“I love Raqqa”. Listas para quien quiera tomarse una selfie , unas grandes letras se levantan en el lugar donde el Estado Islámico perpetraba sus ejecuciones públicas en la capital del califato .
Las letras de la plaza Naim de Raqa han sido pintadas con la nueva bandera de Siria, con la franja verde islam en lugar del rojo. Son los colores de una liberación que para algunos en esta ciudad todavía no ha llegado.
Raqa fue la primera capital de provincia que perdió el régimen de Bashar el Asad, en el 2013, a manos de rebeldes islamistas sirios. Unos meses después llegó el califato, que impuso su régimen de terror hasta que en octubre del 2017 las milicias kurdo-árabes de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), apoyadas por Estados Unidos, derrotaron a los yihadistas. Desde entonces, la ciudad ha permanecido bajo poder de los kurdos, que controlan un 30% del territorio en el noreste del país, incluidas zonas de abrumadora mayoría árabe y suní como Raqa o Deir Ezor.
La llegada a Damasco de HTS (Organización para la Liberación del Levante), un grupo islamista suní con raíces en Al Qaeda, ha puesto en evidencia la fragilidad de este dominio territorial. El viernes pasado, una marcha para celebrar la caída de El Asad acabó a tiros y con 43 heridos en la plaza Naim. Junto al “I love Raqqa”.
La secuencia no está clara. Según las autoridades, alguien abrió fuego con una metralleta y las fuerzas de seguridad tuvieron que intervenir.
La tensión es máxima. Este viernes se han convocado protestas en toda Siria bajo el eslogan “Raqa es parte de nosotros”. En un mensaje que circula por redes sociales, los organizadores denuncian que la ciudad “ha sufrido la opresión del régimen, los crímenes de Estado Islámico y el acoso de las FDS, que buscan amputarla de sus raíces nacionales”. “Raqa era y seguirá siendo una parte integral de Siria”, proclaman.
“Los que están creando el caos no son de aquí sino gente enviada de fuera, a sueldo, que busca dividir y desestabilizar el país. Fueron estos elementos los que dispararon y luego dijeron que las fuerzas de seguridad habían abierto fuego para impedir que la gente celebrase”, asegura Mishlib Furkan, un abogado árabe que ejerce desde hace siete meses de cogobernador del cantón de Raqa, cargo que comparte con una kurda.
La tensión es máxima. Se han convocado protestas en toda Siria bajo el lema "Raqa es parte de nosotros”
En un esfuerzo por calmar los ánimos, las autoridades han multiplicado las reuniones con jeques tribales, líderes religiosos y consejos populares, explica Furkan. El comandante en jefe de las FDS, Mazlum Abdi, ha viajado personalmente a Raqa y Deir Ezor y se ha encontrado con ancianos.
Oprimidos por la dictadura de El Asad, los kurdos sirios han aprovechado la guerra para establecer una administración autónoma de facto en el noreste del país, la Aanes, en el territorio que ganaron al EI. Por su valor simbólico por su pasado como corazón del califato, Raqa es la capital administrativa. Es una entidad que quiere ser representativa de la pluralidad étnica y religiosa, un modelo para una futura Siria democrática. Los carteles oficiales están escritos en árabe, kurdo y siriaco, y en los consejos hay representantes de todos los grupos. Los mandos se duplican para garantizar el equilibrio de género y étnico. Pero el dominio de los kurdos es evidente y, para muchos árabes, indigerible.
El dominio kurdo en la administración autónoma es evidente y, para muchos árabes, indigerible
La administración autónoma ha podido sobrevivir estos años gracias al apoyo militar de EE.UU., pero ha contado también con un acuerdo tácito con el régimen de El Asad y sus aliados rusos. Por eso sus adversarios acusan a los kurdos de colaboracionistas.
El cogobernador celebra que la administración haya decidido adoptar la nueva bandera siria. Tardaron cinco días en anunciarlo, un síntoma del recelo que despierta el nuevo Damasco islamista. “La Aanes se considera una parte integral y esencial de la revolución siria. Por esto decidimos izar la bandera en nuestros edificios. Fue un buen paso. Todos los sirios están felices de que haya caído el régimen”, afirma Furkan. Pero, declaraciones políticas aparte, la nueva enseña es prácticamente invisible en todo el territorio autónomo. En el edificio de la gobernación donde trabaja Furkan, las paredes están llenas de carteles con mártires kurdos.
Raqa es una ciudad de aire espectral, triturada por la guerra, con barrios enteros en ruinas y calles polvorientas. No se ven mujeres sin velo y la mayoría llevan el niqab , el velo integral de color negro. “No es un ambiente demasiado acogedor para las mujeres”, admite Evin Siwed, copresidenta de la Aanes, que como todas las líderes kurdas no lleva hiyab. “El régimen de Estado Islámico ha dejado huella, especialmente entre los árabes. Muchas mujeres se pusieron el niqab y no se lo han quitado”, añade.
“¡No me hables de los tiempos del Daesh! Quiero olvidarme para siempre. En esta verja clavaban las cabezas de la gente a la que decapitaban”, grita Ali Bakr Abdalah, de 70 años, que regenta una pastelería en la plaza Naim. Baja la persiana de su tienda para mostrar el impacto de una bala que le alcanzó durante la manifestación del viernes. “Estábamos aquí dentro, escondidos. Pasamos mucho miedo”, dice. Está convencido que todo fue obra de “células durmientes del Estado Islámico”.
“Yo de política no entiendo”, dice su empleada, Samira, de 45 años. “Lo que quiero es paz y seguridad”.


