Franco y el mundo: el apoyo de EE. UU. tras el aislacionismo de posguerra

La dictadura y su política exterior

Pasados 50 años de la muerte del dictador, el especialista Julián Casanova, autor de una de las más recientes biografías sobre Franco, nos habla del espaldarazo que el régimen obtuvo del exterior y que garantizó su supervivencia

Franco despide al presidente Eisenhower tras su visita oficial, Torrejón de Ardoz (Madrid), 22-12-1959.

Franco despide al presidente Eisenhower tras su visita oficial, Torrejón de Ardoz (Madrid), 22 de diciembre de 1959

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En la tarde del 10 de febrero de 1941, Francisco Franco salió de Madrid con dirección a Bordighera, en la Riviera italiana, al lado de la frontera italofrancesa, para entrevistarse con Benito Mussolini. Unos meses antes se había encontrado con Adolf Hitler en la estación de Hendaya. En octubre de 1949 se trasladó a Portugal, el tercero y último de los viajes que hizo al extranjero como jefe de Estado.

A Hendaya llegó desde San Sebastián en el vagón de un ferrocarril, modelo SS-3, fabricado en 1929 por la Sociedad Española de Construcción Naval y que había sido utilizado antes por Alfonso XIII. A Bordighera se desplazó en un convoy de diecisiete coches. Durmió la primera noche en Girona, y en territorio francés recibió honores militares de las tropas del gobierno de Vichy. En el viaje a Portugal, dado el miedo que el Caudillo tenía a volar, fue a Vigo en coche, y allí subió al crucero Miguel de Cervantes, que fue escoltado hasta la desembocadura del Tajo por una flotilla de once buques de guerra. Le esperaban cuatro destructores portugueses que lo flanquearon hasta Lisboa, donde fue recibido por el mariscal António Óscar de Fragoso Carmona, presidente de la República, y por António de Oliveira Salazar, primer ministro.

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Franco (centro) conversa con Mussolini (dcha.) en presencia del ministro de Asuntos Exteriores Serrano Suñer, durante su encuentro en 1941

EFE

Sin experiencia política

Desde octubre de 1936 a noviembre de 1975, en el largo período de su dominio absoluto, Franco viajó en tres ocasiones al extranjero, en las que nunca se distanció mucho de las fronteras españolas. Saludó fuera y recibió en España a algunos de los más crueles dictadores de la historia. Le visitaron tres presidentes de Estados Unidos, en 1959, 1970 y 1975, y a su funeral no acudió ningún representante de las democracias europeas.

Franco era en julio de 1936 un jefe militar sin experiencia política que, con sus compañeros de armas, forjados en las batallas en África, decidió abordar de forma violenta la profunda crisis político-social y ofrecer una alternativa autoritaria, puesta ya en marcha por Mussolini, Hitler y otros fascistas en Europa. Comenzó el asalto al poder con una sublevación militar y lo consiguió a sangre y fuego en una guerra civil.

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Los militares sublevados ganaron la guerra porque tenían las tropas mejor entrenadas del ejército español, con una reserva de hombres aptos para el servicio, porque contaban con el poder económico, porque estaban más unidos que el bando republicano y porque los vientos internacionales soplaban a su favor. Cuando se produjo el golpe de Estado en España, los poderes democráticos estaban intentando a toda costa “apaciguar” a los fascismos, sobre todo a la Alemania nazi, en vez de oponerse a quien realmente amenazaba el equilibrio de poder. “Italia y Alemania hicieron mucho por España en 1936… Sin la ayuda de ambos países no existiría Franco hoy”, le dijo Adolf Hitler a Galeazzo Ciano, ministro de Asuntos Exteriores italiano y yerno de Benito Mussolini, en septiembre de 1940.

