El Captagon que financiaba a El Asad

La droga del dictador sirio

Viaje a la fábrica de éxtasis barato que se exportaba a Oriente Medio

A Syrian rebel fighter holds a container of pills of Captagon, a brand name of the drug psychostimulant Fenethylline, discovered at a drug manufacturing facility in the city of Douma in the Eastern Ghouta region on the eastern outskirts of Damascus on December 12, 2024. The dramatic collapse of Bashar al-Assad's Syrian regime has thrown light into many of the dark corners of his rule, including the industrial-scale export of the banned drug Captagon. Victorious Islamist fighters have seized military bases and distribution hubs for the amphetamine-laced stimulant, which has flooded the black market across the Middle East. (Photo by Bakr ALKASEM / AFP)

Dos soldados rebeldes muestran pastillas de Captagon en una fábrica en la periferia este de Damasco

BAKR ALKASEM / AFP

La clave de la riqueza del régimen de Bashar el Asad pasaba desapercibida dentro de limones y granadas de plástico. Cada una de estas piezas, aparentemente diseñada para adornar los centros de mesa de las abuelas del mundo, escondía un centenar de pastillas de Captagon, la droga sintética que, durante años, sirvió para financiar el narcoestado sirio hasta la caída del dictador.

Estas pequeñas píldoras blancas escondían fenetilina, más conocida como Captagon, un tipo de anfetamina que se fabricaba en Siria y que se distribuía por todo Oriente Medio a un precio mucho más bajo que otras drogas. Fue desarrollada originalmente en la década de 1960 como tratamiento médico para el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) y la narcolepsia. No fue hasta años después que se catalogó como substancia adictiva y profundamente nociva.

An image of Syrian President Bashar Assad, riddled with bullets, is seen on the facade of the provincial government office in the aftermath of the opposition's takeover of Hama, Syria, Friday, Dec. 6, 2024. (AP Photo/Omar Albam)

El régimen de Bashar Assad traficaba para enriquecerse 

Omar Albam / Ap-LaPresse

Pero su origen tenía lugar muy lejos de las puertas de las discotecas. En algún punto al noroeste de Damasco, en un corte entre dos montañas peladas, unas grandes puertas de almacén dan acceso a una fábrica encastada en la roca. Hasta la caída del régimen, aquí se producían decenas de miles de unidades de esta droga, así como tabletas de hachís y marihuana, y se empaquetaban dentro de objetos comunes, ideales para el tráfico a otros países.

La cuna del Captagon fue Bulgaria, que tuvo que cerrar todas sus plantas tras su entrada en la Unión Europea en el año 2000. En Siria, el negocio pasó de las manos de diversos grupos insurgentes, que utilizaban los beneficios para armarse, al hermano pequeño de Asad, Maher, y una pequeña cúpula de altos funcionarios que se lucraban de las exportaciones. A partir del estallido de la guerra civil en el 2011, Siria desarrolló una red de producción que se extendía por todo el país y cuyas ganancias servían para contrarrestar el impacto económico de las sanciones comerciales a las que estaba sometido el país.

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“Así ganaban dinero los Asad”, dice un exaltado Basel, un miliciano de HTS (Organización para la Liberación del Levante), quien participó en la toma del poder en Damasco y cuyo nuevo cometido es custodiar la factoría. Su performance es impecable: deja su fusil en el suelo para descuartizar un cuadro eléctrico y extraer la bobina de su interior. Con un cuchillo militar, apuñala la pieza hasta que, de su interior, salen centenares de pastillas. Los restos de otras cajas y las montañas de Captagon desparramadas por el suelo indican que no somos los primeros en presenciar el espectáculo.

La cuna del Captagon fue Bulgaria, que tuvo que cerrar todas las plantas al entrar en la Unión Europea

Otras salas no han quedado tan intactas. “[Los responsables de la fábrica] intentaron quemar todo lo posible”, afirma Basel, quien muestra con la linterna de su móvil para enseñar los restos de hachís calcinado. Según él, los cargamentos eran transportados en helicóptero desde allí hasta Latakia y Tartús, los principales puertos del país. Muestra también una lista de códigos de barras y nombres de remesas con destino a Bahréin, Egipto y Arabia Saudí.

Siria está considerada el mayor exportador de Captagon del mundo, un comercio que la rebelión islámica ha parado en seco. No se sabe con certeza los ingresos reales del régimen, aunque se estima que el valor de los envíos interceptados fue de 5,7 mil millones de dólares en el 2021, varias veces superior a las exportaciones legítimas de Siria, que apenas alcanzaron los 860 millones de dólares en el 2020.

La creación de estas pastillas no requiere mucha materia prima. En los hangares superiores de la fábrica aún quedan toneladas de productos químicos utilizados en la fabricación. “Utilizaban ácido, plástico derretido y otras muchas cosas”, explica Basel, mientras sujeta un gran bote de cloroformo puro.

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El nuevo poder en Siria, liderado por Abu Mohamed el Yulani, se ha propuesto exponer todos los secretos de la dictadura, como prisiones, centro de torturas y los engranajes de financiación del régimen. En ese sentido, el Gobierno interino, de corte islamista, ha expresado su intención de cerrar todas las plantas de Captagon y de cualquier otra droga. “Nosotros nunca venderíamos esta porquería”, dice Amir, también miembro de HTS. “Es haram [prohibido, según el Corán]”, asevera con vehemencia.

Al ser ingerida, la fenetilina se metaboliza en anfetamina y teofilina, un estimulante más débil similar a la cafeína. El efecto general es más potente que el de la anfetamina sola, pero su inicio más lento hace que sea ligeramente menos adictiva, además de ser menos agresiva para la presión arterial. Sin embargo, la mayoría de lo que hoy se conoce como Captagon es falso, y mucho más peligroso.

Siria ha sido el mayor exportador de fenitilina, con destino a diversos países del mundo árabe

“Yo lo probé una vez”, admite una joven beirutí que prefiere no decir su nombre. “La primera pastilla era placebo, no me hizo efecto”, explica. “La segunda me dio ganas de asesinar a alguien”, admite, con una expresión turbia en la mirada.

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