El 4 de marzo de 1899, pocos días después de que el general Máximo Gómez entrase en La Habana, tuvo lugar una sesión del ayuntamiento de la ciudad cubana de Santa Clara donde, a propuesta del concejal Enrique del Cañal, se tomó el acuerdo de renombrar al parque Plaza del Recreo como parque Leoncio Vidal. Treinta años después, el 23 de marzo de 1929, se colocaría un busto esculpido en Italia en una ceremonia en la que estuvo presente su viuda, Rosa Caro Fernández, y amigos.
Posteriormente, el escritor santaclareño Manuel García Garófalo Mesa escribiría en el lugar donde cayó, conocido como “La Farola”, su epitafio: “Aquí, en la noche del 23 de marzo de 1896 sucumbió heroicamente en defensa de la independencia de la Patria el coronel Leoncio Vidal”. Pero ¿quién era este insurgente cubano cuyo nombre forma parte del panteón de héroes cubanos junto a Gómez, Carlos Manuel de Céspedes, Calisto García, Antonio Maceo o José Martí?
Glorieta del parque Leoncio Vidal en Santa Clara, Cuba
Su origen no hacía presagiar que un día se uniera a los rebeldes cubanos en su lucha contra España. Había nacido el 12 de septiembre de 1864, en Ceja de Palo, una localidad del municipio de Corralillo, situado en el norte de la provincia de Villa Clara, fruto del matrimonio entre Leoncio Salvador Vidal Tapia, un natural de Navarcles (Barcelona), que hizo fortuna en la isla gracias al comercio, y Marina del Rosario Caro Reyes.
Fue el penúltimo de cinco hermanos, tres niños –José, Leoncio y Lino– y dos niñas –Rosa y Ramona–, siendo la más pequeña la madre del futuro “director” de la sublevación de julio de 1936: el general Emilio Mola Vidal.
Su infancia transcurrió de forma tranquila hasta que, cuando tenía cuatro años, estalló la llamada guerra de los Diez Años (1868-1878). Su padre, como tantos españoles afincados en Cuba, se unió a los Voluntarios de Cuba. Se trataba de un cuerpo armado, dotado de su propio reglamento aprobado por el capitán general Domingo Dulce y Garay e integrado por civiles españoles afincados en la isla. Su misión fundamental era la vigilancia y represión de los movimientos guerrilleros, o mambises.
Según algunas obras escritas sobre Leoncio Vidal, su padre fue un miembro leal de los Voluntarios hasta que, en 1870, en una operación de vigilancia, su unidad disparó contra un niño de diez años que iba tarareando una canción independentista. Este luctuoso incidente afectó sobremanera a su progenitor, que decidió vender sus posesiones en la isla y regresar a Barcelona. Otras fuentes afirman, con mayor criterio, que la causa del traslado fue el temor por las consecuencias que la guerra podía tener en sus propiedades.
Voluntarios españoles embarcándose en Barcelona para la guerra en Cuba (1870)
Fuera cual fuese la causa, la familia Vidal Caro llegó a Barcelona a finales de 1870, y se instaló en Navarcles. Allí Leoncio conoció a su abuelo paterno, antiguo guerrillero en la guerra de Independencia (1808-1814), que habría de influir notablemente en su devenir vital. Igualmente aprendió catalán, como sus hermanos. Tras terminar la Educación Primaria en este pueblo, fue enviado a Manresa para continuar sus estudios. Su estancia en esta localidad industrial de Barcelona coincidió con el inicio de la Tercera Guerra Carlista (1872-1876).
Resulta cuanto menos curioso que Leoncio y sus hermanos se unieran a las partidas de Carlos VII acampadas en las cercanías de Manresa, ya que la ideología de los carlistas era profundamente reaccionaria. Esta toma de posición puede explicarse por su corta edad, pero era una manifestación explícita de que lo que atraía al entonces niño era el afán de aventuras. Paralelamente, en este conflicto, el brigadier Joaquín Mola Martínez (padre de su futuro cuñado Emilio Mola López y abuelo del general Mola), como comandante general de los Somatenes de Catalunya, tuvo un importante papel en la derrota de los carlistas en esta región.