Hitler manifestó un juicio similar en sus conversaciones privadas durante la Segunda Guerra Mundial. “Si en 1936 no hubiera decidido enviarle nuestro primer avión Junkers, Franco nunca hubiera sobrevivido”, comentó. El agregado militar británico en España, poco sospechoso de simpatía por la causa republicana, insistió también en “la persistente su­perioridad material de las fuerzas tradicionalistas en tierra y en el aire […]. La ayuda material de Rusia, México y Checoslovaquia [a la República] nunca se ha equiparado en cantidad o calidad con la de Italia y Alemania [a Franco]”.

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Aviones Junkers Ju 87A de la Legión Cóndor

Terceros

Manual de supervivencia

Fue la Guerra Civil la escuela del fascismo en España, la que señaló a Franco y sus generales la gloria del poder, la despiadada forma de gobernar, la gestión de ese pasado de muerte y liberación como parte de la grandeza nacional. Así comenzó la historia de Franco dictador, que durante unos años corrió paralela a la de Benito Mussolini y Adolf Hitler, los líderes fascistas a quienes tuvo a su lado hasta la caída de ambos en 1945.

Franco no rompió relaciones con el Tercer Reich hasta el 8 de mayo de ese año. El Caudillo era consciente de la apremiante necesidad de sobrevivir a la tempestad que se avecinaba. En aquella primavera tan peligrosa dio los pasos necesarios para desvincularse de los fascismos derrotados, neutralizar a la oposición monárquica, hacer creer a los españoles que les había librado de los horrores de la Segunda Guerra Mundial y, naturalmente, convencer a sus enemigos exteriores de que lo que él gobernaba era una “democracia católica y orgánica”.

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Hitler y Franco pasan revista a las tropas en Hendaya, en octubre de 1940.

La defensa del catolicismo como un componente básico de la historia de España sirvió a Franco y a su dictadura de panta­lla en ese período crucial para su supervivencia. El 12 de mayo de 1945, cuando las fuerzas soviéticas de Zhúkov habían entrado ya en Berlín, Luis Carrero Blanco recordaba a su amado Caudillo, en unas “notas sobre nuestra situación actual en el mundo”, que habría que “sacar provecho” de las “armas” de que disponían para convencer a Inglaterra y Estados Unidos del papel de España en la lucha contra el “imperialismo ruso”: “Nuestro catolicismo, nuestro anticomunismo y nuestra posición geográfica”.

Las dos caras de la moneda

Todas las dictaduras fascistas y derechistas que habían sido preponderantes desde los años veinte y treinta desapare­cieron de forma violenta en los últimos meses de 1944 y los primeros de 1945, salvo en Portugal y España. António de Oliveira Salazar y Francisco Franco fueron los únicos dictadores que, como no intervinieron oficialmente en la Segunda Guerra Mundial, pudieron seguir en el poder tras la derrota de los fascismos. Esa fue una gran diferencia entre las dictaduras de Europa del Este, destruidas por la guerra, y las de la península ibérica; y entre Franco y Salazar y todos esos dictadores, fascistas o no, que fueron ejecutados o acabaron en el exilio.

Tras años de tensiones y divergencias entre España y Portugal, la victoria de Franco en la guerra inauguró una nueva etapa en sus relaciones, abierta oficialmente con el Tratado de Amistad y de No Agresión firmado el 17 de marzo de 1939. Franco y Salazar se encontraron en siete ocasiones en sus prolongadas vidas de dictadores, casi siempre en localidades cercanas a la frontera, pero en territorio español: Sevilla (1942), el pazo de Meirás (1950), Ciudad Rodrigo (1952 y 1957) y Mérida (1960 y 1963). La excepción fue la visita que el Caudillo hizo a Portugal en octubre de 1949. Fueron las únicas veces que, como presidente del Consejo de Ministros, Salazar salió de Portugal, y el de Franco el único viaje que realizó al extranjero desde 1941 hasta su muerte. Hablaban en español, aunque, según Carmen Franco y Polo, Nenuca, su padre entendía muy bien el portugués.

