“Una parte del personaje se te quedaba dentro”: así vivió Jack Nicholson el rodaje de ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’
Historia del cine
La cinta dirigida por Milos Forman hace cincuenta años propuso una osada reflexión sobre los abusos de poder de las instituciones mentales, consolidando el estrellato de Jack Nicholson
Jack Nicholson y Danny DeVito en una escena de la película 'Alguien voló sobre el nido del cuco'
Los espectadores más jóvenes, acostumbrados a ver el cine estadounidense contemporáneo como una gran fábrica de cintas comerciales de superhéroes y otros géneros más bien previsibles, tal vez se sorprendan al comprobar que hubo una época no tan lejana en la que los grandes estudios osaron producir títulos tan arriesgados y rompedores como Cowboy de medianoche (1969), Alguien voló sobre el nido del cuco (1975), Taxi Driver (1976), El cazador (1978) o Apocalypse Now (1979).
Estas y otras películas se han relacionado estrechamente con el espíritu renovador del llamado New Hollywood, una suerte de movimiento creativo inscrito en el seno de una industria en crisis, encabezado por jóvenes directores (varios de ellos provenientes de cinematografías europeas, como Milos Forman o Roman Polanski). Todos ellos se atrevieron a romper con el tono conservador y algo anticuado del cine norteamericano de los años inmediatamente anteriores, firmando un reguero de obras maestras que abordaron temas “conflictivos” como la alienación urbana, la guerra de Vietnam o el desatendido funcionamiento de las instituciones psiquiátricas.
Este último es precisamente el peliagudo asunto que abordó un clásico moderno como Alguien voló sobre el nido del cuco, una obra que, sin lugar a dudas, contribuyó a ensanchar el debate social, acercando al gran público una visión sobre la psiquiatría cercana al espíritu de la contracultura. La película dirigida por Milos Forman se basaba en una novela que Ken Kesey, un veinteañero talentoso con un posgrado en Escritura Creativa por la Universidad de Stanford, empezó a escribir en 1959. La idea le vino después de haber trabajado como celador, en el turno de noche, de un centro de salud mental en Menlo Park, una ciudad de California. Eso le dio la oportunidad de hablar con los residentes, a quien él no consideraba locos, sino más bien víctimas de un trato deshumanizador.
Allí fue supuestamente enredado para participar en un proyecto de la CIA llamado MKUltra, centrado en estudiar los efectos de las drogas psicodélicas como el LSD, la psilocibina o la mescalina. La paradoja es que la paranoia gubernamental ante la llegada de esas sustancias y el deseo de servirse de ellas para neutralizar a los más díscolos contribuyeron a que beatniks y hippies viajaran con su mente más allá de los confines de la realidad más trivial y prosaica.
Locura y poder
Alguien voló sobre el nido del cuco se publicó en un momento en que empezaba a ponerse en boga la antipsiquiatría en ciertos ambientes intelectuales. Según James Charney, autor de un interesante ensayo sobre la representación de las enfermedades mentales en el cine, Kesey se inspiró en parte en la obra de Ronald David Laing. En los años sesenta, este psiquiatra escocés describió la psiquiatría como “una fuerza política”, concebida para calificar de enfermos a todos los que se atrevieran a romper las normas. Su trabajo se alineaba claramente con la visión del filósofo francés Michel Foucault, para quien la “locura” era, más que una categoría natural, una construcción creada por el poder que, en diversos momentos de la historia, había servido para etiquetar y aislar en instituciones a los presuntamente subversivos.
Jack Nicholson como McMurphy y Will Sampson como el Jefe Bromden en ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’
La obra de Kesey reflejaba esta misma idea. El narrador de la novela (y también de la posterior obra de teatro) era el Jefe Bromden, un miembro de una tribu india que había optado por fingirse sordomudo para sobrevivir en un lugar claramente hostil. El hospital psiquiátrico de Oregón en el que transcurría el relato podía interpretarse como una sinécdoque de una nación estadounidense que, pese a hacer hincapié en la libertad individual de sus ciudadanos, no dudaba en encerrar a todos los que pudieran poner en peligro la gran ficción construida en torno a su identidad y sus valores fundacionales, empezando por los nativos norteamericanos y continuando por los posthippies “antisistema” como R. P. McMurphy, el protagonista de la narración.
El sueño de Kirk Douglas
Pese a su tono anticonvencional, el primer interesado en adaptar la obra de Kesey fue todo un astro del cine clásico, Kirk Douglas. Llegada la década de los sesenta, el actor que dio vida a Espartaco en el clásico de Stanley Kubrick (1960) recibió una oferta difícil de rechazar: un millón y medio de dólares por protagonizar La caída del imperio romano (1964), aparatoso péplum dirigido por Anthony Mann que acabó interpretando Stephen Boyd en compañía de Sophia Loren. Para desesperación de sus agentes, Douglas rechazó la suculenta propuesta para concentrarse en poner en marcha la versión teatral de Alguien voló sobre el nido del cuco, libro que le había cautivado.
