De marcarlos al rojo vivo a “simplemente matarlos”: la brutal persecución histórica de los sintecho

El peligro de la deshumanización

Durante siglos, la pobreza extrema no fue un problema social, sino un delito castigado con torturas y hasta con la ejecución. Las palabras de un presentador en EE. UU. abogando por matar a personas sin hogar nos ha devuelto de golpe a tiempos pretéritos

De marcarlos al rojo vivo a “simplemente matarlos”: la brutal persecución histórica de los sintecho

Una persona sin hogar duerme en un parque de Barcelona

Alex Garcia

“Una inyección letal involuntaria o algo, simplemente matarlos”. No se sabe si fueron peores las palabras del presentador de FOX News Brian Kilmeade sobre los sintecho o la absoluta indiferencia de sus dos compañeros de plató, que ni se inmutaron ante la idea de ejecutar a un ser humano solo por tener la desgracia de vivir en la calle. Parecería un exabrupto más si no hubiera pasado una y otra vez a través de la historia: primero la deshumanización, luego el encarcelamiento y después, a veces, la eliminación física. “Simplemente matarlos”.

El caso más conocido es el de los nazis, que ya en 1934 promulgaron una ley contra los “criminales habituales y peligrosos” que permitía la prisión indefinida para las personas sin hogar y luego fueron mucho más allá. Cuatro años antes de que el primer convoy de deportados judíos llegara Auschwitz, uno de los arquitectos del Holocausto, Reinhard Heydrich, ya había firmado una orden para que en una semana se detuviera a al menos 200 “asociales”, incluyendo “vagabundos”, y se los enviara al campo de Buchenwald.

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En Alemania, la Gran Depresión había dejado sin hogar a medio millón de personas, y los nazis estaban decididos a borrarlos del mapa, también por motivos propagandísticos. En los archivos se conserva una comunicación de los primeros días del gobierno de Hitler en la que se explica que “los mendigos a menudo exhiben su pobreza del modo más repulsivo por sus propios intereses egoístas y, si esa imagen desaparece también de la vista de los extranjeros, el resultado será un sentimiento de alivio y liberación, la gente sentirá que las cosas se vuelven más estables y la economía mejora”.

Por supuesto, al igual que hoy, muchas de las personas que vivían en la calle lo hacían como resultado directo de una enfermedad mental, y eso las hacía pertenecientes al grupo de “indeseables” que Hitler quería eliminar para que no “contaminaran” la raza aria. Esa obsesión supuestamente purificadora llevó a la muerte a casi 300.000 alemanes con discapacidad o enfermedades psiquiátricas. Muchos otros ni siquiera aparecen en esa estadística, pero probablemente murieron de hambre, ya que, durante el mandato de Hitler, en algunas instituciones públicas de “caridad” fallecían cada año más del 20% de los internos.

Cartel de 1937 de la revista mensual 'Neues Volk' de la Oficina de Políticas Raciales del NSDAP, en la Alemania nazi, que pretende justificar el exterminio de las personas discapacitadas

Cartel de 1937 de la revista mensual 'Neues Volk' de la Oficina de Políticas Raciales del NSDAP, en la Alemania nazi, que justificaba el exterminio de las personas discapacitadas

Dominio público

En el mundo capitalista y en el paraíso socialista

La criminalización de la pobreza y el sinhogarismo, sin embargo, tiene una historia más larga. La ley inglesa contra la mendicidad de 1547 ya ordenaba que se marcara con un hierro al rojo vivo y se esclavizara por dos años a cualquier persona sana que no hubiera trabajado. Y en 1824 el Parlamento británico aprobó otra ley explícitamente “para el castigo de las personas ociosas, alborotadores, granujas incorregibles y vagabundos” que convertía en criminal a quien durmiera “al aire libre” o a quien “no tuviera medios visibles de subsistencia”.

Aquella ley anti-sintecho, que todavía no ha sido derogada completamente, todavía llama la atención por su nivel de detalle al definir a sus víctimas. El texto original especificaba que, además de a los que vivían en la calle, debía castigarse a quien lo hiciera “en cualquier granero o caseta, o en un edificio desierto o vacío, o bajo una tienda de tela, o en cualquier carro o vagón”. Unas fórmulas exhaustivas que luego pasaron desde Inglaterra a las colonias británicas en América y, tras su independencia, a lo que hoy es Estados Unidos.

'The Parish Soup Kitchen', obra de George Elgar Hicks que representa una escena en un comedor social

'The Parish Soup Kitchen', obra del británico George Elgar Hicks de 1851 que representa una escena en un comedor social

Dominio público

La persecución no se limitaba, ni mucho menos, a los países capitalistas. En la Unión Soviética, las detenciones de mendigos ya eran comunes antes de la Segunda Guerra Mundial, y a principios de los cincuenta, el régimen de Stalin deportó a pueblos enteros cuyos habitantes consideraba “mendigos profesionales”. En 1961 se promulgó una ley contra las “conductas parasitarias” que se empleó contra intelectuales y disidentes, pero sobre todo contra los “vagabundos y pedigüeños”. Unas 10.000 personas fueron procesadas solo en los primeros meses de vigencia de la ley, que acarreaba penas de hasta un año de prisión y destierro.

En China operaron hasta los años 2000 los “centros de custodia y repatriación”, a los que se llevaba a las personas que habían abandonado sin autorización el lugar que el Estado había designado como su residencia, una práctica muy común durante décadas en las que millones de chinos huían del campo a las ciudades en busca de una vida mejor. Según Amnistía Internacional, “niños sin hogar y personas con enfermedades mentales” sufrieron en esos centros diferentes abusos, como “violaciones, palizas, extorsiones y trabajos forzados”.

También sucedió en España, donde la Segunda República aprobó en 1933 una Ley de Vagos y Maleantes que permitía “declarar en estado peligroso” a los “mendigos profesionales” y los “ebrios y toxicómanos habituales”, y enviarlos a un “establecimiento en régimen de trabajo o a una colonia agrícola” o encerrarlos hasta cinco años.

La ley permaneció vigente durante casi toda la dictadura franquista, hasta que fue reemplazada en 1970 por la Ley de Peligrosidad Social, que seguía castigando a los “vagos y mendigos habituales”, a los que “se comportaren de modo insolente, brutal o cínico” y a los “enfermos deficientes mentales que signifiquen un riesgo para la comunidad”.

Una crisis de salud mental

Esa vinculación que hacía la ley franquista entre sinhogarismo y salud mental sigue vigente. Según datos de la Confederación Española de Salud Mental, en nuestro país había en 2020 unas 11.000 personas sin hogar, de las que entre el 20% y el 52% tenía algún trastorno mental. Son cifras similares a las de otros países desarrollados, pero además se ha demostrado que vivir en la calle te hace más vulnerable a la depresión y al suicidio y que los sintecho tienen muchas más posibilidades de sufrir agresiones o padecer daño cerebral.

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En EE. UU., donde ese presentador ha propuesto “una inyección letal involuntaria” contra los sintecho, su número ha aumentado un 18% en el último año, según los datos de la Alianza Nacional para acabar con el Sinhogarismo. Brian Kilmeade se ha disculpado públicamente por sus palabras “extremadamente crueles” y ha dicho que “muchas personas sin hogar merecen simpatía y compasión”. Su cadena no ha tomado ninguna medida.

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