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Francisco Franco durante un discurso en 1942

EFE

La relación entre ellos fue siempre fría, distante. Se necesitaban, compartían enemigos y también una visión autoritaria y corporativa del Estado. Eran las dos caras de una misma moneda, porque cada uno estaba convencido de que su régimen sería inviable si el otro caía. Y así fue hasta 1963, cuando Salazar notó que Franco ya no era su socio útil en el escenario internacional para el mantenimiento de las colonias. No volvieron a juntarse, aunque todavía eran dictadores singulares y solitarios en un mundo occidental de democracias.

El amigo americano

La soledad de Franco había encontrado más que alivio en el apoyo decisivo de Estados Unidos desde 1950, cuando el anticomunismo, la guerra en Corea y las consideraciones estratégicas aportadas por los militares habían comenzado a modificar la política exterior de la primera potencia mundial respecto a la dictadura en España.

El 16 de julio de 1951, el almirante Forrest Sherman, jefe de Operaciones Navales, se entrevistó con el Caudillo en Madrid. En la reunión estuvieron presentes el embajador Stanton Griffis y el marqués de Prat de Nantouillet, director de Política Americana del Ministerio de Asuntos Exteriores, que hizo de traductor. Forrest Sherman expuso a Franco la importancia estratégica de España en relación con Europa occidental “y su posición dominante en las comunicaciones aéreas y navales del Mediterráneo”.

Estados Unidos preveía iniciar una cooperación militar con España que incluyera el estudio de instalaciones, inter­cambio de información y asesoramiento logístico. Franco mostró a Sherman el temor que le inspiraban los franceses, que se pondrían, según él, al lado de los rusos si estos ocuparan España, y aceptó todos los requisitos norteamericanos a cambio de ayuda económica y militar. Un mes más tarde llegaron a España varios grupos de estudios militares y económicos estadounidenses para trazar el plan.

Los pactos de defensa que salieron de aquellas conversaciones los firmaron el 26 de septiembre de 1953 James Clement Dunn, embajador de Estados Unidos en España, y Alberto Martín Artajo, ministro de Asuntos Exteriores, en el palacio de Santa Cruz de Madrid. El acuerdo, desarrollado en tres convenios, proporcionaba a España ayuda económica y militar y la oportunidad de adquirir grandes cantidades de materias primas norteamericanas y excedentes de alimentos básicos a precios reducidos. El acuerdo tenía diez años de duración, y durante ese tiempo la ayuda económica ascendió, según cifras oficiales norteamericanas, a 1.688 millones de dólares, créditos gestionados a través del Export-Import Bank que sirvieron, en su mayor parte, para comprar productos norteamericanos. La ayuda militar, destinada a modernizar a unas fuerzas armadas empobrecidas, superó los quinientos millones de dólares. En esos años los norteamericanos construyeron, a cambio, cuatro complejos militares, en Torrejón de Ardoz, Morón, Rota y Zaragoza.

“Lo que les pongan delante”

Esa relación bilateral se convirtió en la columna vertebral de la política exterior y de seguridad durante tres décadas cruciales del siglo XX y sacó a Franco del embrollo en que había caído después de 1945, como consecuencia de haberse alineado con las potencias fascistas. Cuando, unos años después, la economía se abrió, la inversión estadounidense contribuyó a mantener el ritmo de crecimiento acelerado. Los medios de comunicación jalearon los acuerdos –“queda plenamente garantizada la soberanía nacional”–, y los presentaron como un triunfo más del Caudillo, que lograba así el fin del injusto aislamiento internacional y el derecho a presentarse como aliado de la mayor potencia económica y militar del mundo.

Para mantenerse en el poder, Franco cedió, en acuerdos secretos que implicaban una sumisión de España a la estrategia defensiva marcada por Estados Unidos, una parte importante de la soberanía. En la última etapa de las conversaciones dijo a sus negociadores: “Y en último término, si no consiguen ustedes lo que quieren, firmen lo que les pongan delante. El acuerdo lo necesitamos”.