La razón de su arriesgado periplo por los escenarios era muy sencilla. Como el propio actor explicó en su autobiografía, El hijo del trapero, “todavía me sentía fracasado. Quería descollar en las tablas. En carne y hueso, y no como una sombra en la pantalla”.
Con estas ilusionantes expectativas, compró los derechos a Kesey. A continuación, encargó la confección del libreto teatral al guionista Dale Wasserman, quien había trabajado en filmes como Los vikingos (1958), que también interpretó Douglas, o Cleopatra (1963). Completamente entusiasmado ante la posibilidad de ponerse en la piel del díscolo McMurphy, empezó los ensayos junto a un elenco en el que destacaban actores como Gene Wilder o William Daniels. Para conseguir que el proyecto fuera viable, Douglas no dudó en renunciar a su salario.
Lo cierto es que las primeras críticas de las representaciones en New Haven o Boston fueron entusiastas, pero cuando la troupe llegó a Broadway todo cambió. La estrella hollywoodiense invitó a Kesey al estreno neoyorquino, convencido de que ambos serían aclamados, pero los periodistas especializados respondieron con una inesperada virulencia, tildando el montaje teatral, y por extensión la novela, de vulgar.
Fotograma de ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’
Pese a que la representación teatral despertó la admiración del mismísimo Lee Strasberg, fundador junto a Elia Kazan del Actor’s Studio, no consiguió remontar el vuelo. Tras cinco meses agonizantes, Douglas aceptó echar el cierre, especialmente cuando comprobó que el elenco no estaba dispuesto a aceptar una reducción salarial, convencido de que la estrella podría asumir todas las pérdidas.
Según sus palabras, Douglas volvió a Los Ángeles, “arrastrándome como un animal herido, derrotado en mi última batalla como actor de Broadway. Me lamía las heridas, gimiendo: ‘Le di un clásico a Nueva York y ni siquiera se ha dado cuenta’”. Aunque la experiencia podía considerarse un fracaso, el actor siguió fantaseando con llevar la novela al cine. Algo que, más de diez años después, hizo realidad como coproductor su hijo Michael.
Un filme contracultural
En una misión de buena voluntad a Checoslovaquia, encomendada por el presidente Kennedy, Douglas conoció a Milos Forman, por aquel entonces un guionista y director de treinta y un años que había llevado nuevos aires a la cinematografía de su país con títulos como Los amores de una rubia (1965), nominada en los Oscars como mejor película de habla no inglesa.
Seguro de que podía ser el cineasta idóneo para adaptar Alguien voló sobre el nido del cuco, Douglas decidió enviarle la novela en cuanto llegó a su país. Desgraciadamente, Forman nunca llegó a recibir el ejemplar, que al parecer fue retenido por los agentes aduaneros. Douglas, por su parte, terminó litigando con Wasserman por los derechos de la obra, lo que contribuyó a que durante algún tiempo abandonara el proyecto.
Michael Douglas, que había actuado como enfermero en una de las últimas representaciones teatrales protagonizadas por su padre, tomó el relevo de la producción, en compañía de Saul Zaentz, ejecutivo discográfico y productor de cine que más adelante llevaría a buen puerto otros títulos como Amadeus (1984), también dirigida por Forman, o El paciente inglés (1996), de Anthony Minghella.
Kirk Douglas no tuvo más remedio que aceptar que, ya entrado en la cincuentena, resultaba demasiado mayor para interpretar el papel, así que su hijo se puso a buscar a un nuevo McMurphy, barajando nombres de estrellas de la época como Burt Reynolds. Para Michael, aquello suponía la posibilidad de adentrarse en la producción de filmes “artísticos”, sacudiéndose la imagen más ligera que le había otorgado el éxito como actor de la serie televisiva Las calles de San Francisco, junto al veterano Karl Malden.
El productor Michael Douglas, de pie, durante el rodaje de 'Alguien voló sobre el nido del cuco'
Michael Douglas se encontró con Forman, quien ignoraba que el padre del joven productor le hubiera enviado la novela tiempo atrás. Pronto llegaron a un acuerdo, y decidieron proponerle el papel protagonista al emergente actor Jack Nicholson, quien ya había despuntado en cintas como Mi vida es mi vida (1970) o Chinatown (1974). Curiosamente, Nicholson había tratado de comprar los derechos de la novela, hasta que descubrió que estaban en manos de Kirk Douglas.
