, por ejemplo, da lo mejor de sí misma para obtener el grado elemental, simplemente por tener una puerta abierta al futuro. Es también el camino que sigue, muy pronto en el desarrollo de la serie, una de las camareras, Gwen, cuando toma un curso de mecanografía y vuelve, al cabo del tiempo, como invitada de los condes de Grantham.

Pero quizá quien mejor refleja el cambio es Molesley. De desgraciada trayectoria –mayor, soltero empedernido– no encuentra su sitio en los empleos de la casa, hasta el punto de que se ve convertido en obrero: al juicio social de la época, una degradación. Pero en segundo plano, Molesley siempre está entre libros, lo que le acaba convirtiendo en profesor de la escuela. Su amor por el conocimiento contrasta con el aparente desdén de Lady Mary, gestora de las propiedades y madre del heredero, por el saber. Quizá, en este último latido de Downton Abbey, esa realidad tenga peso en el desenlace.

Así, una parte de los sirvientes de aquel Downton de 1912 logra progresar de forma evidente. Patmore es dueña de un negocio, Molesley es profesor, Daisy ha recibido una educación mejor de la que espera a los hijos de los nobles. Tienen un futuro en una sociedad más igual, mientras que la familia Crawley aspira a mantener la costumbre de un tiempo que está llamado a morir, como muere la condesa madre (interpretada por Maggie Smith) en el penúltimo paso de esta historia.

La educación y la oportunidad se muestran así en Downton Abbey como un ascensor social en el periodo de entreguerras. Y una llamada de atención al mundo futuro desde nuestro presente.

Downton Abbey y la comunicación

Cuando arranca Downton Abbey el telégrafo es la comunicación más rápida para las noticias, y el caballo para las distancias. La serie nos permite ver cómo llegan y mejoran los coches, cómo la electricidad se hace norma, la manera en que el teléfono salva vidas o cómo la radio causa estupor. La revolución tecnológica se incardina con normalidad en la serie, que muestra que en una década se pasa de la carta y el caballo al teléfono y el coche.

Esa revolución cambió el paradigma del tiempo: todo podía ser antes. Como ha sucedido con la revolución de las comunicaciones de los últimos 20 años. Cada cual puede programar su propia y personal programación de televisión, radio o música. Cada cual puede tener su propia cadena de radio (un podcast), de televisión (Twitch) o multiplicar sus creaciones o ideas en redes sociales y aplicaciones de mensajería.

Ian Kershaw, en su monumental biografía sobre Hitler, subraya que la historia del mundo cambió cuando el genocida se dio cuenta de que era un orador. De que “podía hablar y ser escuchado”. La radio y la velocidad de la comunicación favoreció la propaganda y el establecimiento de ideas radicales a través de la reiteración y la minimización, cuando no ausencia, de verificación o réplica.

El paralelismo entre la rápida y desmesurada difusión de mensajes de odio hace menos de 100 años y en la actualidad cae por su propio peso. Aunque Downton Abbey solo lo sugiera.

Downton Abbey y la Historia

Downton Abbey se ha caracterizado por su lealtad a la Historia. Aunque es una serie de ficción, sabe coser sus tramas sobre hechos reales. Los guiones ficticios se dibujan sobre un escenario real y plagado de referencias contemporáneas, desde el Titanic hasta el final.

Es esa fidelidad histórica la que permite adivinar un futuro poco halagüeño a los vástagos de las hijas Crawley. De continuar la serie, George (nacido en 1920), Sibyll (nacida en 1921) y Marygold (nacida entre diciembre de 1922 y enero de 1923) serían particularmente golpeados por la Segunda Guerra Mundial.

La declaración de guerra a Alemania del 3 de septiembre de 1939 por parte de Inglaterra llevó al reclutamiento obligatorio de todos los hombres mayores de 18 años, en virtud de la National Services Act, salvo excepciones muy específicas de salud. Nacido en 1920, George Crawley entraría en esa primera fase de reclutamiento. Tras el entrenamiento, independientemente del grado militar que alcanzara, su destino estaría en Dunkerque o la Royal Air Force. Y de sobrevivir, su siguiente servicio a la patria podría llevarle a la campaña africana o el desembarco de Normandía. De la supervivencia de George –el heredero de los Crawley–, quizá sin hijos a los 19 años, dependería la permanencia del título en esa rama de la familia.

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Sibyll y Marigold, también serían llamadas a ayudar en el esfuerzo de guerra. En diciembre de 1941 se movilizó progresivamente a todas las mujeres de entre 20 y 30 años. Es decir, nacidas entre 1911 y 1921. Sibyll, como su madre, serviría en las Fuerzas Armadas británicas a partir de esa fecha; Marygold debería incorporarse en el arranque de 1943. Salvo que ejercieran como voluntarias, la segunda National Service Act las obligaba a trabajos militares de diversa índole en suelo británico.

Queda un último misterio: Downton Abbey no especifica la fecha de nacimiento de Peter Pelham, el hijo de Edith Crawley y Bertie Pelham. De nacer en 1926, en función del mes, podría llegar a ser reclutado para el desembarco de Normandía, en virtud de la National Service Act. Si hubiera nacido en 1927, su mayoría de edad llegaría con el fin de la Segunda Guerra Mundial, pero no con el decaimiento de la orden de reclutamiento militar. Tras el fin de las hostilidades, el ejército británico se desplegó en Alemania, o en los protectorados de Palestina o Malasia.

Downton Abbey y el futuro

Si los nietos de Robert y Cora sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial, sin duda verían la decadencia del Imperio británico, el incesante goteo de pérdidas coloniales y económicas, pero no conocerán más guerras mundiales. Los hijos de estos –nacidos, quizá, entre 1945 y 1955– serían de otra generación absolutamente distinta. Los Beatles marcaron su adolescencia, las crisis y huelgas de los 70, su juventud, y la opulenta y descuidada expansión del thatcherismo, su edad adulta. Tal vez se jubilaría en una propiedad soleada, lejos de Highclere Castle –convertido en objeto de devoción turística–, en Tenerife, Murcia o Málaga.

Quién sabe. Eso sería ya otra serie. Y, seguramente, no tan contemporánea como lo ha sido Downton Abbey.

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