Olivier Norek sostiene que cuando una historia se cruza en tu camino, no te queda más remedio que contarla. Después de triunfar en el género negro, la epopeya de Finlandia durante la Segunda Guerra Mundial atrapó a este expolicía en sus bosques nevados. Durante 105 días, entre noviembre de 1939 y marzo de 1940, el país luchó por su independencia contra el oso ruso, que había violado sus fronteras pensando que aquello iba a ser un paseo militar. Igual que Putin con Ucrania, Stalin subestimó a su vecino.
Norek se desplazó a Finlandia, y durante cuatro meses siguió los pasos de sus soldados y, en particular, de uno: el francotirador Simo Häyhä, sinónimo de muerte para los rusos y de vida y libertad para sus compatriotas. El fruto de sus desvelos es una novela, Los guerreros del invierno (Istoría), que ha merecido los prestigiosos premios Renaudot des Lycéens, Jean Giono y Saint-Exupéry. Se la dedica “a la sangre derramada”, y por ella le preguntamos ahora que esta sigue tiñendo de rojo la piel de otro David frente al mismo Goliat.
Simo Häyhä
¿Sigue habiendo gente dispuesta a derramar su sangre por su país, o las cosas han cambiado mucho desde 1939?
Mientras no estamos frente a un peligro, no dudamos de nuestra fuerza, pero yo he sido policía durante quince años en una zona con una alta tasa de criminalidad en Francia. En ocasiones, algún novato me decía: “Si tengo que actuar en legítima defensa, no vacilaré a la hora de sacar mi arma y disparar”. Y yo replicaba: “No lo sabes. No lo sabrás hasta que estés frente a un peligro de verdad”. A simple vista, podríamos apostar porque un país pequeño o más débil que su enemigo, como Finlandia o Ucrania, se va a dejar avasallar, pero, a ciencia cierta, es imposible saberlo. Si somos atacados, creo que los héroes despertarán, y, en efecto, derramaremos la sangre ajena, o incluso la propia. Ahora bien, pensando en la OTAN, si un país en el que no vive mi familia, con el que no comparto su historia ni su cultura, es agredido, ¿derramaremos nuestra sangre por él?
Quizá en el caso de Finlandia –o en el de Ucrania– influya la juventud de esas naciones a la hora de defender su independencia.
En 1939, Finlandia llevaba veintidós años siendo independiente. Cuando Stalin les pidió el 20% de su territorio y algunas fábricas, dijeron: “No, lo rechazamos”, pese a que Rusia la conformaban 171 millones de personas y en Finlandia solo había tres. Tal vez la juventud de ese país explique su energía, pero también creo lo contrario. Es decir, que un país que existe desde hace mucho tiempo, como Italia, España o Francia, puede combatir con la misma fiereza. El país viejo defiende su historia; el joven, la historia que quiere llegar a tener.
Soldados finlandeses recogiendo el desayuno de una cocina de campo durante un entrenamiento el 10 de octubre de 1939
¿Qué es lo que más le llamó la atención de este episodio?
Que la historia que olvidamos está condenada a repetirse. Pero si pienso en lo que ocurrió ayer, puedo entender lo que está pasando hoy y disponer de las armas intelectuales para encarar el día de mañana. Cuando veo a Rusia atacar a Ucrania, analizo el último siglo de su historia y de sus relaciones internacionales para intentar comprenderlo, y entonces encuentro las semejanzas de esa invasión con la guerra de Invierno. Pero, en lugar de hablar de la actualidad, abordo una historia que sucedió hace un siglo y cuenta más o menos lo mismo.
El hotel Kämp de Helsinki, donde se reunía la prensa, sigue existiendo, aunque totalmente reconstruido. ¿Cómo contaron la guerra los corresponsales extranjeros?
La Segunda Guerra Mundial ya había empezado, pero no había guerra. De hecho, en Francia se la llamaba “drôle de guerre”, algo así como guerra de broma. Nadie disparaba, salvo en Polonia, naturalmente; pero el horror no había llegado a los hogares de Inglaterra, Francia ni Estados Unidos. Había, sin embargo, un país que sí estaba combatiendo: Finlandia, y, como era el único que lo hacía, de pronto todo el mundo se interesó por esa guerra.
Los periodistas –entre ellos, Joseph Kessel– llegaban de todas partes para escribir sus crónicas, que versaban sobre el enfrentamiento de la pequeña Finlandia contra el gigante ruso. En cierto modo, fueron a ver un ensayo de lo que se venía encima en el resto de Europa, con la mente puesta en el Tercer Reich frente a Francia e Inglaterra.