Tal como cuenta el biógrafo del actor, John Parker, Nicholson y Forman hicieron rápidamente buenas migas. El director convenció a la estrella en ciernes para que compartiera pantalla con los mejores compañeros de reparto que pudieran encontrar, convencido de que esto le haría brillar aún más.
Ello supuso reclutar a una actriz talentosa, aunque prácticamente desconocida, como Louise Fletcher (antes rechazaron el papel de la enfermera Ratched, entre otras, Anne Bancroft, Jane Fonda o Faye Dunaway), y también ofrecer el papel de jefe indio a Will Sampson, por aquel entonces un asistente de policía al que encontraron en el Parque Nacional de Mount Rainier, en Washington. A ellos se sumaron otros magníficos intérpretes, como Brad Dourif, William Redfield, Sydney Lassick, Christopher Lloyd o Danny DeVito.
Louise Fletcher en 'Alguien voló sobre el nido del cuco'
Rodando en el psiquiátrico
Nicholson, con su sonrisa burlona y su gestualidad espasmódica, resultó la elección idónea, porque no tenía ningún miedo a mostrarse como un antihéroe. Antes de empezar el rodaje, visitó el Hospital Estatal de Oregón, en Salem, que serviría de escenario del filme. Allí conversó con los internos y también con el personal; incluso llegó a tratar con los pacientes más violentos, que se hallaban en el pabellón de máxima seguridad.
Según cuenta el periodista y escritor Peter Biskind, en su celebrado ensayo sobre el New Hollywood Moteros tranquilos, toros salvajes, el rodaje en el centro hospitalario generó diversas situaciones desagradables e incluso violentas. Para relajarse de tantas tensiones, parte del equipo y el reparto salió a las calles, en sus ratos libres, a la caza de la marihuana que ofrecían los rudos camellos locales. “Todo muy útil para la economía local, pero penoso para la película”, afirmó con ironía Biskind.
El Hospital Estatal de Oregón, en Salem, que sirvió de escenario de la película 'Alguien voló sobre el nido del cuco'
Nicholson se inmiscuyó a fondo en el papel, desmenuzando la psicología de McMurhpy. Durante la filmación, que duraría unas once semanas, se alojó en las proximidades del hospital, junto a Anjelica Huston. Pronto, su compañera sentimental comprobó que la película estaba transformando extrañamente al actor. Él mismo confesaría: “Normalmente no tengo demasiados problemas para entrar y salir del personaje, pero en Oregón yo no salía de casa para ir al plató, salía de casa para ir a un sanatorio mental, y una gran parte del personaje se te quedaba dentro y no te podías desprender de él”. Huston llegó a preocuparse tanto por la influencia que el personaje de McMurphy tenía sobre Nicholson que, finalmente, optó por hacer las maletas y regresar a Los Ángeles. Antes de partir, le dijo: “Ya no sé si estás sano o no. Te veré cuando regreses al mundo real”.
Finalmente, la incursión en la locura mereció la pena. La intensidad del duelo interpretativo entre Nicholson y Fletcher hizo que ambos actores recibieran sendos premios de la Academia. Además, la cinta obtuvo el Oscar a la mejor película, al mejor director y al guion adaptado (para el libreto firmado por Bo Goldman y Lawrence Hauben).
Michael Douglas, Milos Forman, Louise Fletcher, Jack Nicholson y Saul Zaentz con sus estatuillas en la 48.ª ceremonia de los Oscars
Forman consiguió salir airoso del reto de adaptar una novela narrada desde el particular punto de vista alucinado de un interno del sanatorio mental, ofreciendo una visión personal, con una puesta en escena aparentemente más distanciada, de inspiración seudodocumental. Los diáfanos ambientes hospitalarios, filmados por el director de fotografía Haskell Wexler, contrastan con la negrura moral de la institución manejada, con puño de hierro en guante de seda, por la enfermera jefe.
El enfrentamiento entre esta última y el interno más rebelde de todo el sanatorio reflejaba, de algún modo, las aspiraciones de los jóvenes partidarios del pacifismo y el antiautoritarismo, revelando que también en una democracia como la estadounidense podían advertirse rasgos de naturaleza autocrática.
Cincuenta años después de su estreno, el 19 de noviembre de 1975, Alguien voló sobre el nido del cuco se mantiene sorprendentemente actual. La Norteamérica del despótico Donald Trump parece más que nunca una suerte de “gran manicomio” en el que los ciudadanos más lúcidos se enfrentan a un terrible dilema: fingir no darse cuenta de nada, como el Jefe Bromden, o bien, como McMurphy, enfrentarse abiertamente al poder.