La geografía, el territorio y la demografía nunca habían tenido un papel tan determinante para nosotros. El mundo ha entrado en una nueva etapa de turbulencias: rearme, guerras convencionales y económicas, disputas por las riquezas naturales, la desconfianza que genera la inteligencia artificial, el repliegue al populismo y el fundamentalismo. La multipolaridad y el mundo libre de trabas para el movimiento de personas y capitales han mutado en una década al mundo bipolar del gran duelo entre el gigante hegemónico estadounidense y la China que le desafía ya en todos los campos. El repliegue imperial y la competencia entre potencias coincide con fronteras cada vez más opacas y fortificadas. En la última década se han erigido la mayor parte de los 64 muros fronterizos que existen hoy en el planeta. En 1990 eran apenas una docena.
Esa inquietud por la deriva del mundo que tenemos bajo los pies contribuye quizá a explicar la avalancha de libros sobre geopolítica, que no es otra cosa que el estudio de la geografía en la política mundial, aunque muchas veces se use, de forma general, para describir las relaciones internacionales. El término se integró en los análisis políticos a partir de la influyente obra de Halford Mackinder The Geographical Pivot History, de 1904, que ya enfatizaba la importancia del control de la gran masa terrestre de Eurasia como principio del poder mundial, una teoría que en Moscú se ha cocinado ahora para sus propios propósitos expansionistas.
La alianza entre el nacionalismo agresivo y las teorías geopolíticas no es, desde luego, nueva. En la prisión de Landsberg, en 1923, Hitler entró en contacto con el profesor Karl Haushofer, el decano de la Geopolitik alemana, cuyas teorías sobre el Lebensraum, el “espacio vital”, se convertirían en la base de la guerra de agresión hitleriana y del asesinato de los judíos, considerados el enemigo de la utopía nazi.
Karl Haushofer (a la izquierda) junto a Rudolf Hess, c. 1920
Prisioneros de la geografía. Todo lo que hay que saber de política mundial a partir de diez mapas, del diplomático, analista y corresponsal británico Tim Marshall, se publicó originalmente en 2015 y se convirtió en un gran éxito de ventas. Los tiempos andaban revueltos: Putin acababa de apoderarse de Crimea con un audaz golpe de mano, usando recursos militares convencionales y de guerra híbrida. Sobre las cenizas de uno de los mayores errores geopolíticos de la era moderna, la invasión de Irak, el Estado Islámico (EI) sembraba el terror para conseguir un califato ultrarrigorista (a diferencia de Al Qaeda, grupo terrorista basado en “redes” deslocalizadas, el EI quería una base política territorial).
Prisioneros de la geografía fue comparado con estudios de otros analistas geopolíticos como Robert D. Kaplan, Ian Morris o Immanuel Wallerstein. Marshall no es un académico, pero su obra está enriquecida por su larga experiencia como informador en más de treinta países, incluyendo los Balcanes, Afganistán, Libia o Siria. El resultado es un gran friso, ameno y detallado, de las nuevas realidades mundiales en el que se conjugan hábilmente la historia, el análisis político y económico y las predicciones futuras, algunas de ellas muy inquietantes.
“Los mapas explican el poder”
La principal tesis del libro es que los países y sus líderes son “prisioneros” de las realidades geográficas de su entorno. Estas realidades han determinado sus decisiones estratégicas, los conflictos que tienen con sus vecinos y su desarrollo económico. Los mapas, nos dice Marshall, “explican el poder”. A través de diez de ellos –Rusia, China, Estados Unidos, Europa, África, Oriente Medio, India y Pakistán, Corea y Japón, Latinoamérica y el Ártico–, Marshall llama nuestra atención sobre las diferentes zonas clave del mundo. En una serie de mapas más detallados se describen áreas de conflicto reciente o probable en el futuro (las dos Coreas, por ejemplo, donde una chispa puede encender otra vez la llama de la guerra).
Para Marshall, cordilleras, mares o fronteras son algo así como las arrugas de la política mundial: “Si alguien duda de que la naturaleza es más poderosa que el hombre, es posible que no esté prestando atención al cambio climático”, señala en declaraciones a Historia y Vida. La historia de cómo y dónde fueron trazadas las fronteras, las oportunidades que dan a un país el acceso a los océanos (baste pensar en la posición privilegiada de Estados Unidos, entre dos océanos, o los proyectos de expansión de Pekín en el mar de China Meridional), los ríos como vías de comercio y vertebración o las cordilleras, como la del Himalaya, que ha separado de forma absoluta a dos grandes civilizaciones como la china y la india (la guerra que libraron en 1962 apenas duró un mes).