Imagen actual del hotel Kämp
Francia e Inglaterra, por cierto, miraron para otro lado y no prestaron ayuda a Finlandia.
Totalmente. Como este libro no es mi historia, ni mi herencia, ni mi cultura, ni esos soldados son mis hermanos de armas, a la hora de escribirlo debo ser honrado respecto a mi país. Yo podía haber dejado de lado esa historia tan poco honrosa, pero era esencial. Para quedarse con las minas de hierro de Suecia y Noruega, Francia e Inglaterra hicieron como si enviaran soldados a Finlandia, pero, realmente, se quedaron en esas minas. Ese era su objetivo. Así que sí, Finlandia fue engañada, y, por culpa de las falsas promesas de Inglaterra y Francia, el país añadió tres semanas más a la guerra de Invierno, que fueron las más asesinas.
Y qué decir del Tercer Reich…, ¿cree que Hitler se hubiera atrevido a lanzar la Operación Barbarroja si la imagen del ejército soviético no hubiese quedado tan maltrecha por sus dificultades en este escenario?
Alemania y Rusia eran conscientes de que, tarde o temprano, iban a encontrarse. Cuando Rusia atacó a Finlandia, Hitler asistió como espectador a ese ensayo de las capacidades militares de Rusia. Tras ver que era incapaz de avanzar siquiera tres kilómetros, optó por adelantar varios meses la Operación Barbarroja y envió a cuatro millones y medio de soldados, abriendo un doble frente, que, de hecho, significó el principio del hundimiento del Tercer Reich. Por lo demás, los rusos perdieron a veintiséis millones de personas en el conflicto.
Podemos pensar lo que queramos sobre la Rusia de hoy, pero, sin su resistencia, el mundo habría sido muy diferente, y también sin el valor de los finlandeses. Hoy hablaríamos otra lengua, tendríamos otra cultura y otras fronteras. Y, no obstante, hemos borrado la guerra de Invierno de los manuales escolares franceses.
Voluntarios soviéticos marchando a la milicia
¿Pecó de confianza Stalin o quizá el Ejército Rojo estaba en cuadro por las purgas?
Ambas cosas. Stalin, en su gran paranoia, había aniquilado a buena parte de sus oficiales, por lo que su ejército necesitaba ser reconstruido. Él estaba seguro de que en un par de semanas sus fuerzas machacarían a las finlandesas, por lo que, junto con los soldados, envió fanfarrias: tambores y trompetas a la vez que fusiles. Y al igual que ha sucedido en Ucrania, no mandó a los que podríamos llamar los “grandes rusos”, sino a las minorías étnicas –hubo veintisiete en la guerra de Invierno–, que no hablaban la misma lengua ni tenían la menor voluntad de batirse por Rusia.
Por otro lado, hay que considerar la mala información que le llegaba a Stalin, a quien se le decía solo aquello que quería escuchar. Rusia es un país centralizado basado en el miedo. Un día, por ejemplo, Stalin decidió construir el mayor hotel de Rusia, el Moskva, para mostrar a Occidente su poderío, y el arquitecto, Alekséi Shchúsev, le presentó dos proyectos diferentes, que el dictador firmó justo en el medio. De modo que el hotel Moskva tenía dos frontales distintos, porque Schúsev no se atrevió a preguntar a Stalin cuál de los dos prefería. Imaginemos las consecuencias de una anécdota como esa en el frente.
Todo cambió cuando el comandante Semión Timoshenko se hizo cargo de la situación. ¿Qué enfoques introdujo para doblegar la resistencia finlandesa?
Uno: al principio, nadie se comunicaba en el ejército y cada oficial quería ser un héroe ante Stalin; eran muy individualistas, no trabajaban en equipo. Dos: no sabían esquiar, e iban a combatir a la nieve. Tres: carecían de la ropa adecuada, iban en camisa, y se morían de frío. Timoshenko actuó como lo haría un profesional de Recursos Humanos en cualquier empresa. Se dio cuenta de todos esos problemas y los solventó, y además corrigió la fragilidad de los tanques mediante un blindaje mayor y unas placas en las ruedas para que los finlandeses no introdujeran por ahí sus cócteles molotov.
Semión Timoshenko en 1945
Tras el comienzo de la Operación Barbarroja, Finlandia aprovechó la debilidad de su enemigo y reanudó las hostilidades. Aunque Los guerreros de invierno no llegue hasta la guerra de Continuación, ¿cómo cree que ha lidiado Finlandia con esa alianza con los nazis para derrotar a su enemigo?
