Trump y Putin traen a la memoria los peligros de guerra directa entre Estados Unidos y la Unión Soviética en la guerra fría

Crisis de bloques

Moscú ha respondido desafiante a la exigencia de Washington de detener el enfrentamiento en Ucrania. La retórica bélica recuerda los episodios en que ambos países estuvieron a pocos pasos de la contienda

Rusia reacciona imperturbable al nuevo ultimátum de Donald Trump

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Tanques soviéticos y estadounidenses se enfrentan en el Checkpoint Charlie durante la crisis de 1961 en Berlín.

Terceros

Donald Trump envió hace unos días un ultimátum a Rusia: si no establecía un alto el fuego en Ucrania, se enfrentaría a sanciones económicas. Moscú respondió de inmediato que esa amenaza suponía un paso hacia la guerra. Las dos superpotencias han estado acostumbradas a combatirse de manera indirecta en conflictos como los de Vietnam o Afganistán, pero no es habitual que se dé un peligro real de enfrentamiento directo entre ambas.

Sin embargo, improbable no equivale a imposible. Durante la guerra fría, la Casa Blanca y el Kremlin pugnaban por Berlín, que se convirtió en el punto más peligroso del planeta. En aquellos momentos, la defensa de la capital alemana frente al peligro de una invasión comunista constituía para los norteamericanos una auténtica obsesión. Por eso Dean Rusk, secretario de Estado en tiempos de Kennedy, confesó en sus memorias que procuraba no pensar en el tema cuando se iba a dormir. Ningún otro asunto le producía tantas preocupaciones.

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La tensión llegó a tal punto que JFK llegó a considerar la posibilidad de realizar un ataque nuclear limitado contra objetivos soviéticos. Descartó este plan ante el peligro de que Moscú respondiera con una ofensiva sobre territorio estadounidense. No existía ninguna seguridad de que un conflicto supuestamente limitado no degenerara en una contienda nuclear a gran escala.

Tanques en Checkpoint Charlie

La situación amenazó con desbordarse el 27 de octubre de 1961, cuando los tanques norteamericanos y soviéticos se enfrentaron cara a cara en el Checkpoint Charlie, puesto de control que separaba en la berlinesa Friedrichstrasse las zonas de ocupación aliadas y soviética. Fue el único momento de la guerra fría en que unos y otros se encañonaron mutuamente.

Todo empezó por un asunto aparentemente menor. El diplomático Allan Lightner se dirigía a Berlín Este con su esposa para asistir a una función de ópera. Se le solicitó entonces un pasaporte, que se negó a exhibir. El gesto habría implicado reconocer la autoridad de Alemania Oriental, algo que Estados Unidos no estaba dispuesto a hacer. Lightner regresó poco más tarde, acompañado por una escolta de tanques proporcionada por el general Clay. Consiguió cruzar el paso fronterizo sin mayores problemas.

Kennedy afirmó que el incidente constituía una provocación innecesaria a los rusos. Sin embargo, pese a su voluntad de conciliación, el encontronazo se repitió en circunstancias aún más dramáticas cuando dos soldados norteamericanos tampoco pudieron pasar por el Checkpoint Charlie. El general Clay optó de nuevo por una demostración de fuerza aparatosa y ordenó que diez tanques se presentaran en la zona. Los soviéticos no se dejaron intimidar porque, como dijo su comisario político, ellos también tenían blindados.

Fueron momentos de máxima inquietud. En Berlín Oeste se rumoreaba que Clay iba a abrir fuego como si estuviera en medio de una película de Hollywood. El general, en realidad, permanecía tranquilo. Le dijo a Kennedy que no había razón para preocuparse. ¿En qué basaba esta postura optimista? Los rusos se habían limitado a igualar los tanques de los occidentales: eso significaba que no atacarían primero. Cuando JFK le pidió a Clay que no perdiera los nervios, este respondió con brutalidad: “Señor presidente, no son nuestros nervios los que nos preocupan, sino los suyos, ahí en Washington”.