La incorporación de sus hijos a las partidas de Carlos VII provocó una gran indignación y temor en Leoncio Salvador, que tomó la decisión de trasladar a sus hijos a Barcelona, donde quedaron escolarizados hasta 1878, cuando el Pacto de Zanjón puso fin a la guerra de los Diez Años. En cuanto tuvo noticias de que se había alcanzado un acuerdo de paz, la familia Vidal Caro decidió regresar a la isla. Esta toma de posición demostraba, por tanto, que el abandono de la isla en 1870 no fue por la muerte del niño de diez años, sino por el miedo a que sus propiedades fueran destruidas.
Una vez en la isla, no se instalaron en Corralito, sino en el muy rico municipio de Camajuaní, en la provincia de Villa Clara, donde Leoncio Salvador abrió una tienda en la que colaboraban todos los varones de la familia.
Entrada triunfal del general Martínez Campos en La Habana tras la firma de la paz de Zanjón
Paralelamente, Leoncio, conocido como el “guapetón”, y sus dos hermanos comenzaron a tener un papel activo en la vida cultural y política de la localidad. El 4 de marzo de 1890 comienzan a publicar El Número 13, primer periódico impreso de Camajuaní, abriendo así el camino a las publicaciones periódicas impresas en este municipio. Salía a la venta los martes, y su nombre tenía su origen en el hecho de que estaba redactado por trece personas y se imprimía en el número 13 de la calle Comercio, imprenta propiedad de Ángel Fernández.
Se trataba de una publicación de ideas liberales cuyo objetivo fundamental fue siempre la mejora de los servicios públicos del municipio, exigiendo la instalación de energía eléctrica y de un parque de bomberos. Así lo especificaban en su primer número: “Nos declaramos entusiastas paladines de los intereses morales y materiales de Camajuaní, dispuestos siempre a romper lanzas por su prosperidad y bienestar”. Este periódico tuvo una corta vida, ya que su último número se publicó el 21 de enero de 1892.
Entre 1893 y 1895 la ideología de Leoncio se radicalizó, inclinándose definitivamente por la independencia. El 2 de febrero de ese último año se organizó una romería en San Antonio de las Vueltas por Rafael Casallas Monteagudo, donde se reunieron todos los conspiradores de la provincia y donde se gritó “¡Viva Cuba Libre!”.
El territorio provincial de Santa Clara fue declarado en estado de guerra el 4 de marzo de 1895. El 25 de abril, se alzó el médico Juan Bruno Zayas en Vega Alta, al que Leoncio Vidal se unió el 20 de junio. En su Diario de campaña no dudó en escribir entonces: “Al fin ya puedo combatir al odioso gobierno de la Metrópoli, machete en mano y en los campos de Cuba que pronto serán libres”. Esta arma era la preferida de los mambises en sus cargas, como la táctica de la tea incendiaria era la forma de guerra total que empleaban para destruir las propiedades de los españoles y arruinar la economía de la isla.
El líder insurrecto cubano Leoncio Vidal Caro
A partir de ese momento, participó en numerosas acciones. Convenció así a Máximo Gómez de que era la persona adecuada para liderar una operación de gran envergadura que había planificado: la toma de Santa Clara. Para lograr este objetivo, el generalísimo rebelde le ascendió a coronel y le puso al frente de la Brigada de Santa Clara.
El 23 de marzo, las tropas de Leoncio entraron en la ciudad por el barrio Condado y por la calle de Santa Clara, se dirigieron a la plaza de Armas, donde fueron recibidos por una nutrida carga de fusilería de las fuerzas españolas. En ese momento, y según la leyenda, cayó herido su ayudante, el cabo Ramón Brito. El coronel se bajo de su caballo para auxiliarle. Tras cargar con él, intentó tomar el callejón de las Flores para abandonar la plaza, pero una bala segó su vida. A partir de ese momento comenzó la construcción de su leyenda.
Ese carácter legendario de este personaje llevó al historiador Narciso Fernández Ramírez a escribir en 2006: “El Guapetón de Leoncio sucumbió en heroica acción combativa, y a 110 años de aquellos sucesos recibe el insigne patriota los merecidos honores. Nacido en Corralillo, hizo suyo a Camajuaní y en Santa Clara supo morir con dignidad y arrojo”.