Todo el mundo le dio la espalda a Finlandia. Hitler fue el único que les tendió la mano. En aquel momento, el Führer no era aún el profundo psicópata que puso en marcha el genocidio industrializado. Se sabía que estaba loco, pero Stalin también lo estaba, y Mussolini. Hitler no reclamó ningún territorio a Finlandia, no pidió que combatieran por Alemania, dejó claro que ningún general finlandés se pondría a las órdenes de un oficial alemán y tampoco exigió que entregaran a sus judíos, así que los finlandeses dijeron: “De acuerdo, pelearemos con vosotros”.
La historia es muy complicada. Sí, Finlandia colaboró con la Alemania nazi durante un año, antes de la conferencia de Wannssee, pero es que no existe ningún país en la historia de la humanidad que haya antepuesto la moral al interés o la seguridad de la nación. Como es lógico, los finlandeses se sienten incómodos con ese capítulo de su historia. Yo mismo, cuando se la conté a mi padre, le dije que tenía un problema –mi abuelo había estado en Buchenwald–, pero mi padre me respondió: “Deja de mirar la historia con tus ojos de francés y no pienses en tu abuelo. Mira la historia con los ojos de los finlandeses, y ten presente que nosotros hubiéramos hecho exactamente lo mismo”. No hay que olvidar que Francia instauró un gobierno alemán dentro de París, el régimen de Vichy, así que no es justo señalar a Finlandia con el dedo.
El protagonista de este libro coral es el frío del invierno, pero también un francotirador, Simo Häyhä, a quien los rusos llamaron la muerte blanca. ¿Quién fue este soldado y a cuántos enemigos mató?
Mató a 542 rusos con su fusil de precisión, sin visor, porque no quería que el sol se reflejase en el cristal y revelase su posición, y probablemente el doble o el triple con su metralleta. Digamos que fue un homicida que actuó en legítima defensa. Era un hombre de cara angelical, que medía 1,52 metros, de quien nadie hubiera dicho que se convertiría en la pesadilla de Rusia.
Era un extraterrestre: lograba quedarse inmóvil en la nieve durante cuatro o cinco horas, a 51ºC bajo cero. Yo he intentado hacerlo a -40ºC, en Laponia, pero solo aguanté veinte minutos. Simo Häyhä era capaz de acertar a un hombre dentro de una cabaña a 500 metros de distancia. Sus tiros eran imposibles, pero hubo muchos testigos de ellos. No disparaba con los ojos, ni con el cerebro, ni con su valentía; disparaba con su rabia, con su amor.
Simo Häyhä con su arma en 1940
Y me imagino que no bastaba con la puntería. Tenía que tener paciencia e incluso cierta empatía para ponerse en la piel del objetivo y adelantarse a sus movimientos.
Exactamente. Ya lo había hecho cuando cazaba osos, lobos, cuervos o zorros. Los cuervos y los zorros son los animales más inteligentes del bosque, y eran la presa preferida de Simo, que cazaba solo para comer o para protegerse, nunca por placer. Y no perdió su humanidad: en un momento dado, apuntó a un oficial, pero, al verlo a 200 metros de su posición, pasándose un papel por el rostro, comprendió que se estaba acariciando con la carta de la persona amada, y le dijo a su spotter [observador del francotirador] que ese día no le dispararía. Hay una diferencia entre poder matar y tener que matar, una dicotomía que también se planteó con los animales.
¿Cómo cree que recuerda Finlandia a Simo Häyhä? ¿Ha tenido que llegar un escritor de fuera para contar su vida?
Es verdad que esta historia, hecha desde el corazón y las emociones, no había sido narrada en Finlandia. Pero si Simo Häyhä fuese francés, sería a la vez Luis XIV, Juana de Arco y Napoleón Bonaparte. Lo conocen personas de todas las edades. Es el orgullo nacional, la imagen y la metáfora de ese país. Simo Häyhä, un granjero que, como soldado, se convirtió en la pesadilla de Rusia, es Finlandia, y el camino de Finlandia es su camino.
Además de esta figura histórica, aparecen muchas otras, también de mujeres. ¿Qué papel desempeñó la Lotta Svärd, la organización de mujeres voluntarias finlandesas?
No fue una unidad armada, sino de apoyo, que se ocupaba de las transmisiones de radio y las municiones y desempeñaba tareas de enfermería, recuperando también a los soldados caídos. A medida que estos iban muriendo, era preciso reemplazarlos, y entonces las Lotta asumieron la misión más peligrosa de la guerra: se hicieron mensajeras. Llevaban la información de una trinchera a otra, corriendo bajo una lluvia de plomo y fuego. Cuatrocientos mil soldados finlandeses fueron a la guerra de Invierno, sí, pero cien mil Lotta los acompañaron.





