Los EE.UU. De Trump no se convertirán en una oligarquía tecnocrática

Vuelco en Washington

Razones para que no cunda el pánico ante el complejo tecnoindustrial

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Mark Zuckerberg, Jeff Bezos junto a su pareja Lauren Sánchez, Sundar Pichai y Elon Musk, en el acto de toma de posesión de Donald Trump 

Julia Demaree Nikhinson / Ap-LaPresse

¿Qué país cabe en la rotonda del Capitolio? Respuesta: alguno situado entre Portugal y Tailandia. En esos dos países, la riqueza neta total de los hogares es de unos 1,3 billones de dólares, según las últimas cifras publicadas hace un par de años. A esa cantidad equivale más o menos a la fortuna acumulada por los multimillonarios que acudieron a la segunda investidura presidencial de Donald Trump en Washington el 20 de enero. Bernard Arnault, propietario de LVMH, un imperio del lujo, y el hombre más rico de Europa, representó a los peces gordos del viejo continente. Mukesh Ambani, industrial indio que es el homólogo asiático de Arnault, representó a los del Sur Global.

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Sin embargo, fueron Elon Musk, Jeff Bezos y Mark Zuckerberg (valor neto colectivo: 911.000 millones de dólares, algo menos que tres Luxemburgos) quienes acapararon la mayor atención y obtuvieron mejores asientos que el gabinete entrante. Sólo la familia Trump se interpuso entre los magnates tecnológicos y el 47º presidente éste mientras juraba el cargo.

Esa proximidad al poder (literal y figurada) alarma a muchos. Cinco días antes, Joe Biden advirtió en su discurso de despedida de la Casa Blanca de que “una oligarquía está cobrando forma en Estados Unidos” y habló de un creciente “complejo tecnoindustrial que podría plantear verdaderos peligros para nuestro país”. No sólo los estadounidenses están preocupados. El 18 de enero, Reuters informó de que el embajador de Alemania en Estados Unidos, un sobrio diplomático teutón poco dado a la hipérbole, había alertado confidencialmente al gobierno de Berlín de que, entre otras medidas perturbadoras, el segundo gobierno de Trump “otorgará a las grandes tecnológicas un poder de cogobierno”.

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Un momento de la primera intervención de Trump como presidente en este su segundo mandato 

Kenny Holston / Ap-LaPresse

Pese a la distribución de los asientos en la ceremonia de investidura, tales valoraciones parecen demasiado sombrías. Estados Unidos no es una oligarquía y es poco probable que llegue a serlo, y ello por tres razones. En primer lugar, los supuestos tecnoligarcas controlan una porción demasiado pequeña de la enorme y enormemente diversa economía del país para estar en posición de influir en su rumbo general, uno de los grandes temores que subyacen a advertencias como la de Biden.

Aunque Amazon de Bezos, Meta de Zuckerberg y Tesla de Musk representan en conjunto una décima parte del valor de todas las acciones que cotizan en Bolsa en Estados Unidos, su contribución económica es mucho más modesta. Esa contribución (o valor añadido bruto) se calcula sumando los beneficios de una empresa antes de impuestos netos y costes de financiación a lo que ganan sus empleados en salarios y prestaciones. Las empresas rara vez informan de su masa salarial total, pero las ventas y los gastos administrativos generales combinados con los costes de investigación y desarrollo ofrecen una idea aproximada. Si sumamos eso a los beneficios antes de intereses, impuestos, depreciaciones y amortizaciones, resulta que Amazon, Meta y Tesla representan el 1,8% del PIB estadounidense.