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La guerra podría haberse desatado si cualquiera de los dos bandos hubiera disparado. Los estadounidenses llevaban inicialmente las de perder, pues se hallaban en una situación de aplastante inferioridad numérica: doce mil soldados aliados frente a trescientos cincuenta mil soviéticos. Si no se produjo lo irremediable fue porque Nikita Jruschov, el mandatario comunista, ordenó la retirada de sus tanques después de obtener garantías de que los norteamericanos harían lo mismo.

Peligro nuclear en el Caribe

Al año siguiente, en Cuba, la crisis de los misiles representó una nueva amenaza para la paz mundial. Cuando Kennedy se enteró de que la URSS había instalado misiles nucleares en la isla, reaccionó de inmediato con un bloqueo naval para impedir la llegada de nuevos barcos soviéticos.

Para el historiador Vladimir M. Zubok, la estrategia de Jruschov fue una respuesta arriesgada a la superioridad nuclear de los norteamericanos. Ante la alternativa de capitular o resistir, el mandatario del Kremlin quiso hacer valer su capacidad atómica sobre el tablero internacional. El equilibrio entre las superpotencias dependía, a su juicio, de que los “imperialistas” tuvieran tanto miedo como los soviéticos a las consecuencias de un conflicto generalizado.

CRISIS DE LOS MISILES: Cuba octubre de 1962.- El presidente cubano Fidel Castro recorre las posiciones defensivas cubanas ante el peligro de una invasión norteamericana durante la crisis de los misiles. PRENSA LATINA/jgb

Fidel Castro recorre las posiciones defensivas cubanas ante el peligro de una invasión norteamericana durante la crisis de los misiles

REDACCIÓN / EFE

No está claro, ni mucho menos, que la URSS actuara de modo hostil. Sheldon M. Stern, especialista en la crisis, señala que Moscú, más que agredir a Estados Unidos, pretendía defender a la Cuba socialista de Fidel Castro frente a la política de agresión encubierta de Washington, al tiempo que procuraba equilibrar la balanza del poder nuclear.

¿Qué significaba ese “equilibrio”? Jruschov sabía muy bien que unos cuantos misiles en el Caribe no bastaban como contrapeso a la abrumadora superioridad atómica de sus contrarios, pero jugó fuerte precisamente para ocultar ante el mundo su propia inferioridad. Al situar a docenas de ciudades estadounidenses en la primera línea de fuego, podía permitirse tratar de tú a tú a Kennedy. Nada de esto tenía por qué significar una política expansionista. Los soviéticos podían argumentar, con razón, que los estadounidenses poseían armas nucleares en países como Turquía, muy próximos a su territorio.

Entretanto, JFK se vio empujado a una posición de fuerza por razones de política interna. No podía permitir que la oposición republicana lo acusara de debilidad frente a la amenaza comunista. Por eso se mantuvo firme en el bloqueo a Cuba, aunque corría el riesgo de que un militar de cualquiera de los bandos, con una acción imprudente, desencadenara una catástrofe. El entonces secretario de Defensa, Robert McNamara, según una cinta desclasificada en 2012, comunicó al presidente que un comandante naval norteamericano amenazó con insubordinarse y hundir un barco ruso. Estremece pensar lo que podría haber sucedido.

Robert McNamara pasea junto a el presidente Kennedy en Hyannis Port

Robert McNamara pasea junto a el presidente Kennedy en Hyannis Port

Propias

Todo se solucionó cuando el Kremlin ordenó a sus barcos dar marcha atrás. Pero, a medio plazo, las consecuencias de la crisis de los misiles serían nefastas. Decidida a no volver a sufrir semejante humillación, la URSS se decantó por una política de rearme que hizo al mundo más peligroso. Los norteamericanos, con su dureza, también contribuyeron a esta escalada.

¿Tendrán Putin y Trump en cuenta estos precedentes? Con armas nucleares de por medio, el concepto de “victoria militar” hace tiempo que dejó de tener sentido. Las pérdidas serían tan desmesuradamente grandes que ningún éxito merecería la pena.

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