Despertar de las vacaciones de la historia
La presencia permanente del conflicto, la posibilidad de un choque en cualquier parte del planeta no debe llevarnos a engaño. Marshall nos advierte de que la visión de un mundo multipolar en el que el “Gran Juego” de la geopolítica no tendría sentido “era principalmente una fantasía de Europa occidental. La mayor parte del mundo sabía que la geopolítica no había desaparecido”. Las brutales guerras en los Balcanes, mientras el mundo celebraba la fiesta del final de la guerra fría, fueron la prueba palpable. Aunque hubo un momento en que esa fiesta se reveló imposible: “La guerra de Kosovo y el intento de Rusia de llegar a Pristina antes de la OTAN en 1999 deberían haber despertado a la gente de sus vacaciones de la historia”.
Tim Marshall, autor de ‘Prisioneros de la geografía’ (Península), ante un globo terráqueo invertido instalado en Londres
Rusia es el ejemplo más claro de la teoría de la “prisión geográfica” que es la base del libro. “Si Dios hubiera construido montañas en el este de Ucrania –escribe Marshall–, entonces la gran extensión que es la llanura europea no habría sido un territorio tan atractivo para los invasores que han atacado a Rusia desde allí repetidamente a lo largo de la historia”. La obsesión rusa por esa llanura explica muchas cosas. Sin embargo, Marshall es, por lo menos a corto plazo, pesimista sobre la posibilidad de que Rusia supere esa desconfianza y se vuelva hacia Europa. Según nos dice: “Si Rusia se convierte en una democracia liberal sin ambición de expandirse territorialmente, se convertiría en un socio bienvenido de los europeos. No hay señales de que eso suceda en absoluto”.
“No soy geográficamente determinista”
Pese a todo, Marshall rechaza tajantemente el adjetivo de determinista que sus críticos le imponen. “No soy geográficamente determinista. Siempre afirmo que hay muchos factores que influyen en lo que sucede: geografía, historia, política, tecnología, ideas, etc., un punto en el que insisto varias veces en Prisioneros de la geografía. La idea de la ‘prisión’ no es solo que puede evitar que un estado haga cosas, sino también permitirle actuar, aunque dentro de los límites. Un ejemplo: si quieres ser un país líder en IA este siglo, es mejor que puedas producir una enorme cantidad de electricidad y agua. Si no puedes, entonces no serás una potencia en inteligencia artificial”.
“No podemos escapar de la geografía, solo adaptarnos a ella –sigue diciéndonos Marshall–. En un siglo el carbón es importante, en otro no importa, pero son los metales de tierras raras los que se vuelven importantes. Podemos adaptarnos y aprendemos a poner en común los recursos. La UE y la OTAN se encuentran entre los ejemplos de multilateralismo exitoso, pero se basan al fin y al cabo en la geografía (y la historia/política). Se necesitó el impacto de la Segunda Guerra Mundial para que ambos surgieran y, a medida que pasa el tiempo, la memoria colectiva de ese impacto se desvanece y vemos las viejas tensiones abriéndose paso a través de los mapas. Se necesitará un esfuerzo colectivo concertado para mantener la unidad de la UE, la democracia liberal, y para hacer frente a la deriva hacia la política extremista”.
El presidente de Estados Unidos Harry Truman firma el Tratado de Washington, que estableció la OTAN, el 4 de abril de 1949
Se hace inevitable preguntar a Tim Marshall acerca de la Unión Europea, el gigante económico sobre el que, sin embargo, se vierten muchas críticas relativas a su incapacidad para articular una política de defensa frente a la amenaza rusa. ¿Acabará siendo la UE un actor irrelevante ante la nueva dureza política del futuro?
“Eso depende de cuánto estén dispuestos a invertir los países miembros individualmente en poder militar y en la puesta en común de recursos –responde–. La UE sigue siendo una potencia económica con influencia en la guerra de Ucrania. Sin embargo, si hablamos de la Unión como elemento disuasorio para la política irredentista de Moscú, Putin preguntará lo mismo que preguntó supuestamente Stalin sobre el papa: ‘¿Cuántas divisiones tiene?’”.
Cuando se cumple una década de la publicación de Prisioneros de la geografía, la obra ha sido revisada y ampliada para reflejar los cambios mundiales. Península nos brinda ahora una nueva edición en castellano de este clásico moderno sobre las lecciones de la más inapelable de las formas del poder: la de la misma tierra en la que habitamos.