Francisco Franco y el presidente de EE. UU., Dwight Eisenhower, en la base estadounidense de Torrejón, en 1959.

Francisco Franco y el presidente de EE. UU. Dwight Eisenhower en la base estadounidense de Torrejón, en 1959

Dominio público

Desde que entró en su vida el amigo americano ya nadie podría negar a Franco su reconocimiento internacional. “Al fin he ganado la Guerra Civil”, comentó en privado tras conocer la firma de los acuerdos. Comenzó así la edad de oro de su tiranía. A partir de 1953, cuando dispuso de la bendición y ayuda económica, técnica y militar de EE. UU., Franco superó “los años más difíciles”, se benefició del excepcional escenario internacional y pudo dar a su poder absoluto una relevancia no solo limitada a la política interior.

Dwight D. Eisenhower fue el primer presidente de Estados Unidos que llegó a España en visita oficial, en diciembre de 1959, la primera vez que el Caudillo saludaba a un mandatario de un país democrático. Habían pasado más de dos décadas del abril victorioso. Once años más tarde, en octubre de 1970, recibió la visita de Richard Nixon, y el 31 de mayo de 1975 aterrizó en Madrid Gerald Ford. Tres presidentes republicanos del país amigo regalaron a Franco unas horas de sus vidas, siguieron de cerca la evolución de España y apoyaron al dictador con la presencia frecuente de diplomáticos y militares en los actos oficiales.

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Tres días después de su muerte, el 23 de noviembre de 1975, a la misa de cuerpo presente que ofició en la plaza de Oriente el arzobispo de Toledo y cardenal primado, Marcelo González Martín, asistieron muy pocos mandatarios extranjeros. Entre ellos destacaban la capa gris del general Augusto Pinochet, junto a su esposa Lucía Hiriart, el rey Hussein de Jordania, Raniero de Mónaco y la primera dama filipina, Imelda Marcos.

Ausentes las autoridades de las democracias europeas, el gran amigo americano estuvo representado por el vicepresidente Nelson Rockefeller: “España contará con la firme amistad y el apoyo de Estados Unidos al entrar en esa nueva era de su larga historia”, subrayó.

Un dictador dependiente

Comparado con Mussolini, Hitler o Stalin, crueles conquistadores, Franco no sobresalió como un personaje influyente en la política europea del siglo XX. Sin embargo, no fue un dictador débil o menor. Utilizó con habilidad las circunstancias históricas que le permitieron relacionarse con las potencias del Eje y obtener al mismo tiempo un gran rédito de la diplomacia y del espionaje británico, incluidos los sobornos con grandes sumas de dinero a varios de sus generales, para el mantenimiento de la neutralidad durante la Segunda Guerra Mundial. Tras el derrumbe de los fascismos, Estados Unidos y Europa occidental consideraron durante un tiempo a Franco un paria, por su sintonía ideológica con Hitler y Mussolini, pero todo cambió a partir del estallido de la guerra en Corea en 1950. Franco, por muy represor y autoritario que fuera, era preferible al comunismo. Obtuvo la aceptación internacional, mientras que incrementaba su poder.

Las circunstancias históricas que lo colocaron en la marginación internacional y después en la rehabilitación tuvieron poco que ver con su personalidad o carisma, pero logró sobrevivir y aumentar el culto. La propaganda hizo creer a los españoles que había librado al país de los horrores de la guerra mundial y jaleó los acuerdos de 1953 con la mayor potencia económica y militar del mundo como un triunfo más del Caudillo. En el escenario internacional fue siempre un dictador dependiente. Sin esos apoyos, desde Adolf Hitler a Gerald Ford, no habría podido mantener en España sus excepcionales poderes durante tanto tiempo y hasta el último suspiro. 

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