Amazon, Meta y Tesla representan un 1,8% del PIB estadounidense, un peso demasiado bajo para influir en la dinámica general de la economía

Incluso añadiendo Apple y Alphabet, cuyos directores ejecutivos también asistieron a la toma de posesión pero son administradores contratados, no fundadores-propietarios y, por lo tanto, no entran en la categoría oligárquica, el porcentaje se eleva a sólo el 3,1%. En Rusia, cuna de los oligarcas originales (en un sentido no griego antiguo), la cifra es mucho mayor. Según un estudio de 2004 publicado en el Journal of Economic Perspectives, dos docenas de magnates empleaban entonces a casi una quinta parte de todos los trabajadores y obtenían el 77% de las ventas de la industria manufacturera y la minería, que en aquel momento representaban dos tercios de la producción rusa. En Hungría, lo más parecido que tiene el mundo occidental a una auténtica oligarquía, los compinches del primer ministro Viktor Orbán quizás controlen, según una estimación, entre el 20% y el 30% de la economía.

Otros parámetros revelan una historia similar. Amazon, Meta y Tesla representan el 9% de la inversión empresarial de las 1.500 empresas más grandes de Estados Unidos. En la India, Reliance Industries, propiedad de Ambani, representa el 16%. El gasto de capital del trío equivale al 0,4% del PIB, frente al casi 1% de la Standard Oil de John D. Rockefeller en 1906.

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La experiencia de Rockefeller apunta a otra razón para no dejarse llevar por el pánico. Pese a su inmensa riqueza (en su punto álgido, casi el doble que la de Musk en relación con el tamaño de la economía estadounidense), tuvo que luchar para que su voz se oyera en los pasillos del poder, según señala Tevi Troy, autor de The Power and the Money (El poder y el dinero), una historia de las relaciones de los potentados estadounidenses con los comandantes en jefe. El presidente James Garfield no sabía deletrear su nombre.

Aunque Trump se muestra a todas luces mucho más cordial con las empresas que sus predecesores de hace un siglo, sus sentimientos hacia la tecnología no parecen ser profundos. El término tecnología no figuró en su discurso de investidura (en contraste con oro líquido). Además, en Estados Unidos la opinión pública todavía importa, y podría volverse fácilmente en contra de los multimillonarios tecnológicos. Algunos sectores MAGA ya los detestan.

'¡Qué gobierno más gracioso!', reza la leyenda de esta viñeta de Rockefeller con la Casa Blanca en la palma de la mano. 'The Verdict', 22 de enero de 1900

'¡Qué gobierno más gracioso!', reza la leyenda de esta viñeta de Rockefeller con la Casa Blanca en la palma de la mano. 'The Verdict', 22 de enero de 1900

The New York Public Library

De modo crucial, a diferencia de Rockefeller, que ejercía un control casi total sobre un insumo económico crítico como eran los productos petrolíferos refinados, ellos no pueden tomar como rehén a la economía estadounidense. ¿Que no hay Amazon? En Walmart, venderán encantados todo lo que uno necesite. ¿Instagram dice: acceso denegado? Genial, entonces tendrá tiempo para leer el fascinante libro de Tevi Troy. ¿Quiere un coche nuevo? La verdad es que puede que un Tesla no sea la mejor elección en los tiempos que corren. Incluso los cohetes SpaceX de Musk pueden no ser la única opción para siempre, por más que Rocket Lab, su competidor más cercano, y Blue Origin, la compañía fundada por Bezos, vayan todavía muy por detrás.

La rivalidad en los cohetes pone de relieve la última razón para la calma. Las grandes tecnológicas no son un grupo de intereses monolítico, como ocurre con los oligarcas rusos, cuyos negocios en su mayoría no se solapan. Los intereses de los magnates tecnológicos entran a menudo en conflicto. Bezos y Musk compiten en el espacio. Musk y Zuckerberg poseen plataformas de medios sociales rivales. Amazon le está dando un mordisco al negocio de publicidad en línea de Meta. Todos están apostando por la inteligencia artificial.

Trump es más transaccional que los presidentes que lo han precedido, lo cual aumenta el riesgo de amiguismo y autoenriquecimiento. Sin embargo, la economía estadounidense, incluido su sector tecnológico, es demasiado difícil de manejar y demasiado dinámica para petrificarse en una oligarquía real, digan lo que digan los diplomáticos y los presidentes salientes.

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Traducción: Juan Gabriel López Guix

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